¿Cuál es la situación actual de la violencia ginecológica en Bolivia y qué se puede hacer frente a ella? En esta nota te explicamos cómo detectar este tipo de agresiones y vulneraciones a tus derechos. Además, te ofrecemos algunas alternativas para cuidarte, defender a tus compas o realizar reclamos, denuncias y otras acciones.
Este reportaje nació en una conversación entre amigas. Pero pudo surgir en una conversación entre colegas. O en una conversación entre hermanas, primas, tías, abuelas. Porque muchas de nosotras vivimos malas experiencias en nuestras consultas ginecológicas.
Malas experiencias que, en la mayoría de los casos, son distintas formas de violencia. Tal vez ese sea el primer inconveniente. La violencia ginecológica no es siquiera nombrada. Es invisibilizada y, fuera de nuestros círculos de confianza, es un tema difícil de discutir.
Quizás por pudor o porque aún no entendemos sus distintas dimensiones.
En este reportaje tratamos de explicar la violencia ginecológica a profundidad para poder afrontarla personal y colectivamente.
¿Cuáles son las causas de la violencia ginecológica?
Existen al menos tres condiciones puntuales que arraigan la violencia ginecológica en los servicios de salud. Una de ellas es que los Estados no garanticen recursos suficientes para atender las necesidades de salud específicas de las mujeres.
Como detalla un informe de 2019 de la Relatora Especial sobre Violencia contra la Mujer de la Organización de Naciones Unidas, muchos Estados tampoco garantizan la capacitación adecuada en materia de ética médica y derechos humanos de los pacientes.
Este documento, además, apunta a “las malas condiciones de trabajo de muchos profesionales de la salud”.
Este escenario, junto con “la histórica sobrerrepresentación de los hombres en la atención ginecológica y obstétrica” son algunas de las causas de los maltratos y la violencia contra la mujer en entornos sanitarios.
Sin contar con causas estructurales y transversales que perpetúan distintos tipos de violencia machista y patriarcal.
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¿Cuáles son las dimensiones de la violencia ginecológica?
Aunque se pueden hacer muchas clasificaciones, una forma fácil de entender las dimensiones de la violencia ginecológica es pensar en:
- “Una violencia que naturaliza la relación de subordinación médico-paciente”, es decir, que los profesionales en salud se sientan con el derecho de juzgarte, reprenderte, infantilizarte e incluso negarte información sobre tu propio cuerpo o posibles tratamientos.
- “La violencia psicológica o física”, que, además de agresiones explícitas, incluye situaciones en las que el personal médico minimiza tus sensaciones de malestar o dolor. U otras que implican una excesiva medicalización o falta de cuidado en ciertos procedimientos.
- Finalmente, están las “formas de violencia con connotación sexual explícita”.
Fuente: Escala de violencia ginecológica. Validación de una medida de abuso psicológico, físico y sexual contra las mujeres en el sistema de salud chileno
Como pudimos comprobar en nuestra Encuesta Nacional sobre malas experiencias en consultorios de Ginecología y Obstetricia, la mayoría de nosotras sufrimos una o varias de estas formas de violencia.
Casi siempre con el presentimiento de estar siendo vulneradas en nuestros derechos fundamentales, pero sin saber cómo reaccionar.
Otras seis modalidades de violencia ginecológica se refieren a “no tener en cuenta el malestar de la paciente; comentarios que transmiten juicios sobre sexualidad, vestimenta, peso, deseo o no de tener un hijo; insultos sexistas”; actos médicos realizados sin obtener el consentimiento o sin respetar la elección de la consultante; actos no médicamente justificados, y violencia sexual (incluido el acoso).
Estas últimas fueron identificadas en un informe de 2017, encargado por la Secretaría de Estado para la Igualdad entre Hombre y Mujeres de Francia.
¿Cuáles son las principales formas de violencia ginecológica en Bolivia?
Según nuestra encuesta nacional, en la que participaron 273 personas, aquellas violencias que “naturalizan una relación de subordinación” entre el personal de salud y nosotras son las más comunes.
Seis de cada 10 mujeres consideran que el personal médico o de enfermería no atendió apropiadamente sus preguntas o consultas. El porcentaje asciende a un 73.3% si consideramos a las pacientes que no están seguras, pero “creen que sí” les ocurrió.
De la misma manera, seis de cada 10 mujeres están definitivamente seguras o presumen que el personal médico o de enfermería les brindó información equivocada. O que le limitaron acceso a información sobre su diagnóstico, medicación o procedimientos.
«En total, me revisaban tres médicos y hablaban como para indicar qué hacer y me tuvieron más tiempo echada, expuesta. Como en ese entonces tenía varios problemas de ansiedad y estrés, comencé a temblar de manera que hasta se movía la camilla. Pero, en lugar de apoyarme, solo me pedían que no me mueva. Mientras demoraban más viéndome entre todos. La doctora que tomó la muestra hizo un sonido muy despectivo de ‘mmmm’ cuando me vio y dijo ‘uhhh, tiene harto flujo’. Así que me sentí horrible, mal, sucia. Cuando me dieron los resultados no tenía nada más que una leve infección y más bien me atendió otra doctora que me explicó que era normal (…) Me sentí muy mal durante una semana mientras esperaba los resultados. Sumé esa experiencia como otro trauma, por la manera en que temblé mientras me miraban sin tomar en cuenta mis nervios»
33 años, Chuquisaca
Si hablamos de violencia verbal y psicológica, poco más de la mitad de las encuestadas está segura o siente que pudo haber recibido comentarios irónicos, descalificadores, burlones o de juzgamientos sobre su vida sexual.
Tres de cada 10 mujeres está completamente segura o cree que sí pudieron haberle realizado tactos o “tocamientos” inapropiados que vulneraban su intimidad.
Además, dos de cada 10 mujeres que asisten a consultas ginecológicas u obstétricas experimentaron violencia sexual o sienten que pudieron haber sido víctimas.
En Bolivia, durante 2022, más de 800 mil mujeres asistieron a consultas de Ginecología o Ginecología y Obstetricia, según datos del SNIS.
Muchos de estos abusos son experimentados, especialmente, por personas jóvenes que asisten a sus primeras consultas ginecológicas.
Según una serie de testimonios, que puedes revisar en esta bitácora, procedimientos como las ecografías transvaginales, u otros similares, son aprovechados por los perpetradores.
«Me pasó cuando era más jovencita. Te ven que vas sola y quieren aprovecharse. Desde esa horrenda experiencia solo voy a ginecólogas mujeres»
26 años, Santa Cruz
¿Qué se dice sobre la violencia ginecológica en los medios?
Una breve revisión hemerográfica demuestra que existen antecedentes de graves casos de violencia ginecológica en Bolivia. Existen registros en La Paz, Cochabamba, Yacuiba y Mairana, entre otras localidades. Uno de ellos de hace más de 25 años.
La mayoría de estos reportes abundan en detalles innecesarios de las agresiones (especialmente aquellos de carácter sexual), relatan los delitos con descripciones gráficas y, en algunos casos, realizan “precisiones” con el ánimo que culpabilizar a las víctimas.
En los medios, al hablar de violencia ginecológica, se priorizan el morbo y el sensacionalismo. Las publicaciones, pese a la gravedad de las agresiones, no parecen estar dispuestas a profundizar en una problemática que involucra a miles de mujeres y personas con capacidad de gestar.
Estas prácticas, machistas y revictimizantes, son un reflejo de cuál es el tono con el que se discuten la salud y los derechos de las mujeres en la sociedad boliviana.
Sin embargo, este no es un problema exclusivo de Bolivia. La violencia ginecológica, parece ser solo visible cuando se trata de grandes escándalos. Como un ginecólogo en Estados Unidos que abusó que más de 240 mujeres. O como este caso en Argentina, con más de 18 víctimas.
Pero esta “espectacularización” de los casos más graves, en Bolivia y el resto del mundo, impide visualizar violencias más cotidianas y continuas.
Así, las formas más comunes en que las pacientes ginecológicas somos agredidas quedan invisibilizadas.
¿Hay otros motivos por los que la violencia ginecológica está invisibilizada?
«Cuando los ginecólogos ya son de una edad avanzada creo que son más cerrados de mentalidad. Cuando les comentas sobre tu actividad sexual se ofenden y te juzgan de manera muy notoria, haciendo que te incomodes y te sientas mal… Al menos eso viví»
23 años, La Paz
Este testimonio sintetiza uno de los principales factores que favorecen la invisibilización de la violencia ginecológica.
Tabúes culturales respecto a la sexualidad de las mujeres y personas con capacidad de gestar, una relación asimétrica entre médicos y pacientes o “mentalidades cerradas” funcionan como vendas en los ojos (que nos impiden identificar situaciones de violencia) y mordazas (que nos prohíben o dificultan su denuncia).
Asimismo, al tratarse la Ginecología de una especialidad médica, muchas de nosotras desconocemos las características de los procedimientos o tratamientos. En cuanto los profesionales en Ginecología evitan darnos más información o nos la niegan, nos exponemos a situaciones de mayor vulnerabilidad.
Una vez más, con poca o ninguna información, nos quedamos sin alternativas frente a la violencia ginecológica.
Pero este no es un problema reciente y se repite, prácticamente, desde los inicios de la Ginecología.
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El “padre” de la Ginecología moderna: rastros de violencia en la historia médica
James Marion Sims es considerado el padre de la Ginecología Moderna.
A mediados del siglo XIX, en el estado de Alabama, Estados Unidos, Sims realizó una serie de cirugías experimentales en mujeres negras y esclavizadas.
Las mujeres sometidas a estos procedimientos, como consecuencia de la esclavitud, nunca ofrecieron su consentimiento ni fueron informadas de sus posibles consecuencias.
Todas enfrentaron los dolorosos experimentos sin poder oponerse ni protestar. Silenciadas.
Por su carácter experimental, estas cirugías se realizaron repetidamente en las mismas mujeres, siempre sin anestesia. Como Sims escribió en sus memorias, estas pacientes solo recibieron opio durante su recuperación, no durante la cirugía.
Anarcha Westcott, una de las pacientes más conocidas, por ejemplo, soportó 30 intervenciones.
Estas experimentaciones, realizadas en un quirófano improvisado en su jardín, le permitieron a Sims desarrollar la técnica para tratar fístula vaginal (una abertura o conexión entre la vagina y otros órganos como la vejiga, el colón o el recto).
Una técnica que, años después, utilizó para operar también a mujeres blancas. Aunque, en estos casos, usando anestesia y en un hospital de Nueva York.
Este legado histórico cimienta una práctica profesional que subordina los cuerpos de las mujeres, despojándolas de su autonomía y acallando las decisiones sobre su salud y corporalidad.
Aunque sin los extremos de siglos pasados, la relación de poder entre profesionales sanitarios y pacientes sigue siendo un mecanismo que alienta el ejercicio de la violencia en contra de mujeres y personas con capacidad de gestar.
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¿Cómo puedo detectar los casos de violencia ginecológica?
Entonces, el primer paso para identificar la violencia ginecológica es comprender cómo funciona está relación de subordinación médico-paciente.
Este fenómeno puede reflejarse de muchas maneras.
Por ejemplo, cuando los profesionales en salud comienzan a menospreciar tus preguntas o ignorarlas. O si se sienten con el derecho de hacer comentarios sobre tu corporalidad, tu forma de vestir o sobre tus decisiones personales.
Según varios testimonios, de los más de 80 que recopilamos en esta bitácora, muchos médicos se atribuyen la autoridad para cuestionar decisiones personales referidas al ejercicio de nuestros derechos sexuales y reproductivos.
En otras ocasiones, nos privan de información sobre nuestros diagnósticos u omiten explicaciones sobre los procedimientos que van a realizarnos. O nos niegan la posibilidad de mayor privacidad e intimidad.
Aunque menos evidentes que otro tipo de agresiones, estas omisiones, cuestionamientos e imposiciones son una señal de alerta sobre vulneraciones a nuestros derechos como pacientes (que detallamos en los próximos párrafos).
Son, además, los primeros avistamientos de una posible escalada de violencia en las consultas ginecológicas.
¿Cómo contrarrestar la violencia ginecológica en Bolivia?
A finales de 2014, Francia vivió una de las movilizaciones colectivas más grandes e importantes en contra de la violencia ginecológica y médica. En tan solo un día, bajo el hashtag #PayeTonUtérus (“paga por tener útero”), se hicieron públicos más de siete mil testimonios de mujeres denunciando agresiones de ginecólogos, médicos de cabecera y otro personal de salud.
Esta oleada de denuncias provocó una serie de otras movilizaciones, así como la reacción de asociaciones de médicos, autoridades y organismos internacionales.
En Argentina, luego de un puñado de denuncias en contra de dos ginecólogos, en casos aislados, aparecieron otras decenas de víctimas.
Hablar de nuestras malas experiencias, denunciar abusos y alertar sobre posibles vulneraciones a nuestros derechos, es una forma de promover el debate para erradicar la violencia ginecológica.
Conocer nuestros derechos y la legislación que los respalda también puede ser de mucha utilidad. Tanto para cuidarnos de manera personal como para defender a compañeras, amigas u otras personas en situación de vulnerabilidad.
¿Cuál es la legislación que resguarda mis derechos como paciente?
Según los hallazgos de nuestra Encuesta Nacional, una de las principales formas de violencia es la denegación de información o la falta de respuestas a preguntas sobre nuestro estado de salud, procedimientos o medicación.
Así que debes saber que la ley 3131, que regula el ejercicio profesional médico en Bolivia, anota entre los deberes de doctoras y doctores “informar al paciente, o responsables legales, con anterioridad a su intervención, sobre los riesgos que pueda implicar el acto médico”.
De la misma manera, la ley 3131 establece como derechos de las y los pacientes “recibir información adecuada y oportuna para tomar decisiones libre y voluntariamente”.
La confidencialidad y el respeto a tu intimidad también son derechos detallados explícitamente en la norma.
Es decir que, si no te sientes cómoda con la participación de otras personas durante tu consulta (estudiantes, internos, enfermeras, etc.), puedes solicitar mayor privacidad.
Además, recuerda que está dentro de tus derechos como paciente negarte a “participar en investigaciones o enseñanza de la medicina”.
En caso de que no te sientas cómoda con un ginecólogo en particular, o si te sientes más cómoda con una profesional, tus derechos contemplan “la libre elección” de tu médico, aunque siempre “según disponibilidad institucional”.
Es decir, no estás obligada a atenderte con un médico que no sea de tu confianza o que te haya provocado una mala experiencia previa.
Finalmente, como paciente tienes el derecho a “reclamar y denunciar” si consideras que tus derechos humanos han sido vulnerados durante la atención médica.
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¿Y qué pasa con los casos de violencia?
La ley 348 “para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia” establece 16 tipos de violencia.
Entre ellas, muchas de las que enfrentamos en los consultorios de Ginecología: la violencia psicológica, la violencia contra los derechos sexuales y reproductivos, la violencia institucional y, específicamente, la violencia en servicios de salud.
En todos los casos, la ley 348 dispone que la violencia es un delito penal.
Como exponen los resultados de nuestra Encuesta Nacional y las decenas de testimonios que recopilamos, el personal de salud violenta a las mujeres y personas con capacidad de gestar de manera recurrente.
Ya sea afectando su dignidad, cuestionando decisiones personales, imponiendo tratamiento o negando derechos e información.
Pero también con otras formas más explícitas de violencia, a través de agresiones verbales, físicas o sexuales.
¿Dónde puedes realizar tus denuncias en caso de sufrir violencia ginecológica?
Según el decreto reglamentario de la ley 3131, los departamentos de Gestión de Calidad, Enseñanza e Investigación son los encargados de canalizar las denuncias y reclamos de pacientes, a través de la dirección de los hospitales, hacia los Servicios Departamentales de Salud (SEDES).
Estas oficinas están habilitadas en los centros médicos de segundo y tercer nivel (aquellos que suelen contar con especialidades médicas, quirófanos, etc.).
Estos procesos, dependiendo de su gravedad, pueden llegar a investigarse incluso con auditorías médicas externas.
Por otra parte, en algunos centros médicos del país, existen oficinas del Defensor del Paciente. Según información actualizada en abril de 2023, hay 47 de estos servicios en distintos hospitales y clínicas de Bolivia.
Estas oficinas, gestionadas por la Defensoría del Pueblo, brindan información y orientación a pacientes y familiares sobre los derechos con los que cuentan como usuarios de servicios de salud.
También atiende reclamos por maltrato por parte del personal médico, enfermeras o administrativos. En última instancia, investigan las denuncias e intentan gestionar soluciones a los reclamos (en el marco de sus competencias).
Para las denuncias de mayor gravedad, es importante recurrir directamente a la Fiscalía, la Fuerza Especial de Lucha contra la Violencia o las oficinas municipales de los SLIM.
Pero antes de realizar cualquier denuncia es recomendable buscar asistencia jurídica, ya sea de manera personal o mediante colectivas y organizaciones feministas que atienden estos casos.
Limitaciones legales y falta de compromiso estatal
Pese a que Bolivia tiene todo un paquete normativo para frenar la violencia contra las mujeres en los servicios de salud, aún existen muchos vacíos en los procedimientos y desconocimiento respecto a nuestros derechos.
Aunque la ley 348 demanda al Ministerio de Salud “adoptar normas, políticas y programas dirigidos a prevenir y sancionar la violencia en servicios de salud”, está responsabilidad es evadida, según apunta un informe de la Defensoría del Pueblo en 2018.
Según se detalla en esa misma publicación, el Ministerio de Salud atribuye esta responsabilidad a los Servicios Departamentales de Salud. Sin embargo, información recopilada desde los mismos SEDES evidencia que “no existiría uniformidad en los criterios para tratar estos temas”.
El documento de la Defensoría del Pueblo “advierte la necesidad” de que el Ministerio de Salud emita normas, políticas y programas para atender esta problemática. Especialmente en lo referido a la violencia obstétrica.
¿Existe normativa específica contra la violencia ginecológica?
En Bolivia, seis de cada 10 mujeres afirman haber sido víctimas de violencia obstétrica, de acuerdo con los resultados de la Encuesta de Prevalencia y Característica de la Violencia Contra la Mujer.
No existen datos oficiales específicos sobre violencia ginecológica y su presencia en el debate público es menos que marginal.
Es por lo que muchas políticas y esfuerzos se orientan hacia la prevención y erradicación de la violencia obstétrica.
Por ejemplo, en 2018 la Defensoría del Pueblo socializó un proyecto de ley de atención de salud materna y prevención de violencia obstétrica. Cinco años después, ese esfuerzo, pese a su respaldo estadístico, está en el olvido.
En cambio, la violencia ginecológica está ausente en el horizonte de políticas públicas, su práctica esta naturalizada y, muchas veces, justificada socioculturalmente.
Enfrentar la violencia ginecológica no solo implica erradicar las agresiones dentro de los consultorios, sino resguardar el derecho a una vida libre de violencia, nuestros derechos sexuales y reproductivos y los derechos humanos en general.