Siempre amparado en una interpretación ambigüa y oportunista del oficio periodístico, ayer un programa estelar de la televisión boliviana decidió transmitir la agonía y muerte de una supuesta víctima de la COVID-19. ¿Ética, quién te conoce?
Picante de Lengua
Que los grandes medios de comunicación bolivianos, en especial los televisivos, lucren con el dolor ajeno no es novedad. Que utilicen a los más necesitados, los más desfavorecidos, los más golpeados por las injusticias de nuestra sociedad, es una mala costumbre que algunos canales y programas tienen para subirle al rating y jugar a ser héroes.
Pero, ¿cuánto más podemos aguantar esta explotación de la pornomiseria? ¿Cuánto más vamos a callar ante los atropellos en contra de la privacidad, la honorabilidad y la dignidad de quienes son más vulnerables y deben someterse a todo tipo de humillaciones por necesidad? ¿Por qué en lugar de regodearse con reportajes y transmisiones sensacionalistas y morbosas -desde sus posibilidades, desde sus espacios de influencia, desde su masividad- no comienzan a denunciar e investigar las causas estructurales de la pobreza y precariedad que tanto disfrutan poner en primer plano?
Ayer, uno de los shows especializados en un periodismo de baja laya decidió romper todos los códigos de ética, e incluso el sentido en común, al transmitir en vivo, por televisión abierta, a nivel nacional, la agonía y muerte de una persona que, supuestamente, estaba contagiada con el nuevo coronavirus.
«¡Dramática escena es la que estamos viendo en estos momentos!», interrumpe la conductora Jimena Antelo a una voluntaria de un centro improvisado de atención a la COVID-19 que explica que están organizados de manera autónoma y sin el respaldo de ninguna autoridad. Lo que importa, lo que vale, no es la denuncia, es el morbo y sacarle rédito a la situación, encauzar la tragedia hacia el discurso que paga las cuentas.
«Esto es lo que nos hace pensar que las autoridades que están pidiendo la elecciones, a pesar de todo, tienen un cierto nivel de desconexión con la realidad (…). Miren, por favor, ¿cómo se va a hacer campaña en estas zonas?», desvía la atención de aquello que parece ser menor: ningún nivel del Estado contribuye al sostenimiento de ese espacio de voluntariado, muchos hospitales y clínicas privadas que cierran sus puertas, gente recibiendo atención «médica» en un espacio, al parecer, no regulado ni equipado. Lo importante, para Antelo, para José Pomacusi, para No Mentirás, es hablar de las elecciones, de la campaña. Su fin último, por más que quieran disimularlo, es politizar la tragedia, cumplir los «contratos».
«Los políticos nos buscan solo para pedir el voto», dice una de las personas entrevistadas por No Mentirás durante la penosa transmisión. Y bien podría estarse refiriendo a los noteros y programas estelares que solo se «solidarizan» y aparecen cuando la historia da rating, cuando «es una pepa», cuando pueden conseguir una exclusiva, cuando pueden sacar rédito político, quién sabe con qué fines, a ciertas situaciones. Si no, prefieren mirar al costado, o mirar de lejos, con indiferencia, a veces hasta con desprecio.
La ética y el compromiso social de algunos comunicadores, de algunos conductores de televisión, de algunos productores y directores, se acaba en cuanto el rédito comercial disminuye.
Antelo y Pomacusi se defienden arguyendo que esa realidad tiene que conocerse, que gracias a la transmisión llegaron profesionales para atender a la persona que murió delante de sus cámaras. Entonces, ¿aguardaron a tener su contacto en vivo para pedir ayuda? ¿Desde qué hora tenía su unidad móvil conocimiento del estado crítico del paciente y por qué no hicieron un llamado de alerta antes de iniciar la ignominiosa transmisión?
Por otra parte, ¿de qué se está hablando ahora? ¿De la falta de insumos, falta de auxilio, de la precaria organización de respuesta a la emergencia sanitaria? ¿Cuán claro queda el supuesto mensaje que intentaron transmitir desde No Mentirás, cuando el morbo y el interés por ganar más likes y shares se ha impuesto? Poco queda de las denuncias de falta de atención y abandono en la que se encuentran algunas zonas cruceñas. ¿Que permanece? La putrefacta discusión política que estos «periodistas» promueven inclinando la balanza al mejor postor.
Estos paladines de la «defensa» de la ciudadanía no son más que traficantes del dolor que provocan las injusticia de un sistema que, además, alimentan con sus verdades a medias, con la manipulación de la opinión pública, con sus oscuros pactos con el poder.
Su intención es promover el miedo, alimentar la paranoia, reforzar los discursos de odio, sin ningún rigor periodístico. Seamos clarxs, son los mismos que alimentaron la violencia, la polarización y la desinformación durante los conflictos postelectorales de 2019. Son mercenarios de la información.
«Es una noticia terrible, pero es un realidad», dice Jimena Antelo impostando una afectación que se adivina forzada, porque inmediatamente decide «ver lo que dice el soberano», no para darle voz a las demandas de la ciudadanía, sino para reforzar el mensaje que les han encomendado transmitir: las elecciones no son viables, estos políticos son malos, estos políticos son buenos, miedo, miedo, miedo.
La idea parece ser clara, hay periodismos obreros, que caminan y marchan junto a la ciudadanía, escuchando sus necesidades y demandas, investigando y cuestionando al poder, y hay periodismos que se arriman a los reyes de turno para hacer eco de sus narrativas y apoyar sus intereses. Hay periodismos que vienen desde abajo, desde las calles, independientes, autogestionados, hagamos que persistan, hagamos que crezcan. Que el monopolio de la información deje de podrir nuestra convivencia.