La desinformación, el racismo, la homofobia, el machismo y la manipulación política propician un ambiente tan devastador y asfixiante como el de los incendios forestales. Las maricas, los cholos, las indias, los collas, los campesinos, no son los culpables ni deben cargar con la culpa de las élites económicas que miran la destrucción desde el palco, con una sonrisa siniestra.
Christian Egüez/Marica y Marginal
“Ni collas, ni coca, el bosque no se toca”, “Si Evo quiere coca, que plante en Orinoca”, fueron algunos de los cánticos en las concentraciones que han estado ocurriendo por las noches en Santa Cruz de la Sierra, en la plaza principal 24 de Septiembre, por los incendios en la Chiquitanía y la Amazonía. Cánticos que empezaron de otra manera, pero que terminaron en el lugar de la grosería. No es el odio machista y racista lo que va a apagar las llamas, todo lo contrario, ese mismo odio es el que nos ha llevado a este punto “incendiario”. El odio y el menosprecio a la vida y la diversidad que se acumulan en la selva: las flores, los animales, los manantiales y campos.
¿Ahora que todo está ardiendo y en las comodidades de la ciudad se respira humo, recién nos damos cuenta que lo verde es más que una postal bonita? ¿Sucede que el problema de todo son siempre los collas, las putas y los maricas? Debemos tener cuidado con eso, el racismo machista y los odios coloniales también duelen, también arden. Hay que educarse y sanarse del odio histórico entre cambas y collas, la vileza racista solo beneficia a los poderosos, a las autoridades soberbias y a los patrones de la agroindustria. El odio solo aviva las llamas del capitalismo salvaje extractivista y pirómano.
https://www.facebook.com/111006926932384/videos/1129218340601428/
Nuestro papel debe ser otro. Pongamos atención a la voz de las activistas del medioambiente y la tierra. Ha sido emocionante escucharlas en las manifestaciones y entrevistas en medios de comunicación y redes sociales. Son las interlocutoras del bosque y la fauna que hoy sufre carbonizada, son el oxígeno en medio de tanta tristeza, son la voluntad de manifestarse y luchar por alargar un poco más nuestra subsistencia en este mundo. Quizás ese es nuestro papel: ser la esperanza que devuelva el espesor a la Amazonia y el paisaje a los bosques chiquitanos.
No cometamos nuevamente el error histórico de buscar culpables únicos y verdaderos. El Gobierno culpa a la derecha; la derecha al Gobierno; la gente responsabiliza a Evo Morales. ¿Cuándo vamos a asumir nuestra parte? ¿Qué hay del empresariado cruceño y la oligarquía boliviana que financian avasallamientos de tierras?
Mientras le seguimos agrandando los bolsillos a una mafia de señorones bien comidos, validamos todo el tiempo un sistema de consumo grotesco, pornodevastador.
La ampliación de la frontera agrícola y el aumento de las «quemas controladas» se hacen en nombre del desarrollo capitalista que tanto nos embriaga en septiembre, que tanto relucimos con el pecho inflado en la FEXPOCRUZ, entonando el himno mientras celebramos el precio del auto más caro, la azafata mejor pagada, el toro más pesado.
Se arma un festín celebrando que hay mucho dinero acumulado en pocas manos.
Tanto elogiamos la actividad ganadera y agrícola que le dan a esta tierra, Santa Cruz, el título de «motor económico del país» y ahí está, en la Chiquitanía, la ficción capitalista cayéndose por sí misma. El asfalto podrá florecer en malls y el centro empresarial Equipetrol podrá verse más lujoso, pero quién nos devuelve todo el paisaje perdido y devorado por el fuego. Nadie.
El odio regionalista, racista y machista no le devolverá a Roboré su imponente verdor, pero un cambio radical sobre cómo nos estamos englutiendo el mundo puede que sí, quizás sí. Repensar nuestras formas de exigir y protestar también puede hacer un cambio. Es urgente reconocer al bosque y a los animales como sujetos soberanos, dotados de derechos e incluirlos –de alguna manera– a las dinámicas de participación en lo político. No podemos hablar de democracia excluyéndolos, no podemos construir soberanía sobre la muerte y el aniquilamiento de los sujetos subalternos.
Volviendo al punto, no se puede no reconocer el machismo, el racismo y la xenofobia que transitan en los plantones y las marchas. Por supuesto que esto no invalida la voz de denuncia y rabia contra los que desmontan y tumban árboles, menos contra quienes permiten leyes y decretos mortíferos para la naturaleza. Las manifestaciones en la ciudad son la voluntad de transformación, nos recuerdan lo importante que es resguardar la selva y a todos los seres que la habitan.
Lo que estamos reclamando es poder protestar por una causa que también nos afecta sin tener que ser agredidas. Nuestro pedido es legítimo: ni las maricas, ni las putas, ni las collas podemos seguir siendo el cuerpo donde recaiga el empute social al estilo del cantinero alcoholizado. No podemos y no permitiremos seguir siendo el lugar donde se acolchonen los racismos, los clasismos y la homofobia.
No he visto a ningún «influencer» ni medio de comunicación pronunciarse por esta razón, el racismo machista está tan naturalizado e instalado política y culturalmente que ni lo percibimos. No se puede defender el derecho del bosque y la biodiversidad atentando contra los derechos de otros y otras.
Asumamos que tenemos actitudes que retrasan, superemos nuestros odios, sanemos de tanta infamia poscolonial. Aprendamos que las maricas no somos el basurero donde todos pueden depositar sus miserias. El fuego ya arrasó con tanta vida, que no arrase también con nuestro espíritu.
Las llamas pasarán -ojalá pronto-, pero el racismo se queda, la homofobia se queda. Eso también es inflamable. Si no nos damos cuenta, quizás es porque ya tenemos el alma calcinada.