El museo no es neutro, no es objetivo, no es una réplica cristalizada de la realidad. El museo responde a decisiones políticas y éticas, da visibilidad y legitimidad a sujetos e ideas. Así participa en la construcción de representaciones.
Acompañando las voces de denuncia a los ataques de odio y violencia a la exposición Revolución Orgullo del Museo del Altillo Beni y sus organizadorxs, lo sucedido nos invita a reflexionar sobre el rol activista de los museos.
Esta propuesta expositiva es un logro inmenso para la comunidad LGBTIQ+ de Santa Cruz que la organizó y promovió. Al igual que para el museo que demostró valor en exponerla en sus salas.
La exposición da visibilidad y reconocimiento a una comunidad en situación de vulnerabilidad por causa de la marginalización. Le permite mostrarse desde sus propias miradas, voces e inquietudes.
La reacción de odio no puede sorprendernos. Las manifestaciones violentas hacia las comunidades LGBTIQ+ lamentablemente abundan en todas partes del mundo.
¿Cuál es la responsabilidad de los museos?
Es destacable que la institución, a través de la Secretaría de Culturas, haya defendido y apoye la propuesta expositiva y a sus creadores. Pero me pregunto cómo el museo tomó precauciones especiales para resguardar la seguridad física y emocional de su personal. O la de lxs activistas y artistas que organizaron la exposición.
Porque ese también es el rol de un museo, salvaguardar no solo los objetos/obras, sino, sobre todo, a sus comunidades de usuarios, creadores y trabajadores.
Inspirándose en la inmensa valentía con la que lxs artistas y activistas LGBTIQ+ transitan (y transforman) el mundo creando y defendiendo la vida con dignidad, los museos deben asumir su parte de responsabilidad en la construcción y validación de imaginarios sociales.
Como espacios públicos, los museos tienen un potencial enorme, tanto más que trabajan cotidianamente con herramientas creativas y de comunicación, para propiciar interacciones basadas en principios de empatía, diversidad y co-construcción del conocimiento. Su resultado no es necesariamente llegar a un consenso, sino a poder encontrarse desde las diferencias y el conflicto para al menos nombrar lo complejo y participar en la transformación de las mentalidades.
No comparto la idea del dialogo a toda costa, no con quienes niegan la vida y los derechos a las personas. No hay tolerancia con la intolerancia. Pero las mentalidades no se transforman con un eslogan o un gesto, sino a través de procesos largos, sutiles y misteriosos.
He visto en personas cercanas el cambio de sus posiciones en torno al aborto, el feminismo y las diversidades sexuales. Personalmente me sigo confrontando a mis lagunas en conocimiento y empatía, a las creencias sociales que se cristaliza en miedo. Miedo a lo desconocido o miedo a ser insensible.
Reitero que no es una invitación a los diseminadores de odio, ¡porque abajo con el patriarcado!, con los antiderechos y con los sistemas de creencia que nos ahogan en estados de sufrimiento.
Acercarnos a quienes piensan distinto
Sin embargo, los discursos de odio son peligrosos porque pueden atraer a quienes, desde la sensación de incomodidad, busquen soluciones simples (el bien o el mal), evitando explorar desde la curiosidad las distintas maneras de vivir en el mundo.
El museo debe intentar entender y acercarse también a quienes piensan distinto. A quienes se mueven desde el miedo. Proponerles aquello que les pueda acercar al otrx, contribuir a la reflexión crítica y a la transformación colectiva de mentalidades.
De otra manera, se convertirá en otro más de los lugares donde solo se encuentran quienes piensan igual o quienes ya son sensibles a una causa. Contribuyendo así a la idea de que ciertos espacios son para ciertas personas (“élites cultas”).
La sociedad es una confrontación constante de alteridades y la cultura un movimiento imparable.
¿Podremos parar de cavar la zanja que se expande para aislarnos del otrx?