Diversas colectivas y grupos feministas convergen en Tarija en una lucha común. Se articulan desde la rebeldía, el arte para la transformación y el acompañamiento, en sueños y luchas, desde las coincidencias y las diferencias.
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La historia de Natalia Humacata bien podría ser la misma de muchas otras bolivianas y tarijeñas. Ella perdió a una amiga cercana a manos de un feminicida: Marcelo Ostria. Él fue beneficiado por la Justicia cambiando la tipificación de su crimen y recibió solo 8 años de prisión. Meses antes, Ostria fue involucrado en otro feminicidio, ocurrido en 2016.
El caso de la amiga de Natalia fue acompañado por el colectivo Ni Una Menos. Natalia cuenta que, en este proceso, decidió ser parte de ese colectivo. Había comprendido la importancia del acompañamiento que se brinda a las familias que atraviesan por este tipo de pérdidas. Entendió que, además, estas mismas familias, con todo su dolor encima, también se convertían en víctimas de una justicia corrupta.
El andar feminista en Tarija
En ese andar coincide con el colectivo Mochas Copleras. Un grupo que se formó en 2017 y que lucha por los derechos de las mujeres desde entonces. En sus inicios, las Mochas Copleras surgieron desde las voces de cuatro mujeres que se juntaron para hablar del derecho a decidir.
Luego, las «mochitas» se manifestaron a través de las tradicionales coplas chapacas, interpelando una cultura machista y poniendo el cuerpo en las calles. Especialmente durante todos los carnavales, una de las «celebraciones» populares más violentas contra los cuerpos de las tarijeñas.
“En mi recorrido (personal) y en medio de un proyecto que venía gestando con mi compañero (el Movimiento Cultural Ramé), coincidí con Ivaginarias«, relata Natalia sobre su andar entre los feminismos tarijeños.
«Con ellas (las Ivaginarias) soñamos mil cosas. Entre ellas, escribir la versión tarijeña de Canción sin Miedo. Este sueño se hizo realidad gracias al esfuerzo y compromiso de mujeres autoconvocadas que unieron sus voces y dieron a luz el Ensamble Imaybé”, cuenta Natalia.
El acuerpamiento pandémico
Durante 2020, en los meses más crudos de la crisis sanitaria y el Gobierno de facto, las colectivas Ivaginarias y Mochas Copleras se articularon para hacerle frente a la violencia en Tarija. A ellas se sumaron, cada vez más, mujeres autoconvocadas que fueron dejando de a poco la virtualidad.
Entonces pusieron el cuerpo nuevamente en las calles. Las consignas comunes se resumían en “el barbijo no es mordaza” y “perdamos el miedo, sin perder el cuidado”.
En septiembre de ese mismo año, movidas por un hecho ocurrido en Bermejo, la movida feminista tomó aún más fuerza. El entonces comandante de Policía de esa ciudad, Anibal Rivas, emitió declaraciones misóginas de manera pública: culpabilizó a una víctima de violación y cuestionó su denuncia.
La indignación que desataron estas declaraciones, derivó en un plantón virtual nacional. Mujeres de todos los departamentos denunciaron a “pacos” violadores, violentos y feminicidas. La mayoría, «encubiertos» y protegidos por la institución verde olivo.
La destitución de Anibal Rivas como comandante de Bermejo fue una muestra de la fuerza de la lucha colectiva y conjunta de los feminismos tarijeños. Así llegaron nuevas propuestas de tejidos, con las formas de activismo que ya se venían desarrollando, pero con una nueva perspectiva y enfoque de acompañamiento.
El acompañamiento en la diferencia
“Nuestras diferentes manifestaciones de libertad, nuestras disidencias, nuestras diferencias, nuestros feminismos nos encuentran y nos hacen reconocer la importancia del acompañamiento», reflexiona Natalia.
Ella piensa en este acompañamiento como uno que se hace en el cotidiano, en «el día a día de sueños, de proyectos y de luchas”.
Así es como se abraza y nombra este acompañamiento feminista que transmuta y se va encarnando desde diferentes territorios.
Una puesta en evidencia de la potente labor que realizan colectivos como Ni Una Menos, con su acompañamiento a familias víctimas de feminicidio. Muy a pesar del peso emocional que significa para sus integrantes.
O el impacto de las Mochas Copleras al salir con sus mantas verdes por el derecho a decidir y una potente caja chapaca. Así se reivindican, desde la copla, desde la no violencia, desde aquello que se gesta a través de la música y el compromiso con las luchas sociales.
No solo en el momento de reunirse a cantar, sino desde la composición, el sentarse a pensar qué cantar en colectivo e ir a los ensayos para conocer a la compañera que tienes al lado. Para aprender de historias que son distintas a la tuya, aquellas desde donde nacen las luchas comunes.
O el del artivismo de la colectiva Ivaginarias y su intención por promover una transformación desde adentro. Una despatriarcalización íntima, desde la sensibilidad, la creatividad y el arte.