Desde Muy Waso deseamos compartir las reflexiones y sensaciones que nos ha dejado la crisis postelectoral, tal vez a modo de manifiesto. Además, comenzamos una colaboración muy cercana con un artista que admiramos muchísimo: Salvador Pomar.
Los muertos son la moneda de cambio con la que los poderosos negocian “nuestro” futuro, sus mesas de diálogo están instaladas sobre el cuerpo mutilado del Pueblo. En estos momentos, aún deben estar contabilizando los réditos y las pérdidas del luto al que nos han arrastrado, antes de sentarse a transar los términos de su repartija.
Nos han impuesto, una vez más, la política del miedo y la incertidumbre. Mientras en las calles el desconcierto nos envuelve y arrastra hacia la desesperanza, los políticos de hoy y ayer se relamen aguardando la próxima caída, el próximo estandarte, la siguiente ficha en su macabra apuesta por el poder.
Las vidas perdidas con las que intercambian acusaciones y azuzan el descontento son siempre las mismas: personas de nuestros barrios, que viven al día, que rehúyen del chiquero político, entre el olvido, las carencias, la precarización y el silencio. Porque sus voces solo son escuchadas cuando están apagadas, cuando ya no les pertenecen, cuando pueden gritar la consigna que mejor les convenga a los de arriba, en un siniestro espectáculo de ventriloquía.
Las retóricas de violencia y confrontación con la que los machos caudillos nos empujan hacia el caos y el fratricidio, son las voces de una vieja disputa de poder machista y sin otro fin que someter, imponer, homogeneizar y hegemonizar nuestras voluntades desde la fuerza y el terror. Modelos «democráticos» en los que no hay lugar para las rebeldías ni las disidencias. Una democracia de libertades confiscadas y ornamentales.
Ni Evo Morales desde su obsceno Palacio vacío de legitimidad e inundado de lujos y traiciones; ni Luis Fernando Camacho desde su hacienda iluminada por cruces incendiadas en sus delirios de cruzado; ni Carlos Mesa desde su mansión adornada con los privilegios de su casta rancia y pestilente; nos ofrecen un hogar en el que construir nuevas esperanzas, otros futuros posibles.
Nos apagaron la luz en medio de la nada y arrojaron los dados de la muerte para que las multitudes frustradas, enardecidas y alienadas resuelvan un diálogo de ambiciones sordas, para que las calles definan donde se encauza nuestra sangre, rabia y dolor. Una vez más.
Mientras en el resto de la región los alzamientos populares enarbolan luchas antisistémicas y responden a demandas históricas, en nuestro país nos vemos aprisionados entre el neoconservadurismo del Movimiento Al Socialismo y las viejas élites políticas y regionales, todos con rostros fascistoides, ecocidas, capitalistas y, por supuesto, profundamente patriarcales. Todos cubiertos con la ridícula máscara de la verdad, la paz y la redención.
Sin embargo, en la herida que abren cada día con mayor desenfreno, estos poderosos aran el terreno en el que otras formas de entender la política, la construcción común, la vida en justicia, nuevas esperanzas, otros futuros posibles, sí pueden sembrarse.
No desde la pirotecnia de la democracia partidista y reduccionista, sino desde la organización colectiva y solidaria, desde las rebeldías y necesidades populares, desde las carencias y el hambre de lucha, desde el diálogo entre lxs de abajo, lxs de ayer y lxs de ahora.
Estamos en pie de lucha, hoy más que nunca.