Jhenny tiene 19 años y tiene dos grandes preocupaciones: la violencia machista y los embarazos adolescentes en su comunidad. Desde su propia experiencia, Jhenny está dispuesta y trabaja para impulsar cambios en su entorno.
Próximamente, junto a sus compañeras, visitará los colegios de su municipio para llevar estas discusiones a las más jóvenes.
“Cuando hablaban de violencia familiar, me llegaba aquí”, dice Jhenny y señala su pecho.
“Yo he vivido esto”, se decía a sí misma en los talleres que la decidieron a enfrentarse a la violencia machista. Cuando Jhenny participaba de estos eventos siempre se preguntaba cómo podría haber enfrentado las agresiones que sufría y veía.
Jhenny tiene 19 años y vive en una comunidad rural del departamento de La Paz. Su municipio está a solo una hora y media desde la ciudad de El Alto.
La zona en la que vive tiene casas desperdigadas en medio de una pampa inmensa. Alrededor de ellas solo se oye el viento agitando la paja brava con crudeza y se hace difícil escuchar el murmullo de una violencia machista silenciada a la fuerza.
Nueve de cada diez mujeres en el departamento de La Paz sufrieron violencia física o psicológica durante su infancia. Este indicador es el segundo peor del país, solo por detrás de Potosí.
Entre las formas más comunes de agresiones y maltratos se detallan insultos, jaloneos, escupitajos y golpizas con objetos.
Ahora Jhenny reconoce que creció rodeada de violencia y sin saber cómo reaccionar ante ella.
“Yo no sabía nada. No sabía dónde denunciar. Me sentía inútil sin saber dónde ir ni qué hacer”. Actualmente está por llegar a sus 20, pero no fue hasta sus 16 o 17 años que “recién” pudo enfrentar el machismo y la violencia de su entorno.
“Me falta mucho por saber y conocer las cosas, pero ya puedo decir ‘¡no a la violencia!’. Puedo tomar los pasos (necesarios) para ir a denunciar. Y tal vez ayudar a otras personas que están sufriendo violencia”, comenta Jhenny.
Perder el miedo
Jhenny es una lideresa dentro de su comunidad. Es conocida por muchas otras jóvenes y adolescentes. Principalmente entre quienes participan de proyectos y programas de la organización Plan International Bolivia.
Desde su liderazgo, Jhenny alienta a la gente de su edad a perder el miedo e impulsar cambios en la mentalidad de sus familias y su comunidad.
Pero no siempre fue así.
En algún momento, recuerda Jhenny, le aterraba hablar frente a otras personas. Cuando asistía a reuniones o encuentros, solía quedarse en algún rincón de la sala. “No me hables, no me mires”, repetía dentro suyo.
Jhenny, como mujer, como joven, sentía temor de expresarse en público.
Según la Encuesta Nacional de Prevalencia y Características de la Violencia contra las Mujeres (2016), el 83.9% de las mujeres en La Paz sufrieron humillaciones o insultos durante su infancia.
A nivel nacional, este tipo de agresiones son más comunes en zonas rurales.
“He perdido el miedo sin darme cuenta”, recuerda Jhenny. Pero admite que lo que la motivó a romper el silencio es “saber que si nunca hablas, nunca te van a escuchar”.
“¿Qué tal si yo estoy sufriendo violencia y me callo y no digo nada? Nadie me va a poder ayudar”, reflexiona Jhenny.
Además, al perder el miedo, ella considera que también es capaz de ayudar a víctimas de violencia machista.
“Yo puedo ser su voz”, dice con firmeza.
“Nada justifica la violencia”
“Somos la voz de las personas que están sufriendo violencia y no pueden decir nada”, repite Jhenny entusiasmada.
La joven lideresa se siente “como una guía para decirles qué es violencia”. “Porque algunas lo toman como algo normal”, lamenta.
En el área rural de Bolivia más de la mitad (53.7%) de las mujeres mayores de 15 años justifican la violencia machista.
La Paz es el departamento con peores índices en cuanto a la normalización y justificación de la violencia contra las mujeres. Los argumentos patriarcales más usados por las paceñas son “ella no obedece (al agresor)”, “le falta el respeto (al agresor)” o “es infiel”.
“Es que yo he hecho esto”, cuenta Jhenny que le dicen alguna víctimas de violencia.
“¡Es que nada, nada justifica la violencia!”, protesta.
Jhenny admite que hace falta cuestionar estos valores machistas y patriarcales, pero también la necesidad de mayor y mejor información.
“Por eso es muy importante hacer conocer todos los derechos de las personas, sobre todo de las mujeres. Yo me veo lo que era antes y he logrado un gran cambio”, comenta Jhenny.
“Me da mucha pena y tristeza ver gente así. Que sufren violencia, que les golpean por varios años. Tanto tiempo aguantan por falta de información y miedo a denunciar porque pueden sufrir represalias”.
Impunidad y pacto patriarcal
Es un secreto a voces. En muchas comunidades de las regiones altiplánicas de Bolivia la violencia machista contra las mujeres se “negocia” y silencia.
En el departamento de La Paz, seis de cada 10 mujeres tuvo moretones o hinchazones como consecuencia de agresiones machistas. Una cifra similar se refleja, a nivel nacional, en zonas rurales.
Pese a que las marcas de la violencia son visibles, un pacto patriarcal implícito en las comunidades decide ocultarlas o ignorarlas.
“La violencia que se produce, más que todo en nuestras comunidades, se calla”, denuncia Jhenny.
“Hasta en las mismas familias lo tapan. En las comunidades se ve que si hay violencia se arregla dentro la comunidad, se intercambian cosas (como compensación)”, explica la joven lideresa.
El pacto patriarcal es un acuerdo implícito entre varones que, entre otras cosas, impone la subordinación de las mujeres, valida la violencia machista y también minimiza las denuncias.
“Aquí entre los mismo vecinos se escucha y no se hace nada. Eso es lo peor. Lo único que hacen es mirar y no hacer nada”, protesta Jhenny. Sin embargo, aclara que muchas vecinas y vecinos eligen “no meterse” por miedo a sufrir represalias.
A estos pactos patriarcales de silencio y encubrimiento, se añaden la impunidad y la corrupción judicial.
En marzo de este año, el colectivo feminista MujereS Creando identificó al menos nueve formas de abuso judicial en contra de mujeres víctimas de violencia.
Órdenes de libertad pura y simple o detención domiciliaria para los agresores, venta de pruebas e incumplimiento de funciones, son algunas de ellas. Todas fueron identificadas a través de la revisión de cientos de carpetas judiciales.
Trabajar con jóvenes
“Si me llega el momento de hablar con una autoridad lo voy a hacer”, dice Jhenny con decisión.
Para ella es fundamental que las autoridades tomen en cuenta en sus agendas problemáticas como las de la violencia o la de la falta de educación sexual y reproductiva para las y los jóvenes.
Próximamente, Jhenny y otras de sus amigas y compañeras ingresarán a los colegios de Pucarani para dar talleres sobre estos temas.
“¡Vamos a llevar estas discusiones a los colegios!”, celebra Jhenny y asegura que es posible prevenir la violencia con información.
Además, ella considera que es importante trabajar en una educación sexual integral. Una de las grandes preocupaciones de Jhenny, respecto a las jóvenes de su comunidad, es el embarazo adolescente.
Según el Sistema Nacional de Información en Salud, hasta junio de 2022, Pucarani registró 56 embarazos en menores de 19 años. Un embarazo adolescente cada tres días.
Entre enero y septiembre de 2021, Bolivia registró entre cuatro y cinco embarazos adolescentes por hora. Bolivia, desde hace varios años, es uno de los países con peores índices de embarazos en jóvenes.
“Muchas apenas salen del colegio, ya están embarazadas y no pueden continuar sus estudios. O se embarazan mientras están en el colegio y se salen, porque ya se han juntado (con sus parejas)”, lamenta Jhenny.
ARRIBA
El proyecto ARRIBA de Plan International trabaja por los derechos sexuales y reproductivos de adolescentes, mujeres jóvenes y embarazadas.
ARRIBA es un proyecto que se implementa, principalmente, en zonas rurales del país. Jhenny fue parte de él.
“Siento que soy una lideresa. Esto me ha ayudado mucho. Estoy muy agradecida con el proyecto ARRIBA de Plan International. Nos ha dado la oportunidad de fortalecernos como mujeres”, dice Jhenny.