Una de nuestras compañeras participó de una asamblea virtual convocada por la Pesada Subversiva, en la que se discutieron diversas problemáticas derivadas de la COVID-19. Este texto fue leído durante este evento en el que también participaron Adriana Guzmán y Yola Mamani.
Michelle Nogales
Así como los poderes reconfiguran sus estrategias represivas, impositivas y coercitivas, de la misma manera, desde las colectividades, debemos tener la capacidad de identificar los nuevos escenarios en los que nos toca vivir y convivir para transformarnos y responder a esas violencias y explotaciones con la misma rapidez y potencia con la que arremeten contra nuestros cuerpos, colectivos e individuales.
El territorio de lucha que plantea la crisis sanitaria desatada por la pandemia de la COVID-19 permite finalmente visibilizar de manera clara, las estrategias de dominación y de atenuación de nuestras rebeldías, a través de un nuevo ordenamiento en nuestras cotidianidades y en la idea misma del trabajo.
La instauración de “emergencia” de “nuevos modelos” de trabajo durante la pandemia y su confinamiento no solo ha permitido visibilizar que los límites entre los tiempos en los que nuestros cuerpos dedicaban su fuerza al trabajo y la generación de ingresos económicos de supervivencia y aquellos tiempos que servían a la conservación de lazos afectivos, a la construcción de lazos comunitarios, al crecimiento personal y la autoformación creativa y política, a la fiesta y la celebración, han quedado completamente derrumbados. Sino que también nos deja ver con mayor claridad a una clase trabajadora sobreexplotada, precarizada, joven, marginalizada y en algunos casos enajenada de su potencial subversivo, que los paradigmas y estructuras de organización política popular del siglo XX no han sabido entender ni acoger.
¿Entonces, cómo han vivido estas clases jóvenes, precarizadas, sobreexplotadas, discriminadas por la heteronormatividad, discriminadas por la hegemonía de las diversidades y feminismos institucionales, la pandemia y sus efectos? ¿Qué consecuencias sufren sus cuerpos en medio de una crisis que, según dicen, pone a todo un sistema al borde del colapso, pero cuyas consecuencias solo se perciben en los límites de la sociedad, la ciudad, la binariedad?
Son cuerpos envejecidos prematuramente en rutinas que sobrepasan las doce o catorce horas de trabajo, muchas veces quemándose los ojos frente a ordenadores que más que nunca ordenan absolutamente todo. Son cuerpos con rodillas prematuramente desgastadas por un pedaleo inacabable de cientos de horas acumuladas semanalmente para sostener los caprichos de consumo de sectores privilegiados que se llenaron la boca de “quédate en casa” mientras discaban y discaban a los servicios esclavizantes de delivery.
Son cuerpos que sangran. Como el de una compañera cercana, que mientras se veía obligada a conseguir un computador con cámara y micrófono que funcionen perfectamente para no perder el trabajo que le paga menos de mil bolivianos mensuales, sin reconocerle ninguna de las conquistas sociales como el seguro médico o los aportes de jubilación, también se veía obligada a practicarse un aborto que tuvo como consecuencia una hemorragia que se extendió por más de una semana. Cuerpos que sangran sin la posibilidad de acceder a ningún tipo de servicio de asistencia médica por sus elevados costos, por los constantes prejuicios y malos tratos del personal en los servicios de salud, por el miedo a la represión policial y militar que también le tocó vivir por “romper” la cuarentena en una situación de urgencia que obviamente ningún militar o policía entendería.
Es tiempo de hablar de estos sectores jóvenes, que no se encuentran representados en ninguna organización gremial, que no están protegidos bajo ninguna legislación. Ahora que todos vivieron en carne propia y con mayor fuerza los atropellos del teletrabajo, la sobreexplotación en el trabajo a distancia, la falta de regulación de estas nuevas formas de explotación es tiempo de discutir estas problemáticas y organizarnos.
Nos obligan a estar disponibles en cualquier horario y con una actitud “propositiva”, “proactiva”, por más descabellado que pueda sonar. Responder consultas de clientes vía WhatsApp a las 9, 10 , 11 de la noche. Coordinar actividades en horarios que se supone son de descanso, de alimentación, incluso durante los fines de semana y feriados.
La tecnología al servicio del patronazgo se ha tomado la atribución de romper todas las fronteras, entre ellas la gran conquista histórica y universal de una jornada de ocho horas laborales.
¿Cuánto tiempo más le dedicaremos más de mediodía sin descanso a sostener las comodidades de las clases más privilegiadas?
Ponemos nuestras herramientas, nuestros conocimientos y nuestros cuerpos. ¿Quién nos va a devolver nuestras rodillas golpeadas por el frìo, nuestras espaldas, nuestros riñones, nuestros ojos, nuestros dedos? ¿Acaso el seguro médico con el que no contamos? ¿O tal vez la jubilación que nunca tendremos?
Hablemos ahora de las compañeras meseras y cocineras que hacen dobles y triples turnos por sueldos irrisorios mientras las cadenas de comida rápida multiplican sus ganacias por doquier.
Hablemos del personal de salud de base, que debe asistir a sus hospitales bajo cualquier circunstancia, con sus propios medios, que no recibe insumos de bioseguridad del Estado en ninguno de sus niveles. Hablemos del sacrificio de las enfermeras en medio de la pandemia, que lo arriesgan todo para que un Ministro, en lugar de apenarse por la precarización en el sector sanitario, celebre y romantice las malas condiciones laborales a las que las someten.
Hablemos ahora de las compañeras periodistas que trabajan por 12 o 14 horas en las peores condiciones laborales, subcontratadas, sin seguro, sin jubilación, sin devolución de pasajes, mientras los directores de los grandes medios siguen recibiendo sueldos desproporcionados, mientras nunca se sabe dónde acaban los jugosos contratos por publicidad con el Estado.
Hablemos de les compañeres de los servicios de delivery y cómo arriesgan su dinero, su vehículo y su integridad física, mientras las empresas como Pedidos Ya no hacen más que armar un sistema informático que les permite expoliar el capital y la fuerza laboral de otres, les más jóvenes, les más necesitades, les más desesperados.
Hablemos de esos cuerpos que deben atender requerimientos, llamadas, mensajes, correos electrónicos, a cualquier horario, sin importar lo que diga la legislación laboral, sin importar que el cansancio esté destruyendo su salud y sus lazos sociales, familiares, amorosos.
Hablemos de eso, de los cuerpos a los que les está prohibido celebrar, disfrutar, gozar, amar, todo en el santo nombre de la hiperproductividad y el éxito profesional.
Hablemos de los cuerpos a los que se les prohíbe el placer en beneficio del hiperconsumo.
El derecho al descanso es un derecho indispensable, porque es un tiempo que nos permite reponer el cuerpo, sanarlo, ajustarlo. Es un tiempo que nos humaniza, que nos permite distendernos, hacer pausas para reflexionar, reir, recrear, cuestionar y replantear.
Las industrias, incluído ese lobo vestido de oveja que la “economía naranja”, parecen empecinads en expropiarnos, es más, ni siquiera reconocer todos los derechos que han costado tanto conseguir, en exprimir cada engranaje de esas máquinas humanas, porque no van a permitir, ningún tipo de pérdidas.
Yo pongo la computadora, el internet, el teléfono, el transporte, ¡el cuerpo! ¿Qué pierden/invierten ellos? Nada. ¿Qué pierdo yo, nosotras? Mucho.
Además de todas estas responsabilidades, se suman las tareas del hogar. Cocinar, lavar platos, lavar la ropa, barrer, trapear. ¿Descanso? ¡¿Qué descanso?!
Corto papas y verduras mientras escucho una reunión en Zoom, respondo mensajes mientras almuerzo, desayuno o vigilo el sartén. Y pese a todo, estoy entre las privilegiadas.
Han terminado de destruir las fronteras entre el trabajo oficial y el no reconocido. Entre el tiempo laboral y cualquier otra cosa que esté por fuera de él. Entre nuestros hogares y la fábrica, la oficina o la tienda. Entre nuestros cuerpos y su criminal aparato de producción.
¿Y las madres? Las tareas de las wawas, bañarlas, cambiarlas, alimentarlas, hacerles jugar. Todo suma, se van cargando bultitos a las espaldas de las mujeres, bultitos que están tentando con aplastar.
Disponen, siguen disponiendo de los cuerpos de las mujeres para sostener el aparato empresarial, corporativo, institucional, gubernamental. Para mantener en pie estas sociedades discriminadoras, violentas y patriarcales.
Doble jornada, triple jornada, una jornada infinita que parece haber borrado cualquier restricción a su paso, que se ha apoderado de cualquier rastro de tiempo que pretenda ser “improductivo”. Bien entre comillas.
Hablemos, discutamos y construyamos nuevas formas de organización y de subversión. Desde nuestras memorias comunitarias, indígenas, campesinas, desde nuestras diversidades y disidencias sexuales y de género, desde nuestras emergentes luchas feministas y también desde la memoria de las cientos y miles de mujeres que en este país siempre pusieron el cuerpo, desde el anonimato, invisibilizadas por los protagonismos patriarcales y machistas.
Hablemos de nuestros cuerpos, compañeras, de aquellos individuales y aquellos colectivos.