Recordamos a Domitila Barrios como una lideresa valiente y decidida, pero olvidamos sus aportes al pensamiento feminista. Entre otras tantas cosas, habló del valor de los trabajos de cuidado y del hogar desde la clase obrera: «es una obra gratuita que le estamos haciendo al patrón». Así nos animamos a transcribir un capítulo del clásico Si me permiten hablar.
Mi jornada empieza a las cuatro de la mañana, especialmente cuando mi compañero está en la primera punta. Entonces le preparo su desayuno. Luego hay que preparar las salteñas, porque yo hago unas cien salteñas cada día y las vendo en la calle. Hago este trabajo para completar lo que falta al salario de mi compañero para satisfacer a las necesidades del hogar. En la víspera ya preparamos la masa y desde las cuatro de la mañana hago las salteñas, mientras doy de comer a los chicos. Los chicos me ayudan: pelan papas, zanahorias, hacen la masa.
Luego hay que alistar a los que van a la escuela por la mañana. Luego lavar la ropa que dejé enjuagada en la víspera.
A las ocho salgo a vender. Los chicos que van a la escuela por la tarde me ayudan. Hay que ir a la pulpería y traer los artículos de primera necesidad. Y allí en la pulpería se hacen inmensas colas y hay que estar hasta a la 11 aviándose. Hay que hacer fila para carne, para las verduras, para el aceite. Así que todo es hacer fila. Porque, como cada cosa está en un lugar distinto, así tiene que ser. Entonces, al mismo tiempo que voy vendiendo las salteñas, hago cola pasa aviarme en la pulpería. Corro a la ventanilla para buscar las cosas y venden los chicos. Después los chicos van a hacer cola y yo vendo. Así.
De las cien salteñas que preparo, saco un promedio de 20 pesos diarios, ya que si las vendo todas hoy, me gano 50 pesos; pero si mañana vendo solamente 30 salteñas, entonces pierdo. Por eso digo que el promedio de mi ganancia es de 20 pesos por día. Y yo tengo suerte, porque la gente me conoce y compra de mí. Pero algunas de mis compañeras llegan a alcanzar solamente cinco a diez pesos diarios.
De lo que ganamos mi marido y yo, comemos y vestimos. La comida esta bien cara: 28 pesos el kilo de carne; cuatro pesos la zanahoria; seis pesos de la cebolla… si pensamos que mi compañero gana 28 pesos por día, apenas da. ¿No?
La ropa, esto cuesta más caro. Entonces, trato de coser todo lo que puedo. Prendas para abrigarnos, no las compramos hechas. Compramos lana y tejemos. También, al principio de cada año, gasto unos 2000 pesos comprando telas y un par de zapatos para cada uno de nosotros. Y esto la empresa lo va descontando mensualmente del salario de mi esposo. A eso llamamos “paquete” en las papeletas de pago. Y ocurre que, antes que terminemos de pagar el “paquete” ya se nos acabaron los zapatos. Así es, pues.
Bueno, de las ocho hasta las 11 de la mañana yo vendo entonces las salteñas, hago las compras en la pulpería y también hago mi trabajo del Comité de Amas de Casa, conversando con las compañeras que también vienen a aviarse.
Al mediodía tiene que estar listo el almuerzo, porque otros chicos tienen que ir a la escuela.
En la tarde hay que lavar ropa. No tenemos lavaderos. Usamos bateas y hay que ir a agarrar agua de la pila.
También hay que corregir las tareas de los chicos y preparar todo lo necesario para las salteñas del día siguiente.
Hay veces que se presentan con urgencia cosas para resolver en el Comité por las tardes. Entonces hay que dejar de lavar para ir a atender esto. El trabajo del Comité es diario. Hay que darle siquiera dos horas por día. Es un trabajo totalmente voluntario.
Las demás cosas, hay que hacerlas de noche. Los chicos traen bastante tarea de la escuela. Y la hacen por la noche, sobre una mesita, una silla o un cajoncito. Y hay veces que todos tienen tarea y entonces a alguno le pongo una batea sobre la cama y en ahí trabaja.
Cuando mi marido va a trabajar en la mañana, duerme a las diez de la noche y los chicos también. Cuando trabaja por la tarde, entonces está afuera durante la mayor parte de la noche, ¿no? Y cuando trabaja en la punta de noche, solamente el día siguiente vuelve. Así que yo tengo que adaptarme a estos horarios.
Generalmente no podemos contar con la ayuda de otra persona para la casa. Lo que gana el compañero como salario es demasiado poco y más bien nosotras tenemos que ayudarnos, como yo que hago salteñas. Otras compañeras se ayudan tejiendo, otras cosiendo ropa, otras haciendo tapetes, otras vendiendo en la calle. Otras no pueden ayudar y entonces la situación es realmente difícil.
Es que no hay fuentes de trabajo, pues. No solamente para las mujeres, sino también para los jóvenes que se vuelven del cuartel. Y la desocupación vuelve a nuestros hijos irresponsables, porque se van acostumbrando a depender de sus padres, de su familia. Muchas veces se casan sin haber podido conseguir trabajo, y con más su compañera se vienen a la casa a vivir.
Entonces, así vivimos. Así es nuestra jornada. Yo me acuesto generalmente a las 12 de la noche. Duermo entonces cuatro a cinco horas. Ya estamos acostumbradas.
Bueno, pienso que todo esto muestra bien claro cómo al minero doblemente lo explotan, ¿no? Porque, dándole tan poco salario, la mujer tiene que hacer mucho más cosas en el hogar. Y es una obra gratuita que le estamos haciendo al patrón, finalmente, ¿no?
Y, explotando al minero no solamente la explotan a su compañera, sino que hay veces que hasta los hijos. Porque los quehaceres en el hogar que hasta las wawas las hacemos trabajar, por ejemplo recibir carne, recibir agua. Y hay veces que tienen que hacer colas grandes, hacerse apretar y maltratar. Cuando hay escasez de carne en las minas, se hacen esas colas tan largas que hay incluso niños que mueren aplastados por recibir carne. Hay una desesperación terrible. Yo conocí a niños que así han muerto, sus costillitas fracturadas, ¿y por qué? Porque las madres, tanto tenemos que hacer en el hogar, que entonces mandamos a nuestros hijos a hacer colas. Y a veces hay una apretadura tan terrible, que eso ocurre: que aplastan a los niños. En esos últimos años hemos visto varios casos así. Y también hay otra cosa que se debería tomar en cuenta y que es el perjuicio que se hace a los niños que no van a la escuela por hacer mandados. Cuando durante dos, tres días se espera la carne y no llega, se esta haciendo cola todito el día. Y las wawas, dos, tres días faltan a la escuela.
O sea que al trabajador tratan de no darle ninguna comodidad. Que se las arregle como pueda. Y listo. En mi caso, por ejemplo, trabaja mi marido, trabajo yo, hago trabajar a mis hijos, así que somos varios trabajando para mantener el hogar. Y los patrones se van enriqueciendo más y más y la condición de los trabajadores sigue peor y peor.
Pero a pesar de todo lo que hacemos, todavía hay la idea de que las mujeres no realizan ningún trabajo, porque no aportan económicamente al hogar, que solamente trabaja el esposo porque él sí recibe un salario. Nosotras hemos tropezado bastante con esa dificultad.
Un día se me ocurrió la idea de hacer un cuadro. Pusimos como ejemplo el precio del lavado de ropa por docena y averiguamos cuántas docenas de ropa lavábamos por mes. Luego el sueldo de cocinera, de niñera, de sirvienta. Todo lo que hacemos cada día las esposas de los trabajadores, averiguamos. Total que el sueldo necesario para pagar lo que hacemos en el hogar, comparado con los sueldos de cocinera, lavandera, niñera, sirvienta, era mucho más elevado que lo que ganaba el compañero en la mina durante el mes. Entonces en esa forma nosotras hicimos comprender a nuestros compañeros que sí, trabajamos y hasta más que ellos, en cierto sentido. Y que incluso aportábamos más dentro del hogar con lo que ahorramos. Así que, a pesar de que el Estado no nos reconozca el trabajo que hacemos en el hogar, de él se beneficia el país y se benefician los gobiernos, porque de ese trabajo no recibimos ningún sueldo.
Y mientras seguimos en el sistema actual, siempre las cosas van a ser así. Por eso me parece tan importante que todos los revolucionarios ganemos la primera batalla en nuestro hogar. Y la primera batalla a ganar es la de dejar participar a la compañera, al compañero, a los hijos, en la lucha de la clase trabajadora, para que este hogar se convierta en una trinchera infranqueable para el enemigo. Porque si uno tiene al enemigo dentro de su propia casa, entonces es una arma más que puede utilizar nuestro enemigo común con un fin peligroso. Por esto es bien necesario que tengamos ideas claras de cómo es toda la situación y desechar para siempre esa idea burguesa de que la mujer debe quedarse en el hogar y no meterse en otras cosas, en asuntos sindicales y políticos, por ejemplo. Porque aunque esté solamente en la casa, de todos modos está metida en todo el sistema de explotación en que vive su compañero que trabaja en la mina o en la fábrica o en lo que sea, ¿no es cierto?
Republicamos un capítulo del testimonio de Domitila Barrios, publicado por Moema Viezzer, tomando las palabras de la dirigenta minera publicadas en la segunda edición de 1978:
«Finalmente quiero esclarecer que este relato de mi experiencia personal y de la experiencia de mi pueblo, que está peleando por su liberación —y a la cual me debo yo—, quiero que llegue a la gente más pobre, a la gente que no puede tener dinero, pero que sí necesita de alguna orientación, de algún ejemplo que les pueda servir en su vida futura. Para ellos acepto que se escriba lo que voy a relatar. No importa con qué clase de papel pero sí quiero que sirva para la clase trabajadora y no solamente para gentes intelectuales o para personas que nomás negocian con estas cosas.»