Una periodista hace un recorrido por distintas formas de vivir la maternidad que aún hoy están catalogadas como «malas». Contra los prejuicios, contra la imposiciones, contra los estereotipos, usamos este texto para felicitar a todas esas madres wasas.
Esther Mamani
Malas Madres
Las que admiten sin culpa que no emanan dulzura, amor, paz y dedicación las 24 horas del día a sus bendiciones.
Como doña Inés estudiando para su segunda carrera mientras su niña duerme. La wawa tenía el cabello cortito “como de varón” para ganar tiempo, alcanzar el desayuno y llegar a las clases de ambas. Una primaria, la otra en la universidad. Además, mala madre por madre soltera, como si para ejercer la maternidad se necesitara algún llaverito de adorno.
Las malas madres, esas que fueron a bailar en año nuevo, que perrearon, karaokearon y luego disfrutaron en otra pista de baile de dos plazas.
Malas madres porque volvieron felices para seguir con otras faenas. Malas madres por disfrutar su sexualidad.
Malas madres las que dejaron a su esposo para emprender negocios de comida rápida. Esos que demandan, además de olfato para los negocios, sacrificio de madrugadas yendo a buscar buenos precios en las verduras.
Como doña Deysi, que abrió un restaurante en la ciudad de El Alto para dejar la venta de ropa usada en la feria 16 de Julio. Mala madre por ambiciosa. Aunque claro, dejando a su esposo, pudo olvidar las penas económicas. Y, de yapa, mala madre por estar “separada”.
Malas madres las que van cumpliendo sus sueños. ¿Por qué? Nadan contra la corriente, contra el cliché de las mujeres abnegadas, sufridas y que se sacan el pan de la boca para dárselo a sus hijos.
Sin duda, al ser madre todo cambia, te crece un corazón y nada es tan importante como tu wawa y tú. Porque el mejor ejemplo para los hijos es ver a esa madre realizada, tranquila y feliz. Se enseña con el ejemplo.
Por eso he visto en mí familia a malas madres siendo felices, con sus idas y vueltas.
Ser madres no nos hace mejores personas, nos trae más obstáculos y hace la carrera cuesta arriba.
Igualito subimos, igualito podemos llegar a la meta y la tarea es no juzgar o apuntar con el dedo a las mamás deciden correr en otras canchas y no esa que te exige resignar tu existencia para entregársela a otro ser.
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