La lucha por el reconocimiento de la identidad afroboliviana sin estereotipos ni estigmas tomó un fuerte impulso en las últimas décadas, apoyada en el arte y la saya. En el feminismo también se siente un aire de transformación, alentado por las mujeres afrodescendientes.
Este trabajo fue respaldado por el Fondo de Apoyo a la Producción Periodística de Mujeres y Personas LGBTIQ+ de la Revista Muy Waso. Si quieres aportar a la sostenibilidad de este y otros proyectos, déjale un aporte al CHANCHITO MUY WASO.
Está frío, hay oscuros nubarrones en el cielo y lloviznas pequeñas mientras cae la tarde. Es un día ventoso de noviembre, Carmen Angola está a punto de colgar la llamada. De fondo se oyen los platos sobre la mesa, a sus tres hijos jugando entre carcajadas, la televisión encendida y una brisa entre los árboles.
Con seguridad estuvo en una cena familiar en el medio del patio de su casa, allí en la comunidad yungueña de Coscoma, situada al noreste de la ciudad de La Paz.
Carmen Angola: mi arte es un homenaje a la memoria

Carmen es una fotógrafa apasionada y una de las retratistas más reconocidas en Bolivia. Bajo su lente intenta construir memoria colectiva sobre lo que nombra como “mi gente, mi comunidad”.
Nació en cuna de artistas, quizás por eso su pasión por detener el tiempo en una foto es casi innata.
Fue violinista y gimnasta olímpica. Pasó a estudiar la carrera de Arte y Diseño en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) para, finalmente, dedicarse a la fotografía.
De padre afro y madre aymara, Carmen Angola nació en la ciudad de La Paz. Armó su primera exposición tomando fotos a miembros de su comunidad y su familia. Actualmente, su trayectoria reúne más de 40 exposiciones colectivas en Bolivia, algunos países de Europa y Estados Unidos.
Casi siempre lleva colgado, en el hombro o el cuello, el instrumento que la cautivó desde que era una niña: una cámara fotográfica. La misma que utilizó para hacer su primera foto a los 12 años. Aquella que tomó a su hermano sobre unas gradas en Copacabana.
“Allí empezó todo”, recuerda.

En la Universidad comenzó a sacar fotos más seguido. Viajaba a las fiestas de su natal Coscoma y hacía clics a escondidas porque la gente le tenía cierto recelo a las cámaras. A otras personas les pedía que posaran para su lente. De esta manera fue recolectando un álbum de fotos que después planeaba exponer. Y lo logró.
Su primera exposición se realizó en una sala de la UMSA. “Ese fue el paso para abrir mi vida artística y compartir (imágenes) sobre mi comunidad con los demás”, añade.
Carmen se define como una mujer rebelde, aunque admite que le costó superar obstáculos para construir su carrera artística.
«Mi vida fue una lucha constante contra un hacerte menos por ser mujer, artista y negra».
La reivindicación de la memoria
Su trabajo reivindica la importancia y el valor de las mujeres en la economía familiar y las comunidades afrodescendientes en Bolivia. Pigmentos sepias y las miradas de la comunidad afroboliviana caracterizan las imágenes que la fotógrafa recoge para sus exposiciones.
“Me gusta fotografiar aquello que no está a simple vista”, cuenta. Para ella, la imagen hace reflexionar y recordar.
“Quiero tener registro. El poco registro que se tiene sobre las personas afrodescendientes intenta mostrar que nuestra historia comenzó con la esclavitud. No es así. Quiero cambiar eso, quiero contar otras cosas sobre nuestra historia y memoria a los que vienen detrás”.
Le encanta que la gente se observe en sus fotos, que se reconozca. “Y luego me digan, ¿ese soy yo?”. Le agrada que se contemplen sonriendo, que amen su cabello chiri, la nariz y ojos grandes, los labios gruesos. Piensa que es lindo “que la gente se sienta feliz al mirarse en un libro o una exposición”.
“Mi arte es un homenaje para la vida del pasado, es necesario tener registro sobre nosotros, poder representar a mi gente y a las mujeres con el valor que se merecen”, continúa.
El arte es un camino para reivindicar lo afroboliviano, así lo asume Carmen. “Por eso me dedico a sacar fotos a mi pueblo y mostrar un poco de lo que significa ser negro en Bolivia (…), para mantener registro y memoria”.
Por eso mismo, en sus relatos visuales busca representar la fortaleza de su pueblo y confrontar los prejuicios.
Carmen reconoce que el trabajo de otras mujeres inspiró a nuevas artistas de diversas generaciones y estilos. Ahora mismo hay jóvenes afrobolivianes que están irrumpiendo en el arte y la cultura con su propia mirada y sensibilidad.
Así se reflejan, creativamente, identidades y disidencias como escenarios de reivindicación social, política y cultural.
El camino hacia la Constituyente
Históricamente, la población afroboliviana reivindicó sus derechos a través de la música: la saya fue una herramienta de visibilización y lucha. Actualmente no es la única.
De hecho, existe un movimiento histórico y emergente que expresa la reivindicación de su identidad, de forma política, vinculada a la denuncia a través del arte.
La construcción del movimiento social y cultural afroboliviano también partió desde ese sentido de autoafirmación y reconocimiento por medio de la danza: la saya como un instrumento organizacional e identitario.
En el año 1980, surgió una iniciativa que iba a cambiar el curso de la historia del pueblo afroboliviano.
Fue un proceso de revitalización de la saya iniciado por los estudiantes y los maestros del Colegio “Guerrilleros Lanza” de Coroico. Su objetivo era promocionar la música y la danza de la saya, además de promover el turismo en la fiesta patronal de Coroico.
Posteriormente, la danza de la saya fue interpretada también en las ciudades. Así comenzó un proceso de construcción del proyecto político afroboliviano.
Casi una década después, en 1988, nació el Movimiento Cultural Saya Afroboliviano (Mocusabol), gracias a un grupo de mujeres y varones de la región Noryungas y de sus comunidades. Fue un gran paso para la integración y reivindicación del pueblo afrodescendiente.
La saya permitió que los afrobolivianos se reencuentren y «reproduzcan su identidad étnica-social».
En 2001, nació el Centro Afroboliviano para el Desarrollo Integral y Comunitario (CADIC) como brazo político del movimiento afroboliviano, liderado por la artivista Marfa Inofuentes.
En el mismo periodo histórico, durante el censo de 2001, se planteó el concepto del «autoreconocimiento étnico» pero no se contemplaba a la población afroboliviana. Fue entonces cuando las mujeres afrodescendientes lideraron la lucha por el reconocimiento, sus derechos y sus demandas.
Protestas al ritmo de saya
En la Asamblea Constituyente desarrollada entre 2006 y 2008, el movimiento afroboliviano impulsó y logró la inclusión y ampliación de su protección constitucional con diversas estrategias políticas y culturales sustentadas en el reconocimiento identitario.
De esta forma, se incluyeron disposiciones específicas orientadas al reconocimiento de las comunidades afrobolivianas como parte del Estado boliviano.
Uno de los principales instrumentos que hizo posible que las activistas afrobolivianas consigan su propósito fue el uso estratégico y político de la saya.
De este modo, la nueva Constitución Política del Estado, aprobada en enero de 2009, recoge las propuestas y demandas planteadas por el pueblo afroboliviano.
“La saya es importante, para otros solo significa música. (Pero) es un encuentro que nos hace recordar nuestra historia, como si sintiéramos el poder de cambiar lo que pasó antes. La saya es reivindicación, es historia, es recordar a nuestra gente”, asegura Carmen.

Ahora, la saya —como espacio de acción política— se va reconstruyendo como lugares simbólicos de crítica a los estereotipos y reconocimiento a nuevas luchas, como las de los feminismos. Es el caso del primer grupo de «Saya Afrofemenina».
Sharon Pérez: cada obra es un paso de desconstrucción vital
Cuando la artista plástica Sharon Pérez hizo una exposición en la ciudad de Santa Cruz, los espectadores pensaron que las obras le pertenecían a algún artista varón.
No imaginaban, con un sesgo machista, que detrás de ese trabajo había una mujer. Especialmente por el tamaño de las obras, las técnicas en metal y porque todos los retratos mostraban a otras mujeres.

Sharon es artista plástica y diseñadora gráfica. En su tiempo libre canta. Su arte, plasmado en objetos y metales, es producto de la búsqueda de identidad propia y colectiva como afroboliviana.
Ella ata sus creaciones con su identidad, pintando retratos de mujeres afrodescendientes sobre metal corroído, sillas y marcos de ventanas.
La necesidad de encontrarse a sí misma, la llevó a narrar su comunidad, romper con los estereotipos en torno a la mujer negra e inspirar a nuevas artistas.
Su última exposición de arte y performance, que teje identidad e historia, denominada Diandi Otenes («¿De dónde eres?») concluyó el 14 de noviembre de 2021, en la ciudad de Santa Cruz.
Algunas trenzas con cuerdas de lana de oveja dan relieve a sus retratos de mujeres pintados sobre metal. En el escenario cuelgan una decena de otras trenzas más grandes.
La pintura e intervención de los objetos surgió luego de que concluyó su carrera universitaria y la necesidad de verse reflejada. Tener esos espejos donde una persona puede mirarse y representarse sin culpa.
Pintando sobre ventanas, maderas, puertas y bases de metal, la obra de Sharon fue tomando una fuerza simbólica para recorrer su historia. Un camino en el que la artista también se encontró a sí misma.
El cuestionamiento y la representación
“Me interesa contar la historia afroboliviana, me interesa hablar de nuestra identidad y nuestra belleza para cuestionar ese patrón estético racializado con el que crecemos las mujeres”, apunta Sharon.
Ahora sus exposiciones le permiten conectar con la historia de su comunidad y dar una segunda oportunidad a los objetos. Sharon también cuenta historias a través de los objetos y termina retratando a las personas que los poseen.
“Cada obra y exposición artística es un paso de desconstrucción vital”, dice Sharon. No es coincidencia, entonces, que su arte gire en torno a la afrobolivianidad y tenga una perspectiva feminista.
Sharon asegura que toda su vida buscaba parecerse a alguien que no era, lo que la llevó a cuestionar los patrones sobre las identidades y los cuerpos.
Es así que Sharon decide, en cada obra, mostrar la fuerza y lucha de cada una de las mujeres retratadas. De esta manera, les da la oportunidad de verse representadas sin estereotipos ni prejuicios.
“Veo el potencial que tenemos y cómo las nuevas generaciones van a poder reflejarse en nosotras, construyendo espacios de autoidentificación y espejos, ¡eso me emociona!”, celebra.
En su opinión, el arte es la ventana correcta para llegar a las emociones y transformar los estereotipos.
Sharon asegura que es importante que los colectivos de mujeres artistas busquen ocupar espacios públicos y privados para que las mujeres que viven del arte no transiten por las sombras. Como sucedió con muchas de las artistas bolivianas a lo largo de la historia.
La investigación El siglo de las mujeres. Mapeo de las mujeres en las artes en Bolivia: 1919-2019 es el primer documento en el que se pueden encontrar datos biográficos y las trayectorias de 3,124 mujeres que contribuyeron al arte boliviano en el último siglo.
13 artistas afrobolivianas figuran en el mapeo.
Paola Yañez-Inofuentes: urge hablar sobre feminismos interculturales

“Yo creo en los feminismos interculturales, diversos, divergentes, que se cuestionan entre sí y, a la vez, pueden caminar juntos”, reflexiona mientras toma tres sorbos de agua.
Conversar con Paola Yañez-Inofuentes es regresar la mirada hacia la historia.
En los años 90 nació la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora como parte del cuestionamiento y la ausencia de las mujeres afrodescendientes al interior de los movimientos de mujeres.
Paola es coordinadora regional de esta red que restituyó y festejó la presencia de las mujeres afro en los debates feministas.
Es así que ella se reivindica como afrofeminista. Paola es una una activista de gran trayectoria en la lucha por los derechos del pueblo afroboliviano.
Hace algunos años, fue Directora Ejecutiva del CADIC. En la actualidad es Coordinadora de la subegión Andina de la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora, e integrante del Grupo Asesor de Sociedad Civil de ONU Mujeres Latinoamérica y el Caribe.
Para ella, el afrofeminismo cuestiona todo discurso que pretende invisibilizar el tema de la identidad cultural dentro la opresión de género.
“Hay que cuestionar si cuando estás hablando de las condiciones de las mujeres, estás hablando de todas las mujeres. Para mí, hablar sobre las opresiones de las mujeres afro es una búsqueda de justicia social”, comenta.
Paola dice que urge cuestionar el abordaje de la categoría mujer frente a la jerarquización de las opresiones.
Para explicarlo, subraya que ella no puede elegir si un día es más mujer que afrodescendiente. “¡No existe la posibilidad, porque yo experimento ambas (opresiones) al mismo tiempo!”, exclama.
El camino que queda por recorrer
Paola insiste en que “el gran desafío (dentro de los feminismos) es mirar la complejidad, romper con el sujeto universal mujer, (la idea de) creer que todas las mujeres enfrentamos las mismas situaciones y opresiones”.
Esa es la lucha diaria de Paola, visibilizar las condiciones de inequidad que enfrenta a diario la población afrodescendiente. En particular las mujeres afrobolivianas.
Según un informe de ONU Mujeres, en América Latina y el Caribe entre 115 y 186 millones de personas se dedican al trabajo doméstico remunerado, de las cuales el 93% son mujeres. De este porcentaje total un 63% son afrodescendientes.
Existe una brecha importante que no se ha podido superar, “las mujeres siguen heredando sistemas de opresión de la colonia que han sido perpetuados en una forma de trabajo”, argumenta Paola.
Explica también que, “por ejemplo, la pandemia expuso una serie de vulnerabilidades contra las mujeres afro, ampliando la brecha de desigualdad histórica en América Latina”.
Si bien existen avances normativos y de reconocimiento a los derechos y demandas del pueblo afroboliviano, la lucha contra el racismo, la violencia y la pobreza son desafíos fundamentales para las mujeres afrodescendientes.
Sobre ellas, particularmente, recae una triple discriminación: racial, de género y de clase.
Según los datos del censo 2012, hay alrededor de 11 mil mujeres afrobolivianas (40% de la población afroboliviana).
Para Paola es necesario entender el arte como un lugar necesario, integral y transversal para asumir acción política, denuncia, articulación y activismo frente a esas mismas inequidades y demandas históricas.
Paola insiste en que “los escenarios artísticos y académicos son entendidos como lugares para asumir posición política, como espacios de articulación, denuncia y activismo que desean reivindicar lo afroboliviano”.