No es raro para nosotras, las mujeres, tener charlas donde, de un momento a otro, recordamos nuestros pasados heridos, agredidos y, a veces, mal curados.
En una suerte de aquelarre, terapia o contención, relatamos, con calmita, con llanto de fuego y bronca, cómo los hombres en nuestras vidas, desde parientes hasta completos desconocidos, nos han visto como un pedazo de desecho para herir sus heridas malcriadas y malsanas. Sus decisiones conscientes de ejercer poder sobre nuestra integridad, dignidad, cuerpos y proyectos de vida.
En esta tribuna, con la voz de mis ancestrxs, con el feminismo que me salva la vida, el espacio que habito y con mi verdad, te quiero contar tres momentos donde el problema no son las flores.
El primo violador
Qué difícil es que te crean. Yo me creí solita por mucho tiempo. Yo entendí, así de chiquita, que algo no estaba bien. Que eso no era normal y frené a mi agresor. Yo me salvé, mejor dicho, la niña fuego que siempre fui, me salvó.
En ese entender y desentender, en el silencio y la complicidad familiar, es imposible pensar en la justicia ordinaria. Y, a eso, también vives años de años pensando que también eres culpable por “no denunciar”, por no hablar a tiempo, por romper a tu familia.
Pasó más de una década para poder hablar sin que duela tanto. Para sanar y entenderme. Para valientemente decir lo que me pasó y lo que no debería seguir pasando.
Y es que nadie nos enseña a decir no. Y cuando te nace el impulso eres mala, bruta, grosera, poco gentil, mala mujer.
El libro Jampikuna fue mi despertar consciente a muchas cosas, fue encontrar una red que, por primera vez, me dijo TE CREO y encontrar a muchas mujeres y hombres que sentían como yo.
Unos años después de publicar el libro, un amigo, el primero al que conté sobre la agresión sexual que sufrí, violó descaradamente, junto a otro cobarde, a mi amiga.
El ex tóxico
¡Qué hermoso es poder amar!
Y que duro es que, en ese amor, con toda la vulnerabilidad y confianza, acaben agrediéndote.
“Ya le escribí a ese tu ex, le dije que le agregarás de nuevo”.
“¿Por qué ya no te importa mi gato? ¿Acaso no lo quieres? Te conté que está mal y nunca más me respondiste”, “Y si estoy borracho y destruido es porque te extraño, porque la cagué y ya no quiero vivir así”, “Yo solo sé que te amé como nadie, pero si no quieres saber más de mí, así será”.
Las últimas frases, con intenciones de actitudes repetidas: manipulación y falta de responsabilidad.
18 mensajes borrados, 20 llamadas perdidas de un número archivado y mi palabra final de no querer saber más de él. Una persona que apelaba a todo problema para ser siempre una víctima más y con su narcicismo y manipulación llegó a ofrecerme lo más bonito y lo más doloroso en un año.
Tuve que llegar a mi casa con amigxs y familiares a terminar con él (la segunda vez).
Tuve que llorar, sin saber qué hacer, mientras él vomitaba al lado de una camilla de hospital la carga de pastillas que se metió, para que decida terminar la relación (la primera vez) y también tuve que nadar mucho hacia arriba para respirar un duelo y culpa de una cultura de shock heredada. Esa que nos dice que debemos “conciliar” con el depredador.
Como aprendí a hacer oro de lo que toco en la resiliencia, pude volver a sanar, a saberme digna y merecedora de todo lo bonito, de todo lo que no daña, de lo maravilloso.
Ahora, agradezco la suerte de tener una red de cuidado, que no me juzga o que, a la ligera, me pida “salir a la primera”, “no exagerar, aguantar un poco”.
Un día, en un grupo de WhatsApp, llega un mensaje de denuncia de violación contra mi ex por parte de una mujer. Leerla fue mirar esa punta del iceberg de la que nunca quise que me domesticara y logré salir con fuerza felina.
No es nada grato ni feliz decir «no fui yo», porque nadie merece ser tratada así, menos violentada menos con alguien que quieres… Y a ella es a quien le creo.
Al final la culpa, la respuesta, la vergüenza y la justicia de la vida y de las almas, debe recaer en una sola persona: EL AGRESOR.
Hoy puedo hablar así porque así también el feminismo, algunxs familiares y mis amigxs, me han sabido contener, hablarme con dulzura firme.
Y me creen.
El pretendiente aliade
“Eres tú mi futura exnovia tóxica?”, fue la frase de “conquista de arranque”.
Me sentí descolocada y con miles de preguntas en la cabeza: ¿acaso éste romantiza lo tóxico?.
Ha debido ver al menos tres publicaciones mías y aún se atreve a decir esto.
¿Existen hombres a estos niveles? A esos y a peores.
Decidí responder con un “espero que no creas, a ningún nivel, que esto es halagador”.
Días después, el aliade me dijo que es una frase marketera, que me provocó algo y que él nunca, por nada del mundo, violaría o drogaría a chicas que le dicen no en la disco. Pero que admite, con hidalguía, reírse de “chistes negros”, “que exageramos en estos temas” y que, por favor, no nos metamos con los animalitos, porque ellos son los únicos “que no se pueden defender”.
Cuando lo comenté con unas amigas, en un plan de analizar a aquél que a veces nos es tan lejano, reconocíamos la mercantilización de los cuerpos, las mentes y las causas.
Ahora ya no se sabe si se regala o no flores, si nos quieren valientes, libres y empoderadas junto a una Pepsi o una Coca Cola. Si la libre es Maité Flores o la mujer que cursa todas las especializaciones de la academia de los Doctorados.
Si soy mala feminista por no dar nombres en esta columna, por mostrar mis tetas en la marcha, o por gritar que no soy sorora con opresoras. O por admitir que he amado a los hombres que, de una u otra forma, me han agredido y precarizado: mi padre, mi hermano, mi amigo, mi pareja, mi sociedad, mi cultura.
Y la palabra conmemorar nos queda grande: porque, para mí, el problema no son las flores ni la Maité. El problema es seguir en el lenguaje capitalista, precarizándonos con la culpa y miedo de este lado.
¿Acaso lo precario está solo en lo económico? Si este sistema nos quiere sufridas siempre, como madres, como amantes y como putas.
Nos quieren también peleadas y cómodamente disminuidas a una condición (cuando conviene) de unión por vagina, sin celebrar el disenso. Nos quieren despolitizadas desde lo personal, colectivo y hasta de convicción para seguir reproduciendo patrones patriarcales y machistas.
Así nos quieren: sin magia, sin poder y sin comunidad
Ante ese panorama, que parece extremo, pero es más común de lo que crees, te invito a cuestionar lo incuestionable: LA HERIDA.
La que te impulsa al pacto patriarcal. A convertirte en aquello que odias tanto, la que te va a incomodar, la que heredaste, la de Colón, sus violadores y asesinos. La de tus mocasines, la de tu “no me representan”.
Mira con atención a estas “malas mujeres”, las eternas que supieron trascender tiempos. Porque aún nacen, existieron y existen las mujeres barro, mujeres loto, mujeres con llajua, mujeres de trenzas históricas.
Esas que gritan: “¡Somos malas, podemos ser peores, y a quién no le guste, se jode… se jode!”
A ellas, a las niñas, ancianas y hermanas con energía incómodamente libre, contradictorias y sanadoras, las que bailan con los elementos. Mujeres que se deben a ellas mismas, las que transforman desde lo más bonito, lo que no es para tu consumo.
Gracias, por salvar mi vida, por darle dignidad.