Mucha fumigación y dióxido de cloro, pero ninguna política de prevención y contención de la crisis sanitaria. Con nuevas autoridades, nacionales y subnacionales, volvemos a las peores escenas pandémicas de 2020. Y las tendencias no tienen pinta de mejorar.
«Nuestra población tiene que tomar conciencia de que durante estos dos meses que nos queda hay que aguantar, hay que fortalecer y reforzar las medidas preventivas contra el coronavirus», dijo el presidente Luis Arce en la tercera semana de enero.
El mensaje estaba orientado a anunciar la llegada de un primer lote de vacunas en marzo. El mensaje era insensible (apenas salíamos de una luctuosa segunda ola) y enviaba un mensaje incorrecto: con la llegada de las vacunas las cosas se pondrían bien.
En la lógica de Arce, luego de dos meses de “aguante” las cosas mejorarían.
Las vacunas llegaron, a cuentagotas pero llegaron. Han pasado cuatro meses desde entonces y no podríamos estar en una situación peor.
Las sirenas y las «fumigaciones»
Vuelven las escenas escalofriantes de julio y agosto de 2020: las sirenas de las ambulancias no dejan de sonar, especialmente por las noches; las familias no encuentran hospitales, medicamentos ni oxígeno; y comienzan a faltarnos dedos para contar a nuestrxs muertxs.
No es lo único que se repite. Las autoridades ponen toda la responsabilidad de la crisis sobre nosotres. Toman medidas de espaldas a la ciencia y orientadas a ofrecer un espectáculo en los horarios estelares de la televisión.
La necedad de los gobernantes en todos los niveles del Estado nos conducen nuevamente a la catástrofe: en casi todas las capitales ordenan restricciones parciales y abruptas que provocan aglomeraciones masivas; las alcaldías gastan miles de bolivianos en fumigaciones tóxicas, desaconsejadas por la OMS en mayo de 2020, debido a su inutilidad; en Sacaba, Cochabamba, el Alcalde distribuye dióxido de cloro para “contrarestar el COVID-19”.

Y la lista podría seguir.
Sin información, sin comunicación
Las autoridades hacen de todo, menos campañas comunicacionales de calidad para alentar medidas de prevención entre nosotres, lxs ciudadanxs. Repiten guiones cansinos con mensajes copypasteados hasta el cansancio.
A veces, ni eso.
En la última semana, de 89 publicaciones en la página de Facebook del portal oficial Unidos contra el COVID solo nueve contenían información verificada sobre las vacunas y otras pocas explicaban, a medias, algunas acciones de prevención. En la web Bolivia Segura, la información es todavía más pobre y confusa.
Algo así sucede con los canales oficiales del Ministerio de Salud, más preocupados en hacer proselitismo con la gestión de Gobierno. O sea, gastar recursos del Estado para montar una campaña política de largo aliento, antes que atender sus obligaciones frente a la crisis.
Mientras, los bulos se riegan como pólvora y los mercaderes de la desgracia trafican todo tipo de sustancias “milagrosas”.
De espaldas y a ciegas
Las autoridades hacen de todo, menos ser transparentes en la difusión de datos e información epidemiológica. Prefieren manipular cifras e interpretar los indicadores sanitarios a conveniencia de su partido.
Hacen de todo, menos asumir medidas sustentadas en avances científicos y la última evidencia en torno a la COVID-19.
Mediáticamente es menos rentable trabajar silenciosamente, con estrategias simples pero efectivas. Conviene hacer discursos grandilocuentes y movilizar decenas de cuadrillas de trabajadores estatales, exponiéndolos al contagio.
Vivimos la pandemia a ciegas, con la política imponiéndose a la vida.
La manipulación en las cifras
Si en 2020 intentaban hacernos creer que teníamos pocos casos, cuando en realidad no se hacían la cantidad de pruebas suficientes, en 2021 también quieren convencernos de que podríamos estar peor.
Desde el Ministerio de Salud, manipulan la raquítica cartilla del reporte epidemiológico oficial anotando una tasa de letalidad (un indicador que los expertos desaconsejan para medir el riesgo de mortalidad durante una pandemia) tres veces inferior, respecto a 2020.
En realidad, la escalada de muertes en el último mes es de las más graves de toda la pandemia. Nunca antes los fallecimientos se habían duplicado con tanta rápidez.
En las recientes dos semanas hay casi tantos fallecimientos como en la peor quincena de 2020. Y mejor no hablar del alto subregistro denunciado desde el año pasado, que podría estar escondiendo miles de víctimas fatales.
La baja tasa de letalidad que engañosamente presume Jeyson Auza tiene que ver con que se cuadriplicaron la cantidad de test realizados y que se modificó la definición de los casos confirmados. Aquí explican muy bien como los políticos de la región manipulan indicadores para lavarse las manos.
Era difícil esperar más de un Ministerio liderado por un funcionario que demoró dos meses en admitir que la “variante brasileña” del coronavirus, más contagiosa y agresiva, circulaba en el país. Minimizando un riesgo inminente que debió encender alarmas en todos los niveles del Gobierno y la población en general.
La política por encima de la vida. La soberbia por encima del conocimiento.
Más, más, más, ya somos más (contagiados)
Actualmente (28/05/21), tenemos la cuarta cifra más alta de casos activos en todo el país. La situación está descontrolada.
Cochabamba, donde hace poco más de un mes el oficialismo “celebró” una concentración multitudinaria con “200 mil militantes”, es el departamento más afectado: tiene más 12 mil personas enfermas por COVID-19, aproximadamente el doble de los peores meses de 2020.
Así como ahora, aquel 17 de abril, la política también se impuso a la salud y la vida.
