La fiesta de Ch’utillos y el gran movimiento económico que genera en Potosí durante sus días de fiesta, ponen en evidencia situaciones de desigualdad que enfrentan los y las trabajadoras del comercio informal en Bolivia, haciendo énfasis en la distribución y uso de recursos del Estado en este tipo de actividades.
Ch’utillos es una festividad potosina rica en ritmo, color y tradición. Está profundamente arraigada en la historia e identidad de la región. En esta fiesta hay una activa y masiva participación de la población potosina (urbana y rural). También muchos visitantes vienen a la ciudad y algunos de ellos participan en la entrada de las fraternidades.
Esta celebración honra a San Bartolomé el apóstol quien es Santo Patrono de Potosí.
La investigación realizada por Juan José Toro ha destacado la importancia de esta fiesta como un elemento central de la identidad potosina. Actualmente, se está gestionando ante la UNESCO su declaración como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Durante estas fiestas han participado más de 23,000 danzantes quienes en calles y avenidas han lucido sus mejores trajes. Miles de espectadores han aplaudido las fraternidades. En la ciudad se instalan graderías para que los espectadores puedan disfrutar de ellas.
Las condiciones laborales que enfrentan las comerciantes
En esos mismos días, muchos vendedores salen a las calles para ofrecer sus productos. Ch’utillos es una buena oportunidad para el comercio informal y callejero. Esta festividad genera un muy importante movimiento económico.
A lo largo del recorrido de las fraternidades, comerciantes de todas las edades, desde niños hasta adultos mayores, venden juguetes, alimentos, bebidas, etc. Muchos de estos vendedores, y en particular las mujeres, enfrentan numerosos desafíos al tratar de vender sus productos. Las mujeres sostienen con una mano una canasta de papas fritas y a su wawa pequeña con la otra. Inclusive tienen que lidiar con la posibilidad de ser desalojados por otras personas o la policía.
En este contexto, la frase más repetida entre los potosinos es «al menos [los vendedores callejeros] ganan sus pesitos en este día, todas las comerciantes ganan algo». No obstante, es crucial cuestionar esta narrativa y la romantización del comercio informal. Muchas de estas mujeres que venden por estas fiestas lo hacen en condiciones socialmente muy adversas. Muchas de ellas son las únicas que generan ingresos en sus hogares y deben exponerse a trabajar por muchas horas en condiciones muy duras.
El trabajo deber ser digno todos los días del año. Estas mujeres merecen empatía social no solamente por la fiesta de Ch’tuillos sino durante todo el año. Igualmente, ellas y todos los comerciantes informales merecen trabajar en las mejores condiciones posibles. La dignidad del trabajo presupone unas condiciones mínimas para desarrollar nuestras actividades laborales.
Costeando los palcos oficiales
No deja de ser ilustrativa la situación de estas mujeres vendedoras y las autoridades en los palcos. En estos palcos las autoridades nacionales y locales, así como los representantes de la Asociación de Fraternidades folklóricas y Autóctonas de Potosí (AFAP) observan la entrada cómodamente sentadxs.
Estos palcos, que son financiados con dinero público, se reservan para las personas consideradas «importantes». Es un ingreso tan exclusivo que aquellos que no tienen invitación no pueden pasar. Se dice que el Gobierno Municipal distribuye invitaciones y credenciales a las autoridades de otras regiones para que puedan ver Ch’utillos desde los palcos. Estas autoridades disfrutan de la entrada de las fraternidades con las mayores comodidades, las que son financiadas por el erario potosino.
Resulta indignante que el dinero público que puede emplearse en campañas contra la violencia doméstica, por ejemplo, tenga que gastarse en subsidiar estos espacios privados.
Este contraste resalta la existencia de ciudadanos de primera y segunda categoría en Potosí. Una situación negativa fortalecida por un discurso potosinista jerárquico. Así, algunos personajes (las autoridades) reciben los privilegios mientras que otras (las trabajadoras informales) son invisibilizadas. No puede aceptarse que una autoridad que percibe un salario mensual de US$ 2,500 dólares, reciba una subvención para, por ejemplo, tener acceso a un palco.
Las autoridades que vienen de otras regiones a Potosí por Ch’utillos reciben unos viáticos durante los días de la fiesta. Se produce así un despilfarro económico. Todo ello es una muestra de abuso de poder por parte de las autoridades. Si una de ellas quiere disfrutar de Ch’utillos o asistir a cualquier celebración dentro y fuera de Bolivia debería costearlo de sus propios ingresos. Muchas de estas autoridades tienen ingresos muy altos tomando en consideración la media de ingresos en nuestro país.
Este ejemplo demuestra cómo desde las mismas entidades públicas se fomenta el parasitismo. Además de su salario, las autoridades disfrutan de numerosos privilegios financiados por el Estado, es decir de los recursos de todas las bolivianas, bolivianes y bolivianos.
¿Los recursos públicos están llegando donde se los necesita?
Tomando en consideración solamente el caso de la festividad de Ch’utillos, debe evitarse el despilfarro de los recursos públicos. Debemos procurar mejores condiciones laborales para las trabajadoras que venden en las fiestas y austeridad con los palcos y el pago de los viáticos. No es justo que un comerciante callejero gane trabajando 300 o 500 bolivianos por día durante la festividad, mientras una autoridad que tiene invitación gaste la misma cantidad sólo por ver la entrada.
Según la normativa nacional, una autoridad puede recibir por viáticos diarios más de 500 bolivianos, si se trata de un viaje dentro del país. Todo ese dinero procede del tesoro público. Esta desproporción refleja las desigualdades en el país y se fomentan desde el propio Estado.
Las autoridades deben aprender a atender las demandas sociales por mejores condiciones de vida y evitar el despilfarro. El dinero es de todxs nosotrxs y debemos exigirles que cumplan con la comunidad.