La crisis ambiental y del agua a nivel mundial tiene una connotación trágica. No solo para los seres humanos, sino también para los sistemas ecológicos. El departamento de Potosí, Bolivia, no está exento de esta problemática.
En resumen, es el resultado de la agudización de la tensión ecológica, política y económica en la región.
Hoy en día, esta región andina está atravesando una crisis del agua debido a la sequía, producto del rompimiento de los ciclos del fenómeno de El Niño y el cambio climático. Pero, no es solo eso, existe una suerte de competencia entre los usuarios del agua. Hay intereses sectarios, económicos y hasta políticos. El agua fluye hacia quienes tienen más poder.
En este texto no pretendo caer en esencialismos, analizando esta crisis desde una dinámica de petición y sensacionalismo, como resultado de la coyuntura actual.
El agua en Potosí
Potosí, es una de las regiones donde el avance del extractivismo supone la expansión y el patrocinio de proyectos de extracción a toda costa. No importa la fractura de los sistemas ecológicos, las vidas ni su subsistencia.
Además, se piensa que el territorio de la ciudad de Potosí está a salvo de los efectos del cambio climático.
Esto supone, entonces, caer en una lucha de poder de quienes manejan a la sociedad potosina. El consumo del agua en la ciudad responde a negociaciones y las «decisiones», en última instancia, las toman los poderosos. Son ellos quienes «mantienen económicamente el sistema de distribución», así se lo hacen creer a los pobladores de la ciudad.
Los titulares en el periódico local mencionan: «Recursos de regalías mineras atenderán necesidades de agua en Potosí«. La voz del nuevo Gobernador de Potosí. Sin embargo, la actividad minera en Potosí es la que despoja de los recursos hídricos a la población y a los sistemas ecológicos.
Esta expoliación se denomina despojo hídrico por contaminación. Los empresarios mineros que operan ingenios utilizan grandes volúmenes de agua para sus operaciones de beneficio de minerales. Agua que le es robada, no solo a los pobladores, sino también a la naturaleza. Este despojo es violento: mientras las madres de familia hacen fila por unos cuantos cubos de agua o esperan a que el agua salga del grifo a las tres de la madrugada, los poderosos la reciben canalizada y segura en sus instalaciones.
Pero no solo roban el agua, sino que, después de sus procesos productivos violentos, nos la devuelven contaminada. Esto implica una carga social, económica y ambiental acumulada en las espaldas de los menos poderosos.
Bajo esas premisas, en Potosí existe una privatización del agua en beneficio de sectores mineros. Así se afecta el acceso justo de los pobladores de la ciudad de Potosí. Ilegalmente, el barril de agua de 200 litros es vendido hasta en 200 bolivianos (28.8 dólares). Este poder colonial, interno y cruento, es ejercido por poderes patriarcales que se reflejan en las cooperativas mineras, transnacionales mineras, tecnócratas y burócratas estatales.
Un territorio despolitizado
La ciudad de Potosí es un escenario de inacción social. El territorio está despolitizado respecto a temas ambientales, sobre todo relacionados con la minería. En ese contexto, la búsqueda efectiva de la justicia ambiental, ecológica y social es urgente. Porque en sociedades como la potosina, priorizan el «desarrollo económico» ante todo.
El agua debe fluir en un ciclo, pero no hacia el poder. El agua es un bien común y fomentar la universalización de una ética para su cuidado, en beneficio de los humanos y la naturaleza, es apremiante. Es tan urgente y central como apostar por la sostenibilidad y continuidad de la vida como categoría de análisis. Es necesario abordar una nueva y transformada cultura ambiental en la ciudad de Potosí.
Se debe repensar y cuestionar los conceptos y construcciones sobre lo que se considera feminidad y masculinidad, pues en este contexto juegan un rol crucial en cómo las sociedades ocupan y transforman los territorios. De lo contrario, Potosí seguirá transitando hacia un territorio vacío, que se ha incluido de manera forzada en la economía mundial. Allí donde prima el capitalismo, no solo como sistema económico, sino como orden político, social y hasta cultural. Donde se anteponen los intereses del capital sobre cualquier forma de vida, dejando de lado nuestras relaciones de interdependencia y ecodependencia con el agua.