Airamppo es una de las piezas clave en la filmografía boliviana de principios de siglo, en el nacimiento del digital. Se proyecta después de mucho tiempo en Cochabamba gracias a una retrospectiva del Festival de Cine Radical en La Libre.
Mijail Miranda Zapata
La muestra proyectará esta película este miércoles 24 de julio, a partir de las 20:00, en La Libre (Humboldt casi Calancha). La retrospectiva a los cinco años del radical se extenderá hasta el viernes, las funciones arrancan a las 18:00 todos los días.
Airamppo (2008) es acaso la película más arriesgada e interesante de su generación. Inaugurada por Dependencia sexual (2003) de Rodrigo Bellot en los albores de los dosmiles, con una osadía ahora difusa entre redcarpets y reflectores fancys, las puertas del digital abrieron el acceso a nuevos soportes, modelos de producción y reinvenciones de la mirada cinematográfica en el país. Luego vino el ojo agudo, templado y cinéfilo de Martín Boulocq con Lo más bonito y mis mejores años (2005), basada en un cuento de Rodrigo Hasbún. Sin embargo, es la película de Alexander Muñoz y Miguel Valverde el punto culminante y el gesto más osado de esa apertura creativa en el cine boliviano de principios de siglo, en cuanto a forma y riesgos, que se ha ido achicando a fuerza de cámaras hiper hd y mamotretos pseudo industriales que ha dejado a los deudos de de este filme en la periferia del «buen quehacer» audiovisual.
Entrando en los detalles de este proyecto su mayor mérito, a grandes rasgos, es romper las barreras convencionales entre la ficción, el documental y el video arte. Airamppo condensa estos lenguajes en un solo cuerpo que no se amolda a ninguna exigencia, en cambio, se deforma y estructura de manera orgánica en un vaivén que se extiende entre la confusión y la fascinación. Una especie de Frankenstein audiovisual -con todas las implicaciones poético viscerales que implica la referencia a Mary Shelley- que se ve perfectamente retratado, por ejemplo, en un reparto en el que desfilan una enorme cantidad de personajes atorados en chicha, delirantes, embalados en un histrionismo festivo y desaforado.
Arrugados, sudorosos, oníricos, ojerosos, amarillentos, desenfocados, intratables, inexplicables y majestuosos, los cuerpos bajo el lente de la dupla Muñoz-Valverde quizás sean las representaciones más fieles de la celebración a la boliviana, en una filmografía más bien acostumbrada al cartuchismo y la impostación.
El hecho de que las acciones se desarrollen prácticamente fuera del espacio urbano, no contradice estas nociones otorgándole a lo rural ese bucolismo tan recurrente en nuestras miradas colonizadas, sino que las refuerza. En Airamppo el campo no es un espacio virgen en el que los citadinos, los doctorcitos, encuentran la epifanía telúrica del ser nacional, sino que actúa como un catalizador de los excesos, futilidad e impostura de ciertos grupos sociales de las capitales.
La violencia, camuflada de bonhomía y picaresca, con la que una horda de jóvenes ebrios, travestidos de cholos e indios, invaden el territorio del otro -al que van desplazando hasta prácticamente quitarle el protagonismo y la hegemonía de las narrativas-, vista a la distancia, funciona como una interpelación directa al que observa, a la cámara, al espectador.
Esto implica un mérito doble, en tanto la película funciona como un registro etnográfico en el que se subvierte el lugar tradicional del observador y lo convierte en objeto de estudio. La muchachada universitaria de las facultades de humanidades puesta del otro lado del espejo en el que intentan mirarse durante sus «trabajos de campo». Un gancho al hígado de la bohemia local. En este sentido, el humor y el tono lúdico de la cinta, en general, pueden llegar a amortiguar la crudeza de las bofetadas, pero no su impacto.
La muchachada universitaria de las facultades de humanidades puesta del otro lado del espejo en el que intentan mirarse durante sus «trabajos de campo». Un gancho al hígado de la bohemia local.
Sin embargo, los méritos de Valverde y Muñoz no se limitan a los ámbitos de la experimentación, la ironía y las divagaciones socioantropológicas, sino que dan cuenta de una gran habilidad para estructurar sentidos y narraciones íntegras sin contar con un hilo conductor demasiado evidente. Esto, en el contexto de una fiesta patronal o un bacanal artístico intelectual, es prácticamente una hazaña.
La fotografía es otro de los puntos fuertes de Airampoo, en el que los directores prodigan recursos estilísticos, lentes, encuadres y movimientos. Si el paso entre un registro documental hacia uno rayano en lo surreal goza de tanta naturalidad es justamente gracias a esa habilidad detrás la cámara. Esta solvencia visual se complementa con el montaje que, pese a exhibir un barroquismo extremo, sabe darle a la exuberancia de tonos, texturas y colores, el ritmo que necesita para no apabullar al espectador.
La música, como no podía ser de otra forma, también juega un rol fundamental al momento de abrir estos resquicios por los que la historia, casi un cuento o una anécdota de borracho, trasciende sus propios límites hacia un ambicioso ejercicio cinematográfico, un riguroso trabajo de documentación o un preciosismo audiovisual. Tanto el sonido directo, acaso un regalo de la era digital, como la música compuesta especialmente para el filme o aquellos recursos incidentales, se articulan siempre al límite de la estridencia.
Airamppo es una película border, en ensayo de excesos y tensiones.