En la semana previa al Día Internacional contra la homofobia, transfobia y bifobia, la Policía boliviana intervino un sauna gay. El allanamiento, el tratamiento hecho por algunos medios y la reacción de la gente en redes sociales, revelan rasgos homofóbicos en la sociedad boliviana.
Esta columna fue publicada en La Razón con el título de Matar al maricón.
Todo homosexual ha sentido alguna vez el miedo de besarse en la calle. A muchos nos han golpeado, insultado o lanzado miradas de reproche por hacerlo, como si una muestra de afecto fuese un acto de depravación.
Socialmente, los prejuicios han llevado al maricón a la construcción de espacios ocultos al ojo público: discotecas, cafés, saunas y otros. Son espacios destinados a que aquellas personas que se fingen heterosexuales en su día a día, puedan dejarse ser y encontrarse con sus iguales.
En 1990 se eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales de la OMS. En conmemoración, cada 17 de mayo se recuerda el Día internacional contra la homofobia, bifobia y transfobia.
Ante esto, es irónicamente doloroso lo que sucedió pocos días atrás en la ciudad de El Alto.
El 8 de mayo algunos policías ingresaron en un sauna gay bajo la excusa de haber recibido denuncias informales y maltrataron a los clientes del lugar al grado de tomarles fotografías sin respetar su privacidad.
Como producto del allanamiento, quedaron detenidos tres empleados del local acusados de pornografía y delitos contra la salud pública. La imputación presentada a la fiscal tiene claros tintes de homofobia y morbo.
«Los prejuicios han llevado al maricón a la construcción de espacios ocultos al ojo público: discotecas, cafés, saunas y otros»
Una intervención homofóbica
En lugar de explicar por qué serían relevantes los cargos, se detiene solo en señalar la orientación sexual de los implicados, recalcándola prácticamente en cada línea. Pareciera que el reporte, más que esclarecer los hechos, buscara reprocharlos por su orientación.
Una imputación de tal naturaleza demuestra que hubo un grado de homofobia instalado en quienes ejercieron la intervención. Por lo tanto, todo el proceso puede perder objetividad y teñirse de prejuicio.
Los imputados estuvieron en celdas policiales hasta cinco días después de los hechos y lograron salir en una suerte de libertad transitoria en lo que se realiza la investigación.
Adesproc Libertad se hizo presente en el proceso y se muestra con el compromiso de continuar su acompañamiento hasta el final. Si bien está lejos de haber concluido, este hecho permite leer algunos de los niveles sociales de homofobia institucional y cultural de nuestro entorno.
El primero claramente es el propio acto policial, acompañado por el texto de la imputación, la reacción inicial de la Fiscalía y el proceso penal actual.
Un segundo nivel, menos evidente, está en el modo en que los medios de comunicación transmiten la noticia. En muchos casos, logra una revictimización de los implicados. Programas de medios muy populares, como Notivisión, no dudaron en titular al hecho como “Intervienen prostíbulo de varones” e incluso dejaron circular algunas fotografías tomadas por la Policía en el lugar.
No se preguntaron, en ningún momento, cómo afrontar una noticia de clara violación a los derechos humanos de una población vulnerable.
El tercer nivel
Un tercer nivel de violencia, muchísimo menos evidente, está en los receptores de la nota. Personas que comparten el morbo con risas y burlas. Personas que justifican a la Policía, reprochando la existencia de un sauna gay cuando no están dispuestas a normalizar la homosexualidad.
Personas que, desde el privilegio de jamás haber sido discriminadas por su orientación sexual, se sientan a juzgar al otro y a quejarse de que no tienen un colectivo que les defienda, sin detenerse a pensar que el colectivo que los defiende es el mismo sistema patriarcal que, en esta ocasión, encarna en los policías que allanaron el sauna ese día.
A veces pensamos que homófobo solo es el que golpea a un homosexual en la calle o le grita maricón. Homofóbico también es quien se enoja cuando ve un beso gay en una película de Marvel y habla de “inclusión forzada”.
También lo es quien se sienta en el trono de la moral juzgando de pervertido a quien va a un sauna gay, pero no le tiembla el bolsillo a la hora de pagar a una trabajadora sexual por sus servicios. Homofóbico también es el sacerdote que en su homilía le dice a su audiencia: “Yo soy un mártir porque la sociedad me crucifica por oponerme a los homosexuales”.
Homofóbico también es quien piensa que los hombres imputados han recibido su merecido por estar en un lugar así. O la madre que reza cada día por que su hijo no le salga gay. Homofóbico también es quien se ríe de los pobres maricones que merecen ser golpeados por eso, por maracos.
Te llamo a pensar, pues, si sigues formando parte de esta cadena de violencia silenciosa que golpea, que silencia, que mata.