Una de las activistas feministas acusada de pintar un grafiti en la Catedral de Sucre denuncia los intentos por silenciar el movimiento de mujeres en la capital boliviana.
En este texto reivindica su inocencia en un proceso judicial que fue abierto sin pruebas. Además, reflexiona sobre la intimidación colectiva que se pretende instaurar a partir de su caso.
Leí las declaraciones del padre Bernardo Gantier, que decía cuánto le dolía ver el muro de la catedral grafiteado. El sacerdote subrayaba la rabia y el dolor que sentía cada vez que veía lo que habían hecho con su monumento.
Entonces me puse a pensar. ¿Qué me duele a mí?
Me duele pensar que en este momento hay niñas en el mundo que están siendo violadas por su hermano, por su papá, por su tío. Y nadie las defiende. Me duele pensar en todas las mujeres cuyos testimonios he escuchado contándome cómo las han abusado repetidas veces cuando eran niñas. O cuando eran jóvenes y cómo hasta el día de hoy no pueden dejar de recordar esos momentos, esas escenas, esas violencias.
Mujeres de 20, 30, 40, 60 años, a quienes sigo escuchando hablar de las heridas que tienen en su alma debido a estas violencias.
Me duelen los millones de niños y niñas abusadas sexualmente por sacerdotes. Ellas y ellos nunca encontrarán justicia porque la poderosa institucionalidad de la iglesia católica encubre los delitos de sus clérigos. Les ayuda a escapar de la justicia y está muy presta a silenciar a las víctimas.
Me duele pensar en todas las mujeres que ahorita mismo están siguiendo una denuncia en contra de sus agresores. Pero tienen que estar yendo de aquí para allá. Buscando sus propias pruebas. Encontrando maneras de protegerse después de la denuncia, porque reciben amenazas del denunciado y su familia. Mujeres que se ven totalmente vulneradas por un Estado, por una Justicia que no las escucha, que no les cree, que no las atiende rápidamente.
Me duelen todas las wawas que ahorita están sin su mamá. Que la han perdido a manos de su padre y de un aparato judicial que no supo protegerlas. Víctimas de un sistema patriarcal que estaba más preocupado de su patrimonio cultural que por su vida.
Me duele esa wawa que se da cuenta de que su hermanita no es su hermanita, sino su mamá. Que la ha tenido a los 11 años y que él o ella es producto de una violación. Ese momento en el que una persona se da cuenta el por qué del rechazo de su mamá, por qué su mamá no le hablaba, porqué su mamá no le quería, por qué su mamá sufre tanto. Es porque la han obligado a parir siendo una niña víctima de violación.
Me duelen todas esas niñas que ahorita están embarazadas. Esas niñas que ni siquiera saben qué es lo que está pasando en sus cuerpitos, que ven su pancita crecer y se preguntan qué pasa. Me duele imaginar que un día las van a llevar a un hospital dónde tienen el derecho a que les interrumpan ese embarazo y les van a decir «mamita, vas a ser mamá». Sí, mamá. A esa edad, cuando ni siquiera entiendes cómo pasó ni entiendes lo que está pasando en tu cuerpo. No entiendes qué significa ese «ser mamá». ¡Ni siquiera yo lo entiendo!
Pero a esas wawas las van a obligar a parir. Les van a obligar a parir y van a arruinarles la vida para que gente religiosa se siente en su casa pensando «hoy salve una vida». Así duermen tranquilos en su fundamentalismo.
A mí me duele eso.
¿Estoy mal?
A ratos pienso y digo «tal vez yo estoy mal».
Tal vez debería dolerme más una pared. Tal vez debería dolerme mucho, mucho, más que rayen la puerta de mi casa. Que pongan un mensaje ahí y tal vez sería normal. Tal vez así mi mundo sería normal y mi vida mucho más sencilla. Podría quedarme callada en mi casa. No estaría sentada aquí, no estaría siendo criminalizada, acosada, señalada, insultada.
Tal vez estaría en mi casa tranquila viendo una serie televisiva e ignorando por completo todos esos dolores.
Pero luego me pongo a pensar y siento que no soy un bicho raro. Sino que hay miles y millones de mujeres en el mundo a las que les también les duelen estas injusticias. Hay un montón de mujeres que me han apoyado en estos días. He recibido sus mensajes, sus abrazos y su cariño. Ahí me doy cuenta de que ya no tengo miedo.
¿Me preocupa este asunto (de un proceso judicial forzado y sin pruebas)? Sí, he estado intranquila estos días. No he podido dormir. Estuve pensando un montón en lo que podría pasar.
El sistema de justicia está preocupado por escarmentarnos como activistas para silenciar las protestas por los derechos y la vida de las mujeres. Como decía en el periódico Correo del Sur, buscan castigarnos «de una manera ejemplificadora».
En esa actitud se refleja que lo que quieren estas personas, a las que les duele tanto una pared rayada, lo que es ponernos a nosotras como un ejemplo de disciplinamiento y amedrentamiento.
Nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio
Quieren intimidar a todo el movimiento feminista de Sucre y decir: «miren cómo están sufriendo. Miren el problema que tienen ahora. Miren como estas mujeres están siendo atacadas por la Justicia y por la sociedad. Así que cállense, quédense en sus casas, no vuelvan a salir cuando convoquen a una nueva marcha. No vayan, porque las van a meter a la cárcel».
Piensan que así van a detener a este movimiento.
Pero eso no va a pasar. Porque lo que ellos no entienden, lo que la gente no entiende, lo que el patriarcado no entiende, es que una mujer se hace feminista por su propia historia y que una mujer se hace feminista desde su corazón. Desde su individualidad y desde su deseo de dejar de vivir con miedo, dejar de vivir con dolor.
Esa mujer que sale a marchar y se moviliza junto a otras mujeres, lucha contra la tortura a la que nos somete este mundo, que ejerce violencia todos los días sobre nosotras.
Desde que me enteré del proceso iniciado en mi contra trato de pensar que no va a pasar nada, porque soy inocente.
Pero, pensándolo bien, para ellos no soy inocente, porque he cometido el pecado de gritar por lo injusto. He cometido el delito de salir a las calles a reclamar. No me he quedado en mi casa, calladita, aceptando todas las violencias sobre mí.
He decidido juntarme con otras mujeres, hablar de mis dolores, hablar de las violencias que enfrento. He decidido curarme, he decidido cuidarme, he decidido interpelar al Estado para exigirle justicia.
Para ustedes, los que defienden una pared, eso es lo que está mal.
Al pacto patriarcal no le importa la pared ni el grafiti
Hoy no estoy aquí porque ellos crean, o siquiera les importe si fui o no la que hizo el grafiti en la Catedral de Sucre. Estoy aquí porque he desobedecido su mandato patriarcal.
Ellos no nos tienen aquí porque piensan que hemos sido nosotras (las que pintamos el grafiti). Porque ni siquiera tienen pruebas en contra nuestra. A ellos no les importa siquiera encontrar a las personas que lo han hecho. A ustedes no les interesa hacer «justicia» por su Catedral. Lo único que les interesa es agarrar a un par de nosotras y usarnos para intimidar a las compañeras feministas.
Lo único que quieren los concejales de República 2025 es castigarnos. A través de mi compañera y de mí pretenden castigar a todas las mujeres de Sucre que se atreven a levantar la voz.
Ellos saben que somos inocentes, no tienen pruebas contra nosotras, porque nosotras no hicimos el grafiti en la Catedral.
Estos concejales, inocentemente, creen que con esto basta para frenar un movimiento que lucha contra las violencias y la vulneración de derechos. Pero, para su desgracia, las movilizaciones no se van a detener.
Esa es mi declaración.
Yo no realicé el acto iconoclasta en la Catedral Metropolitana de Sucre, pero respaldo completamente la acción de esas compañeras a las que desconozco. No sé quiénes son ni sé sus nombres, pero son mis hermanas. Tal como lo son las millones de mujeres, a lo largo del planeta, que luchan día a día en contra de las alianzas patriarcales como la que hoy nos acusa.