Las memorias de la cantante, traducidas por primera vez al español, muestran su pelea contra el racismo y la industria musical de EEUU.
F. Navarro
A Nina Simone le gustaba repetirse para sí una frase que le solía decir su amigo el escritor James Baldwin:
“Este es el mundo que tú misma te has creado, Nina. Ahora tienes que vivir con él”.
Cuando a la cantante le embargaba la tristeza, recurría a la reflexión del autor de Ve y dilo en la montaña, que, como ella, fue uno de los mayores azotes contra el racismo en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. Alta y desgarbada, con su aura de faraona milenaria, Simone (Tryon, Carolina del Norte, 1933-Carry-le-Rouet, Francia, 2003) se confesaba en sus memorias una persona insegura, falta de amor y en continua lucha contra sí misma, pero, especialmente, contra el mundo que le había tocado vivir, marcado por la fama y la segregación racial en su país.
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La editorial Libros del Kultrum edita en castellano la autobiografía de la diva con el título de Víctima de mi hechizo, publicada en 1991 en inglés bajo el nombre I Put A Spell On You. La traducción corre a cargo de Eduardo Hojman. A pesar de la sinceridad que parecen desprender las palabras de Simone en el repaso que hace de su vida, es importante señalar un hecho definitivo con respecto a este libro: la cantante publicó sus memorias poco antes de saber que sufría trastorno bipolar.
Entonces, la primera pianista negra en tocar en el Carnegie Hall, en Manhattan, desconocía la enfermedad que alimentó buena parte de su carácter indomable y volcánico. Tanto fue así que apareció en las páginas de sucesos, más allá de sus problemas con el fisco en EEUU, por disparar a dos jóvenes fans que la molestaban en su jardín. De esta forma, sus fuertes depresiones y arrebatos de furia estuvieron ligados a esta perturbación psicológica, tal y como se cuentan en otras biografías y en el documental What happened, Miss Simone?, dirigido por la directora Liz Garbus en 2015.
El deseo de libertad fue el motor del mundo que ella misma se creó con talento y tenacidad. Con una infancia tranquila en Carolina del Norte, Simone dejó todo por su carrera musical desde que a los 11 años fuera instruida por una maestra blanca de música clásica. Así, se marchó con 17 años a Filadelfia para formarse y renunció al gran amor de su vida, un chico llamado Edney, con el que perdió la virginidad. Años después, convertida ya en cantante profesional, quiso volver a recuperarlo, pero fue imposible. Le rechazó, pero ella nunca le olvidó.
Desde entonces, siempre tuvo un elevado concepto del amor, aunque sus relaciones con los hombres que más amó fueron naufragios en aguas turbulentas. Relata un duro suceso de maltrato de su marido Andy, quien la llegó a atar y pegar durante horas con un cinturón debido a un brote psicótico puntual. Ella le perdonó y luego terminó por convertirse en su manager. Sin embargo, le gustaba tanto el dinero que nunca entendió la necesidad de descanso de su famosa esposa y acabaron separándose. También fue amante del primer ministro de Barbados,que estaba casado, y por amor llegó a jugarse la vida en la agitada Liberia.
“He tenido amantes en muchos puertos y me he enamorado de naciones enteras”, escribe.
En su mundo también existía un compromiso inquebrantable con sus valores. Pasó de cantante de desamores a líder musical de la lucha contra la discriminación racial, encabezando la Marcha de Selma, en marzo de 1965. Le inspiró el activista Stokely Carmichael, del que se enamoró, pero un suceso anterior fue determinante: la muerte de cuatro niñas negras en 1963, en un atentado con bomba en una escuela de Birmingham (Alabama). El odio la invadió. “Quería salir a la calle y matar a alguien. No sabía a quién, pero a alguien que se opusiera a que mi pueblo obtuviera justicia por primera vez en tres siglos”. Llegó a coger una pistola, pero al final escribió Mississippi Goddam, cuya letra reza: “No estáis obligados a vivir a mi lado, pero dadme solamente la igualdad”.
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Para cuando estaba viviendo en Francia, sabiendo que EE UU ya no era su hogar, escribió:
“Yo sostenía lo mismo que defendía antaño: que la industria de la música está llena de ladrones, que EE UU es un país racista y que 20 años más tarde seguía castigando a los ciudadanos negros que se habían involucrado en el movimiento”.
El mundo de Nina Simone siempre fue un mundo en lucha. Un combate constante, también contra sí misma.