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No eran más de 20, pero los medios y las redes aseguran que fueron capaces de desatar pánico, zozobra y caos en una ciudad de más de 3 millones de habitantes.
Aunque no tenemos información específica sobre su capital, en el departamento de Santa Cruz, solo durante el primer trimestre de 2021, se denunciaron más de 4 mil casos relacionados a la ley integral para garantizar una vida libre de violencia a las mujeres.
Según datos del INE para 2019, cuatro de cada diez delitos por violencia —denunciados a la Policía— en el país se registraron en Santa Cruz. El 90% de las víctimas fueron mujeres.
En solo una década (entre 2010 y 2020), los casos de violencia física y sexual atendidos en servicios de salud de Santa Cruz se duplicaron. En este indicador, el 94% de las víctimas fueron mujeres.
Además, también en 2019, Santa Cruz registró alrededor de 9 mil accidentes de tránsito. Casi el doble de su seguidor más cercano, La Paz. Más de la mitad de todas las colisiones reportadas en Bolivia ese año se localizaron en Santa Cruz.
Las bases de datos con esta información se pueden revisar aquí.
Pero todas estas son situaciones y cifras que solemos mirar con una naturalidad pasmosa. Lo que nos parece caótico y peligroso es que una docena y media de bovinos se paseen por la ciudad.
Reaccionamos con pavor cuando otros animales irrumpen accidentalmente en nuestra rutina marcada por el estruendo, el vértigo y la violencia. Los perseguimos con violencia y saña, cuando, en realidad, ellos son los que sienten miedo.
Estamos felices de tenerlos como mascotas o en nuestros platos, pero cuando aparecen sin que medie nuestra potestad, perdemos la cabeza. Somos demasiado egoístas.
Algo de ese mismo gesto egoísta, es uno de los estandartes para muchas de las personas que rechazan ponerse una vacuna contra la COVID-19.
Paradójicamente, no es la única muestra de egoísmo que se ve estos días. Quienes se acomodan (nos acomodamos) en un sitial acusatorio y de superioridad moral (e intelectual) frente a quienes sienten temores y dudas sobre la inmunización, también están siendo egoístas.
Sobre este último tema trabajamos, desde hace varios días, en un reportaje que esperamos poder publicar esta semana. Quédate atentx a nuestras novedades.
Pero, ¿cómo rompemos con esa lógica que nos hace pensar que los límites humanos de nuestro control, entendimiento y conocimiento son los márgenes que deben regir el resto del mundo?
¿Cómo dejamos de vernos como el centro del universo? De momento, esa parece ser una pregunta sin respuesta.
De momento, en Santa Cruz de la Sierra dos vaqueros experimentados y decenas de torpes policías corretean y espantan a “vaquitas” pérdidas y horrorizadas en medio de una ciudad tumultuosa.
Al otro extremo del mundo, por cuestiones religiosas, miles de vacas deambulan por las calles y basurales indios, famélicas y agonizantes. No parece ser la vida ideal para un “animal sagrado” .
Más hacia el occidente, unos cuantos científicos, recién en la segunda década del siglo XXI, comienzan a indagar en cómo afecta que los humanos intervengamos en la alimentación de otros animales. Y cómo es que domesticación puede llegar a rimar fatalmente con extinción.
Recomendaciones wasas
First cow (Kelly Reichardt, 2020)
Prime Video
“En First Cow, Kelly Reichardt construye una historia sobre un capitalismo pretérito vinculado a la explotación y la desigualdad que los pioneros de los futuros Estados Unidos traían bien aprendidas de Europa”.
Dead pigs (Cathy Yan, 2018)
Mubi
“Un granjero de cerdos torpe, una dueña de salón de belleza, un ayudante de camarero sensible, un arquitecto expatriado ambicioso y una niña rica desencantada convergen y chocan mientras miles de cerdos muertos flotan río abajo hacia Shanghái, China. Basada en hechos reales”.
El hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2020
Netflix
“Más de 300 niveles. Dos personas en cada uno de ellos y una plataforma por la que baja comida. Los de arriba comen, a los de abajo nunca les queda nada. ‘Como alegoría es muy simple, todo el mundo lo puede entender’”.
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