Nada nos hace más felices que compartir textos disidentes e incendiarios. Con ustedes, un pedacito de uno de los trabajos más estridentes de ‘La desobediencia’, una antología boliviana de ensayo feminista.
Christian Egüez
Reconocerse como transidentitaria y disidente tiene una ventaja: podemos ser muchas cosas. Por eso nos presentamos así, porque nos resistimos a cualquier imposición, y vamos contagiando nuestra postura a quien le interese y se sienta cómoda con y en ella, queremos seguir una utopía donde tengan lugar las raras, los marginados, las periféricas y las inadaptadas.
Somos las que rompemos las normas y reglas del género que pretende imponernos un rol y una función que beneficie a este sistema violento y machista. No queremos que nada defina nuestro sexo, nuestro género y nuestra sexualidad. No somos hombres y evidentemente tampoco podemos decir que somos mujeres. No somos lo suficientemente masculinas para ser hombres, ni suficientemente femeninas para ser mujeres, y eso genera conflicto.
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Nosotras también luchamos contra un tipo de masculinidad. Esa que produce hombres golpeadores, homofóbicos, violadores, travesticidas y racistas.
Somos militantes de la diversidad y de las diferencias, de lo gay, lo marica, lo trans, lo no binario y todo lo que confunda y asuste al patriarcado. No nos reconocemos en la «minoría» porque nos sumamos a las putas, las travestis, las VIH positivas, las negras, las indias, las feas, las inmorales, las indígenas, las gordas y las pobres.
No le tememos al debate y a la crítica profunda y ácida. Este devenir en construcción es al mismo tiempo un deconstruir de nunca acabar y eso merece ser discutido.
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Somos anticlericales, claro que sí, porque la Iglesia sigue lustrando sus sotanas con la negación de nuestros derechos y libertades. Renegamos de nuestro bautizo y visitamos los templos solamente para ejercer el placer de la blasfemia.
Somos anticapitalistas, porque ese sistema es el que mantiene la opresión de las más débiles y les otorga el poder a los patrones del mundo y a sus clases dominantes, blancas y heterosexuales.
Somos las que no encajamos en los roles binarios, las hermanes que escribimos y hablamos como nos da la gana, somos unas resentidas sin remedio, las muertas de hambre que se acompañan en la soledad y la miseria, somos las que amamos a nuestras madres y repudiamos la figura del padre, somos muchas cosas y nada a la vez, pero sobre todo somos rabiosamente feministas.