Las ideas y los sentimientos se nos agolpan mientras la escuchamos, una y otra vez, desgarrándonos el alma. La reina del soul ha partido y tras de sí deja un legado de talento y rebeldía que no podemos olvidar. Nuestro homenaje desde Muy Waso.
Mijail Miranda Zapata
“La historia de Estados Unidos surge cuando Aretha canta”. Lo dijo Barack Obama, el primer presidente negro en Norteamérica, explicando el porqué no había podido contener las lágrimas cuando Aretha Franklin (Memphis, 1942) cantaba “You make me feel like a natural woman” en un homenaje a Carole King. «Nadie encarna más plenamente (…) la forma en que las penas y el dolor se transformaron en algo lleno de belleza, vitalidad y esperanza”, agregó.
Aretha Franklin nació en Memphis y murió esta semana en Detroit. Ese recorrido de más de mil kilómetros no es una historia cualquiera, es el reflejo de una nación clandestina, para usar una referencia boliviana, marcada a fuego y sangre por la segregación racial, la violencia económica, las injusticias políticas y las migraciones masivas. Acaso mucho más de lo que Obama pudo encarnar desde la Casa Blanca, donde, a su paso, no dejó más que un austero y deteriorado capital simbólico.
You make me feel like a natural woman…
Memphis, a orillas del río Misisipi, vio por primera vez, hace 76 años, a la reina del soul. El nombre de este género de raíces afro, una mezcla entre la religiosidad etérea del góspel y la sensualidad corpórea del R&B, en castellano se traduce como alma y Aretha es precisamente eso, es la guarda del espíritu estadounidense negro, femenino, pobre, trabajador y combativo. Es la rebeldía hecha música, es la lucha hecha canción.
En esos términos, salvando diferencias, Franklin, dentro la industria musical, es como Angela Davis, esa mujer afro y comunista a la que en 1970 intentó salvar de prisión pagando una fianza de 250 mil dólares (al cambio actual casi un millón y medio).
“Tengo el dinero, me lo dieron los negros, ellos me hicieron financieramente capaz de tenerlo y quiero usarlo de un modo que ayude a nuestra gente”, dijo entonces. “Estuve encerrada (por alterar el orden público en Detroit) y sé que uno debe alterar la paz cuando no puede tener paz”, aclaró y reivindicó la figura de Davis como mujer negra luchando por la liberación de sus hermanos, difamada y perseguida desde los aparatos represivos del Estado.
“Siento que ella es parte de mi historia. Su música era, y continúa siendo, parte importante de mi propia vida, individual y colectiva”, respondió Davis, 38 años después de aquel acercamiento, cuando le consultaron si conocía personalmente a Franklin.
Nunca se vieron, nunca conversaron, pero, tal como dice la teórica feminista, con claridad y contundencia, la cantante supo inmiscuirse en el imaginario popular norteamericano, permeando la censura del establishment con su descomunal talento vocal y musical.
Lo hizo, por citar solo un ejemplo, transformando una canción de tintes machistas (“Respect”), compuesta por Otis Redding, en un himno de reivindicación femenina. “R-e-s-p-e-t-o, averigua lo que significa para mí”, ordenó Aretha a la posteridad con un canto desgarrado e imponente.
One of these mornings the chain is gonna break…
The Queen of Soul llegó al mundo en 1942 y le tocó vivir la Segunda Gran Migración Negra, en la que 5 millones de afroamericanos abandonaron los estados del sur, esos en los que aún hoy se enarbolan banderas confederadas, el mayor símbolo del racismo y el supremacismo blancoide, para buscar mejores condiciones en ciudades que prometían menos hostilidad y se perfilaban como un paraíso capitalista en gestación. A sus cuatro años llegó a la Detroit de las líneas de ensamble, donde la historia se repetiría, no como farsa, sino como tragedia.
Porque esa gran capital automotriz a la que llegó Franklin, parte de la vanguardia en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, beneficiaria de la explotación intensiva de la mano de obra en innovadoras cadenas de producción, el sueño americano en su máxima expresión, al día de su muerte, está convertida en una distópica urbe posfordista donde el 30% de las edificaciones están abandonadas, una periferia hecha de periferias, donde el derrumbe parece ser el común denominador.
https://www.youtube.com/watch?v=Hg_Tq3YppXg
Detroit es una ciudad donde probablemente sea difícil observar estatuas glorificando a los “héroes” confederados, también líderes del Ku Kux Klan, como sucede actualmente en el Estado de Misisipi, pero las cifras, tal vez con mayor elocuencia, reflejan una nueva forma de discriminación racista, la económica y social: un 82% de su población es negra y el 39% vive bajo el umbral de la pobreza.
¿Dónde queda Aretha en este enredo cuasi sociológico? La reina de esa alma agobiada por la exclusión, a pesar de su fallecimiento, es la viva expresión de un sentimiento que entrelaza y hace palpable con su voz aquella noción de interseccionalidad feminista que Angela Davis propone: género, raza y clase, como categorías identitarias para la organización de una resistencia cultural que finalmente pueda romper nuevas y viejas cadenas.
Freedom, think about it…
El 4 de abril de 1968, a poco más de dos kilómetros de la casa en la que Aretha vivió sus primeros años, en el motel Lorraine, Martin Luther King fue asesinado. Cinco años antes, en lo que ahora es una metrópoli fantasma en el corazón del estado de Michigan, según algunos historiadores, el activista por los derechos de la comunidad negra pronunció por primera vez ese famoso discurso en el que declaraba públicamente su sueño de que el color de piel no represente un conflicto en la convivencia entre norteamericanos. “I have a dream…”, dijo Luther King en la misma ciudad en la que Aretha, en sus últimos días, decidió rodearse de familia y amigos mientras un cáncer pancreático apagaba su voz lenta e inevitablemente.
“Tengo un sueño”, parece haber repetido también a lo largo de su vida nuestra reina. Un sueño de libertad, de emancipación, de alegría rebelde. Un sueño que no pudo apagar su temprana maternidad, se embarazó a los 12 y a los 15 ya tenía dos hijos, ni una convulsa vida marital marcada por un machismo del que supo apartarse no sin antes dar una dura batalla.
Un sueño que seguramente sintió cercano a materializarse cuando, después de cantar en el acto de posesión de Obama, se emocionó con “la promesa de que el mañana llegará”, según sus propias palabras.
Un sueño que nació cuando apenas tenía 14 años y ya había grabado su primer disco. Un sueño que la llevó a grabar con los sellos más importantes de su época y a situar su nombre en los primeros lugares de los principales ránkings de éxitos. Un sueño que la condujo a ser la primera mujer en el Salón de la Fama del Rock & Roll.
Un sueño que, con su partida, nos ha sido legado, con la responsabilidad de nunca silenciar ese melodioso canto que reclama libertad. Let your mind go, let yourself be free…