En medio de uno de los puntos más álgidos de la pandemia en el país, con un departamento sumido en una tragedia humanitaria y bochornosos hechos de corrupción en la gestión de la crisis sanitaria, el jefe de la Unidad de Epidemiología del Ministerio de Salud leyó la insólita historia sobre el «beso» de una araña durante el informe diario sobre el avance del nuevo coronavirus.
Mijail Miranda Zapata
Virgilio Prieto es un hombre menudo y rollizo. Tiene la voz temblorosa y afable. A veces se enreda con algunas sílabas, pero siempre tiene el temple suficiente para concluir cada una de las oraciones que tiene apuntadas en decenas de hojas que a veces se le desordenan. Cuando sucede esto, guarda unos segundos de silencio, como si sintiera una vergüenza profunda y, de inmediato, pide disculpas. Si no estuviera obligado a ser el rostro de un Gobierno siniestro en un contexto casi apocalíptico, no provocaría otra cosa que ternura. Pero ahora, en medio de una pandemia que consiguió confinar durante varias semanas a prácticamente todo el mundo y que tiene a Bolivia al borde de una hecatombe social, Virgilio Prieto provoca desconfianza, incertidumbre, incluso un poco de rabia.
El set en el que graba los informes epidemiológicos, que siguen prácticamente todos los medios bolivianos, es demasiado grande para su diminuta figura. En las fotografías que muestran la gravedad de la desproporción, uno puede ver a Virgilio Prieto con las piernas montadas en un sillín que parece ser demasiado alto, devorado por el estudio de televisión y las circunstancias. No parece ser una mala persona, de ninguna forma. Hace algunas semanas, cuando los recuadros de su informe no salían en las pantallas, un tanto incómodo y desconcertado, llenó el vacío televisivo con una sonrisa tímida y una confesión completamente fuera de lugar: durante su juventud, Virgilio Prieto fue futbolista profesional. Si no fuera este Gobierno, si no fuera esta pandemia, sería un personaje público entrañable. Pero, ahora, es otro de los villanos que, pese a la evidencia en las calles, aún intenta hacernos creer que Bolivia controla el avance del COVID-19 mejor que «los países desarrollados», a punta de bendiciones y militarización.
Uno no deja de preguntarse cómo es que la inocencia de Virgilio Prieto cayó en el nido de serpientes de la administración pública, más aún durante un Gobierno en el que el cinismo, el autoritarismo, la viveza y «la mano dura» parecen ser los requisitos para formar parte del aparato estatal y no ser aplastados por la violencia policíacomilitar de López y Murillos. El Jefe de la Unidad de Epidemiología tiene las manos pequeñas y sus movimientos son sutiles, incluso cuando está nervioso sus dedos se desplazan con parsimonía por encima de la mesita de vidrio que sostiene los números de, posiblemente, el peor desastre epidemiológico que vivirá el país.
La noche del 22 de mayo, mientras los reportes de prensa desde Beni se apilan y muestran una tragedia humanitaria en ciernes, Virgilio Prieto amaga, como en sus mejores años sobre las canchas de fútbol, con romper el guion. Pero es solo una finta.
Después de leer laboriosamente una serie de gráficas con comparaciones fuera de lugar, que intentan darle a los bolivianos una inútil sensación de seguridad frente a la pandemia, Virgilio Prieto comienza un relato salido de otra realidad, de otro tiempo. Es la historia sobre el beso de una viuda negra a dos niños en la remota provincia de Chayanta, en Potosí. Le cuesta pronunciar araña. Se traba una y otra vez en la «ñ», la confunde con las eres. ¿También se le hará difícil decir Jeañiñe Áñez? ¿Le tendrá miedo a las arañas? ¿A las viudas negras?
Virgilio Prieto cuenta que los pequeños vieron la película del Hombre Araña, que no se conformaron con imaginar tener súperpoderes y tomaron la riesgosa decisión de poner en práctica los ideales inoculados a través de las pantallas por Hollywood. Buscaron una viuda negra en el campo y provocaron sus picaduras.
Dice Virgilio Prieto que los niños fueron internados el 15 de mayo con «diagnóstico de picadura por araña viuda negra». Vuelve a tropezarse con la «ñ». Pero están bien, pese a las picaduras, pese a ser víctimas de los embustes que se transmiten por la televisión, ellos están bien.
«Tengan cuidado, para los niños todo es real, las películas pueden ser reales, los sueños son reales», reflexiona Virgilio, claramente afectado por su propia parábola. «Ellos son la ilusión de nuestra vida. Buenas noches, Bolivia», se le escucha decir, finalmente, con el rostro compungido y las últimas sílabas entrecortadas por lo que podríamos presumir como un nudo en la garganta. Señal de malagüero.
¿Fue un mensaje cifrado? ¿Qué esconden las eñez de Virgilio Prieto? ¿A qué clase de arañas, a qué clase de viudas negras, hace referencia? ¿Debemos dejar de creer todas las historias que nos cuentan en la televisión y el cine? ¿Dónde encontraremos la verdad?
Si no fuera el rostro de un Gobierno cada vez más dictatorial, muches habríamos celebrado la parábola de la araña de Virgilio Prieto como un gesto punk, una disrupción escandalosa en la vomitiva grilla del canal estatal, un festín de jocosidad rompiendo la solemnidad idiota de los presentadores televisivos. Pero es una historia de otro tiempo, otra realidad.
Esta es nuestra realidad, la que nos toca: la noche del 22 de mayo cientos o miles de benianos, no podemos saberlo con precisión porque el sistema epidemiológico boliviano anda todo enredado con las eñez, respira angustiosamente mientras sospecha que el «silencio epidemiológico» que celebrabran desde el Gobierno y los medios tradicionales pudo haber sido una farsa. La noche del 22 de mayo, y las que vienen, miles de familias benianas y bolivianas buscarán desesperadamente cómo salvar las vidas de las personas que quieren. Algunas culparán al Gobierno que se fue por dejar el sistema de salud tan precario como antes; otras echarán su rabia contra el Gobierno de transición, por su negligencia, su corrupción, su mezquindad proselitista. Pero las lágrimas y el dolor seguirán siendo solo suyas.
¿Qué habrá querido decirnos Virgilio Prieto con las eñez? ¿Por qué la voz se le quebró en el momento preciso en el que hiló, decididamente, como pocas veces, palabras como «ilusión», «nuestra vida», «Bolivia»?