“Escribe todo aquello que te duele, todo aquello que te cansa, todo aquello que te agobia”, decía Itzel Avilez. Y es que hoy tengo ganas de escribir desde un moretón.
Leí que los moretones son un producto del quiebre de vasos sanguíneos cerca de la piel por golpes o lesiones de impacto. Y justo se me vinieron a la mente aquellos moretones que pueden estar en nuestro corazón. Imaginando que nuestro corazón o, en este caso, mi corazón está lleno, llenísimo, de vasos sanguíneos cargados de muchas emociones.
Los impactos que ha sufrido fácilmente pueden tener tres libros y dos películas de festivales, con actrices que se pelearían por ganar el protagonismo y asegurarse un Óscar. Y, aun así, reconocer en el privilegio del moretón de oro, que hay otros en tantos miles de corazones, que ni películas o papeles podrían soportar tales masacres.
Ciertamente nadie, hasta ahora, ha podido evitar querer a alguien, escoger desde algo supremo a la familia, amarse con mucha intensidad, con colores y formas diversas en mundos completamente grises y hostiles. Nadie ha podido venir a este mundo sin al menos haberse sentido así una sola vez. Y en contraposición, algo que ahora hacemos con mucha conciencia es hacer sangrar corazones (propios y ajenos), porque el corazón parece no importarle a nadie.
Estoy convencida de que ya no nacemos con corazones rojitos y puros. Tenemos muchas herencias malparidas llenas de dolor y angustia que, hasta cierto punto, sanarlas o ignorarlas determina cuán miserables podríamos vivir.
Hablamos, corazón moreteado para afuera, que en la familia está un núcleo inquebrantable de amor, de espacio seguro y de confort. “La unión más pura”.
Y no es cierto. Es, justamente, por la miseria de la idealización que se cree que lxs familiarxs son un refugio y la vida misma nos muestra que es el núcleo de crímenes y traumas que debemos agenciar, de alguna manera, en un mundo igual de hostil que lucha por vernos solxs.
Estos ideales hegemónicos no solo nos dicen que no debemos denunciar a la “familia perfecta”, sino demandan que creamos que es algo tan orgánico que nos quita la responsabilidad de ser capaces de construir, tejer y cuidar constantemente. En ese juego de lo inmaculado no es raro que, en lo laboral, te hablen de “familia” para que volvamos a la «corrupción» de no denunciar y de no desobedecer.
Y cuando el corazón está con muchos días de impedimento por tantos moretones, pero en su invisibilidad sistémica no puedes parar, escucharás: “Puedo con esto solo” o “Nadie me comprende” —sinónimos que pueden tener ciclos viciados de dolor por años y años— al punto de disociarnos del mundo.
Hace algunas semanas volví a una herida de adolescencia, cuestioné a mi mamá por saber cuál era mi lugar en la familia, cuál era mi validez.
¿Acaso no te ha pasado eso de sentirse inútil ante el dolor o la vida de quien no puedes dejar de querer?
Después confronté el corazón con moretes de mi hermano y tuve muchos más de vuelta, una chasqueada innecesaria para aún no tener respuesta.
Veo películas y leo libros donde el amor es comunicado con facilidad, y eso no pasa en nuestro Sur, donde al amor lo arrancaron con masacres y dominios de poder. El amor que ya no sale por tanto moretón y da la sensación de que duele más por dentro. De ahí también nuestra rabia, nuestra frustración y nuestro renegar del propio existir.
Entonces, de corazón moreteado a corazón moreteado, en esta columna y espacio que te atreviste a habitar y leer, quisiera preguntarte algunas cosas. Agradecería saber algunas respuestas para, tal vez, inventarnos alguna pomada contra los moretes de las emociones:
¿Sigues con tu primer moretón, recuerdas cuál es?
¿A estas alturas de tu vida, cuántos moretones te han dado, cuántos has dado tú?
¿Cuál es tu moretón de corazón mas reciente?
¿Cuál es ese moretón mas inesperado?
¿Tu familia, amistades y amores te han dado moretones que te han dejado inhabilitadx de sentir? ¿Se pueden curar? ¿Cómo?
Talvez Itzel tiene un camino.
“Escribe
tu parte de la historia con esa amiga que ya no te habla
tu versión de aquella ruptura tan dolorosa
el testimonio puntual de aquello que no eres capaz de contarle a nadie
Escribe
experimenta el gozo de tomar la pluma
el lápiz
la máquina
el teclado
el cansancio en las muñecas
el miedo al no poder nombrarlo todo con palabras, la emoción
Escribe
como forma de honrarte a ti, a tus abuelas de las que no sabes nada porque murieron mucho antes que tú nacieras y no dejaron (parece) nada escrito
Escribe
pon el sello
deja marca
para que nadie nunca narre tu vida sin ti”