El caso de la pequeña Esther desató una ola de indignación que, en un periodo preelectoral, fue aprovechada por la clase política. Entre tanto, entre nosotrxs, un violento discurso punitivista vuelve a cobrar fuerza. ¿Es realmente eso lo que entendemos por «justicia»?
Valeria Canelas
Que el discurso punitivista frecuentemente halle su cauce en la demagogia electoralista debería llevarnos a reflexionar.
Siempre ha sido muy fácil y muy rentable políticamente hacer del culpable de un delito un monstruo abyecto en el que canalizar toda la indignación, el dolor y las demandas de justicia, que, en países como Bolivia, con un precario y corrupto sistema judicial, difícilmente encontrarán un cauce institucional.
Sin embargo, pese a que es urgente seguir interpelando al sistema judicial y a las instituciones, la justicia, entendida en sentido amplio, excede los procedimientos judiciales.
La justicia no se agota en la condena que resulta de esos procedimientos, por más necesarios y urgentes que estos sean. Por lo mismo, si pensamos que estableciendo la pena de muerte, la castración química o la cadena perpetua se va a «hacer justicia», como suele decirse, estamos haciendo un uso equivocado y contraproducente del término. Un fortalecimiento de las penas solo traerá consigo una sociedad más represora, con mecanismos institucionales que en cualquier momento pueden ampliarse hacia otros delitos, con determinadas faltas o comportamientos que pueden pasar a considerarse delitos, en función a lo que al Gobierno de turno le convenga o le resulte rentable políticamente.
El punitivismo no construye una sociedad más justa, todo lo contrario. En sociedades profundamente desiguales, machistas y racistas, con un sistema judicial politizado y corrupto, el punitivismo puede, además de dar la falsa sensación de justicia, ser una herramienta más para profundizar en las desigualdades estructurales. Pensemos, por ejemplo, en Estados Unidos, donde el sistema penitenciario -y también la pena de muerte- ha sido un elemento fundamental en la perpetuación de la desigualdad racial.
En lugar de caer en el impulso punitivista, que es imposible no sentir ante la violación y el asesinato de una niña, reflexionemos acerca de todo lo que implica nuestra demanda de justicia. Y, sobre todo, hagámonos cargo como sociedad de la responsabilidad que tenemos en este tipo de horrores.
Preguntémonos constantemente qué es justicia y qué podemos hacer para construir una sociedad más justa, para que ninguna niña vuelva a ser maltratada, violada, asesinada.
Justicia es que ninguna madre tenga que dejar a sus hijas solas para ir a buscar formas en las que conseguir comida para su familia.
Justicia es que ninguna madre tenga que ir peregrinando de casa en casa porque no tiene vivienda estable.
Justicia es que ninguna madre tenga que hacerse cargo sola de la crianza de sus hijas, mientras la sociedad normaliza una paternidad irresponsable y ausente.
Justicia es que ninguna mujer y ninguna niña tengan que vivir en entornos de violencia.
Justicia es que toda mujer y toda niña tengan la posibilidad de vivir en una casa segura.
Justicia es que las familias que han quedado en una situación aún más precaria por la pandemia encuentren una respuesta institucional.
Justicia es que toda mujer y toda niña tengan acceso a los bienes más básicos: agua, comida, vivienda.
Justicia es que los niveles de vida no sean tan abismalmente diferentes entre unas zonas y otras del país.
Justicia es hacernos cargo de las vidas precarias que como sociedad seguimos manteniendo en esa precariedad.
Justicia es que dejemos de estigmatizar a ciertas zonas y poblaciones, colaborando con nuestros discursos a que la precariedad de determinadas vidas se normalice.
Nos desentendemos de esas vidas fácilmente hasta que sucede una tragedia que reclama nuestra atención momentánea. Nos indignamos pero no indagamos en las causas estructurales de esa tragedia, así podemos eludir la responsabilidad que como sociedad tenemos en generar esas causas y no hacer nada al respecto.
Es fácil delegar la supuesta consecución de justicia en las instituciones, aún sabiendo que el sistema judicial está podrido y funciona dependiendo de lo que le convenga al poder político y del dinero que se tenga, y no hacernos cargo de la responsabilidad que tenemos como sociedad en el mantenimiento de las condiciones injustas que siempre operan de forma conjunta con la violencia machista.