En un día normal al dirigirse a sus trabajos, escuelas, universidades o demás actividades las mujeres en Bolivia se enfrentan a miradas lascivas, roces, tocamientos, comentarios con contenido sexual e insinuaciones que son ofensivas, denigrantes y violentas.
Esta crónica fue parte del libro La Bolivia, una antología de crónica feminista, que incluye los tres textos ganadores y siete menciones especiales del Primer Premio Nacional de Crónica Feminista que lanzamos en 2019. Si te gusta nuestro trabajo y deseas colaborar con la creación de más y nuevos proyectos periodísticos puedes dejarnos un aporte en el Chanchito Muy Waso.
–Realmente no entiendo por qué se quejan tanto –me dice Sofia.
Sentados en una parrillada con su novio y un grupo de amigos cercanos, el segundo día de carnaval, surge el tema.
–Yo no lo entiendo para nada, me salió una de esas imágenes en Facebook para saber qué tanta violencia había sufrido como mujer, la primera pregunta era: “¿Alguna vez te has sentido acosada?”. Respondí que no y ¡se acabó el test! –dice riéndose junto con el resto del grupo, que había pasado unos minutos hablando sobre las feminazis.
–¿Nunca te has sentido acosada? –pregunto– ¿Nunca te han dicho nada en la calle?
–Sí me han dicho, pero no me molesta –responde ella sin cuidado, para admiración de todos los varones presentes.
Me impacta su respuesta, ¿que no todas hemos sufrido acoso?, tal vez no es tan común como me parece, tal vez no es tan malo, tal vez estoy exagerando y no pasa nada tan grave ¿será que tanto post feminista en Facebook me cegó y ahora veo acoso donde no hay?… Después de todo, esos posts son siempre de otros países, sus realidades no son iguales a las nuestras… ¿o sí?…
Después de darle muchas vueltas, decidí que lo mejor era preguntar. Suelto una pregunta en mis redes sociales, algo simple: “¿Alguna vez te has sentido acosad@? Cuéntame tu experiencia”
No sabía el impacto que esa pregunta tendría, las respuestas no se dejaron esperar: amigos cercanos, lejanos, ex compañeros de colegio, de universidad, colectivas, feministas, antifeministas y afeministas responden. Preguntan si la pregunta es seria, por qué la hago, para qué usaré la información, respondo pacientemente: “Quiero saber qué es lo que pasa en Cocha”, les digo y me doy cuenta que tendré que tomarme el tiempo de leerlos a detalle, y después de cada pedacito de historia, agradecerles con sinceridad. Recibí un aproximado de 20 testimonios de acoso, 17 de mujeres y 3 de varones. De las 20 historias, solo una respuesta de un varón afirmaba que no se había sentido acosado, “quizá no presto la suficiente atención”, me dice.
Todas las demás abren con un simple «Sí» y pasan a contarme algo más. Quiero compartir algunas de esas historias.
Raquel tiene 24 años, ama salir de fiesta, le encanta bailar y sobre todo pasar ese tiempo con sus amigas. En la América y Pando, en el circuito fiestero de Cocha, varios grupos de changos van y vienen en auto y a pie, nada fuera de lo normal: es viernes “y el cuerpo lo sabe”. Raquel lleva unos shorts negros que le quedan muy bien y le encantan, después de esta noche no los volverá a usar. Pasa media hora esperando a sus amigos, no deja de escuchar “qué lindo culito tienes”, los taxis frenan en frente de ella para decirle “lo sabrosa” que está. Ella se siente muy incómoda, pero sigue esperando, de repente una vagoneta negra se estaciona al frente.
–Hola, hermosa, ¿puedo llevarte a algún lado?
Responde como puede:
–No, no gracias, ya me iba.
–Pero puedo llevarte, si quieres –insiste la vagoneta.
Raquel no se queda un segundo más, cruza la calle y toma un trufi para irse a casa, no puede soportar más, no puede esperar más ¿Y si la vagoneta sigue y sigue insistiendo? Está realmente muy asustada, contiene apenas las ganas de llorar sin entender por qué.
¿Es Raquel la única que sintió ganas de llorar? No lo supo, pero, como ella, casi dos millones de mujeres bolivianas se han sentido agredidas por piropos o frases hechas por extraños, casi dos millones de tres que decidieron declarar sus experiencias el 2016 en la encuesta del INE sobre la Prevalencia y características de la violencia hacia mujeres.
Tal vez Raquel se expuso demasiado. Es decir, es una adulta y era de noche, es “comprensible”, esas cosas no suceden de día, a las personas que se cuidan ¿no?
Sandra vive muy cerca de sus primas y sale mucho con ellas, siempre ha sido así. Cuando tenía 13 años iba por la América Oeste, una zona muy residencial, junto con su prima Elena que entonces tenía 17 años. Van caminando a la casa de sus tíos, son cinco cuadras desde la casa de Sandra. Van por la avenida, siempre está llena de autos, también hay algunas tiendas. En algún momento aparece una peta y reduce su velocidad. Ambas piensan que el auto se va a estacionar y no le toman importancia. Caminan una cuadra y la peta sigue el paso de las chicas.
Elena se preocupa, toma de la mano a Sandra y decide doblar en la primera esquina que encuentran en contraruta; doblan, pero el auto dobla con ellas. Aparece un trufi y casi choca con la peta. Elena y Sandra aprovechan para correr. Sandra no entiende qué pasaba en el auto, alcanzó a ver que el conductor se movía muy extraño, Elena piensa que es demasiado pequeña para entender que un hombre adulto se masturbaba mientras las seguía por la calle a plena luz del día. Pero Sandra es lo suficientemente grande para sentir ganas de vomitar. Llegan a casa al pasar una cuadra, muy nerviosas, le cuentan todo al tío. “Pero ¡¿cómo no van a saber cuidarse?!” Es todo lo que les dice.
Mariana tenía 14 años, salía de su colegio por la tarde, está por el distribuidor de la Muyurina, un puente de varios niveles que conecta el centro de Cochabamba con el camino a Sacaba, otra gran ciudad del Departamento; por esa zona pasan muchos autos, buses, trufis y alguno que otro camión. Ella y dos de sus amigas salen de clases, por la calle, un hombre en bicicleta las sigue. Comienza a gritarles cosas que Mariana al día de hoy prefiere no decir, “chanchadas”, me cuenta. Luego se detiene en una esquina y comienza a masturbarse. Mariana y sus amigas corren, “fue bien feo”, es todo lo que alcanza a decirme.
Mariana, Elena y Sandra no fueron las únicas, en agosto de 2020 más de mil mujeres en una encuesta de Twitter contaron a qué edad sufrieron su primer acoso, la mayoría (35%) entre los 12 y 15 años.
Saliendo del colegio, saliendo de su propia casa… parece que no tiene que ver con la edad, ni con la hora del día.
Quizá lo que sucede es que las calles en Cochabamba simplemente no son seguras, después de todo no se puede confiar en los extraños… pero…
Brenda tenía 15 años, su colegio era muy grande, casi del tamaño de una manzana completa, tenía dos puertas. Brenda vivía en una calle cerca de la puerta de salida. Era la edad del burro y las hormonas estaban como pipocas. Un chico nuevo llegó a su curso, nadie había visto a alguien tan encamotado en todo el colegio, la buscaba, le compraba chocolates, rosas, peluches y le escribía poemas “entre dulces y depresivos… hasta suicidas”.
La seguía hasta su casa y se pasaba la tarde esperándola y llamándola para que saliera a hablar con él. Llegó al punto en que Brenda tenía cuidado hasta de salir a la tienda, porque él estaría ahí. No quería pensar en lo que él podría hacer si la encontraba a solas, tampoco quería rechazarlo, él le decía todo el tiempo: “Si me muero será tu culpa, todo es por tí”. Nadie en el colegio había visto a alguien tan camote y nadie se preguntaba por qué Brenda recibía regalos que no quería, poemas que la incomodaban, por qué no salía ni a la esquina tranquila, por qué no podía decirle que no.
Nadie pensó que esto tendría consecuencias negativas, es decir, eran changos haciendo cosas de changos ¿qué era lo peor que podría pasar? Además, no se trataba de un desconocido, era un compañero de su edad.
En realidad, al igual que Brenda, otras mujeres expuestas al acoso modifican diariamente sus actividades y sus rutas para evitar estas situaciones, según muestran estudios cualitativos como el de la universidad de Yucatán este año, y en general experiencias recogidas al respecto. Al igual que Brenda, la piensan dos veces antes de salir a la tienda de la esquina.
Pasan los años, Brenda estudia en la San Simón, en semestres finales debe realizar prácticas en otras instituciones. Tiene su primera práctica con un licenciado, todo normal. Brenda empieza a notar que mientras más se encuentra con el licenciado, más cambia su actitud con ella. Se la pasa intentando abrazarla, Brenda le pide que no lo haga.
–No me gusta que me toquen.
–No seas ridícula –es la única respuesta que obtiene.
Comienza a hacerle comentarios inapropiados para un ambiente de trabajo.
–¿Podrías pasarme eso? –le pide siempre, señalando cosas en el suelo, luego le dice que ya no las necesita, solo se enfoca en verla agacharse. Ella trata de evitarlo y cuando terminan sus prácticas agradece a Dios no tener que encontrarlo de nuevo.
Carla tiene 45 años ahora, hace tiempo ella terminaba el primer curso de su carrera en la San Simón, la universidad pública de Cochabamba, y por temas personales decidió trasladarse a La Paz con su familia. Al hacer el trámite para el traspaso de universidad, el decano de entonces –que había sido su docente en una materia– pide hablar con ella. Carla entra en la oficina del decano, le pide que se siente, Carla se sienta. Le pregunta acerca del viaje y el trámite, todo normal hasta allí. De repente, el decano le dice:
–Me han dicho que te gusto.
Carla se siente confundida, un pequeño shock la ataca, solo alcanza a articular un “No” tembloroso, pero él vuelve a preguntarle.
–No me gusta –le dice ella.
Él le dice que le firmará los documentos para su traslado al día siguiente y recalca:
–Piensa bien si lo que quieres es irte.
Carla sale de la oficina rápidamente, se va de la Sansi. Ya en casa se pasa toda la noche pensando en qué hacer y en cómo defenderse, qué decir, después de todo ella está sola y no tiene a nadie en Cochabamba, trata de agarrar valor, pero no duerme. A la mañana siguiente vuelve a la oficina del decano, pide el documento.
–Sentate un rato, charlemos –le dice– ¿Has pensado bien qué es lo que quieres hacer? Mira que aquí tienes muchas oportunidades; si lo que quieres es ayuda, yo puedo ayudarte, si necesitas alguna beca o lo que quieras… para que puedas quedarte.
Carla se arma de valor y pregunta
–¿Hay algún problema con mis papeles?¿Necesito recurrir a un abogado o a otra autoridad?
Él cambia su actitud totalmente, se pone agresivo, levanta la voz y le dice:
–Bueno, si quieres irte, ¡tú eres la que está decidiéndolo! ¡Te firmo los papeles ahora mismo con la condición de que no vuelvas más a esta universidad!
Firma el documento con más fuerza de lo normal y se lo ofrece, cuando ella se acerca a tomar el documento, la toma de la mano desde el otro lado de su escritorio, aprieta fuerte. Carla siente el estómago en el pecho, pero justo entra a la oficina la ayudante por algún tema, él la suelta rápidamente y le dice:
–Y ya sabes, busca realmente qué es lo que quieres, puedes irte.
Brenda y Carla decidieron no tomar medidas al respecto. De quienes sí lo hicieron, tan solo el 2019, la Oficina Jurídica de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) declaró que registra al menos 15 denuncias de acoso a estudiantes cada semestre.
Alejandra de 24 años realiza su servicio de tres meses en un hospital, ella estudia enfermería. El administrador que la ha ayudado en muchas ocasiones, hasta que ella lo considera un amigo cercano, comienza a decirle que quiere acostarse con ella. “Me pareces bonita», dice, «y muy responsable, eres perfecta para mí”. Él tiene familia, pero eso no le impide insistir.
Alejandra no quiere acceder a sus peticiones, él se acerca a observar todo lo que ella hace en el hospital siempre que puede y le pide que le pague los favores “con una noche de sexo” o por lo menos “viendo algunas películas”. Ella se niega, alega que tiene novio (como si no fuera suficiente que ella simplemente no quiera), pero él insiste. Ante tanta presión, Alejandra accede a ver una película con él en el compartimiento que tiene asignado, una habitación para ella sola. Ella espera que él no intente más cosas, él insiste en tocarla hasta que ella le exige que se vaya. Finalmente se va.
Un par de chicos me preguntan: “¿Cualquiera puede dar su opinión? ¿Los chicos también?”, respondo que sí.
Daniel está en una fiesta, ha tomado bastante y está algo ebrio. En plena fiesta, luego de charlar y bailar un rato, una chica se le acerca, le coquetea, deja claro que quiere tener sexo con él. Él contesta que no, ella insiste, “te haces al difícil”. Daniel se incomoda y no sabe qué hacer para salvar la situación. Se van en bola en un taxi, ella quiere bajarse con él, él finalmente la empuja y corre hacia su casa. En una ciudad donde rechazar a una chica ebria es tildado de tonto e incluso de marica (porque además ser gay es algo malo), entiendo por qué Daniel no sabe qué hacer, termina el relato con un chiste; después de todo, los hombres nunca dicen que no.
No hay datos disponibles sobre el acoso cuando se dirige a hombres.
Muchas de las personas que me regalaron sus testimonios, lo hacen aún con miedo de cómo los demás podrían reaccionar con ellas, miedo a qué harán las personas que las acosaron cuando las vean, y miedo a qué dirán las personas que las conocen. Para proteger sus identidades, a pesar de que pareciera un problema no tan grave como sugerían los amigos de Sofia, he cambiado los nombres.
El acoso, según la Universidad de La Rioja, de España, puede definirse como cualquier comportamiento por acción u omisión verbal o físico con el propósito o el efecto de atentar contra la dignidad de una persona, creando un ambiente de indefensión, intimidación, degradación u ofensa.
En Bolivia, la única mención penal al término de acoso sexual que pude encontrar fue una modificación al artículo 312 del Código Penal que define el Acoso Sexual como cualquier persona que hostigue, persiga o exija a través de varios medios favores sexuales para su beneficio o el de terceros.
Aunque en 2017, en el proyecto de nuevo código penal, se establecieron sanciones para el acoso callejero y se ampliaron las definiciones de acoso, el proyecto fracasó por varias razones y no ha habido avance en el tema. El mismo año, Yadira Pelaez, entonces encargada regional del canal 7 en Beni, presenta una denuncia de acoso sexual contra el Gerente General de Bolivia TV, con varios sustentos. Tiempo después es retirada de su cargo, la denuncia no prosperó e incluso la cadena de televisión inició procesos en contra de Yadira por “incumplimiento de funciones y daños materiales” relacionados a su gestión como encargada regional.
Hay muchos más testimonios de los que alcanzo a contar, mucho más miedo del que puedo describir, mucha más impotencia de la que alcancé a saber. Miedo de salir a la calle, miedo de ir al trabajo, miedo de ir a la universidad… en el día, en la noche, a los 12 años y a los 45, miedo de los extraños y de los conocidos y ganas de llorar, muchas ganas de llorar que no encuentran una primera razón aparente, que no se sienten lógicas o válidas. Impotencia de no saber qué hacer, cómo actuar, a dónde ir.
Lo sé, lo sabía –como todos lo saben– antes de comenzar el sondeo y encontrar los datos, pero entonces ¿por qué Sofía dice que nunca ha sido acosada? En el sentido estricto de la palabra, Sofía no dice que nunca ha sido acosada, ella dice que nunca se ha sentido acosada. Es esta palabra, sentir, la que hace la grandísima diferencia, es un sentir de identificar. Nunca ha identificado ninguna de esas acciones como acoso hacia ella.
En un país que culpa y castiga a las víctimas de acoso, sin sanciones al acoso, sin definición siquiera de lo que es el acoso, entiendo que Sofía diga que nunca ha sido acosada. Y quizá sea esta misma indiferencia, la de pensar que no sucede (solo porque a mí no me importa cuando sucede), la de creer que no es tan grave, que perpetúa esta forma de violencia.