Desde hace años, el feminismo tomó el guante de la economía con perspectiva de género y lucha por incorporar en la agenda pública el trabajo de cuidado y la corresponsabilidad para achicar la brecha entre varones y mujeres.
La asimetría en la distribución de las tareas del hogar, asociadas culturalmente a las mujeres, es una de las causas fundamentales de las desigualdades que enfrentan en el mercado laboral. Por eso, comprender que existe un trabajo invisible que necesita ser integrado a la mirada económica permitirá ver de forma integral cuáles son las dimensiones de la desigualdad de género.
Esto no es algo que ocurre aisladamente, sino que se repite a nivel mundial. ¿Por qué? Porque se asume que estas tareas son de mujer y se realizan por amor. A esto el feminismo responde: «Eso que llaman amor, es trabajo no remunerado».
Esta carga horaria redunda en: menos tiempo para estudiar, formarse, trabajar por un sueldo.
Como reflejo del estereotipo de la feminización del cuidado, en el ámbito del trabajo de cuidados remunerados, las mujeres también están sobrerrepresentadas en estos empleos caracterizados en general por una baja remuneración y condiciones laborales precarias.
Para conocer un poco sobre esta realidad aquí en Bolivia, hablé con Karla, una estudiante de Ciencias de la Educación. “Me han ofrecido un buen trabajo en el Beni y no he podido ir porque mi hijo al principio lloraba cada mañana que me tenía que ir a estudiar”, lamenta.
Luego comenta algo que parece más bien una reivindicación: “no creo que siempre tengas que estar cuidando tú. Si lo obligan al padre a pagar la mitad de la manutención, ¿por qué nos obligan a nosotras a asumir el 100% del cuidado?”.
¿Quedarse en casa es lo mismo para mujeres y varones?
El tiempo dedicado al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado constituye casi la mitad del tiempo total de trabajo, resultando fundamental para el sostenimiento del sistema en su conjunto, dado que todas las personas, en algún momento de sus vidas, necesitan de cuidados.
Estos cuidados son la base de toda la estructura, sin ellos el resto de las actividades no pueden funcionar.
En ausencia de prácticas de corresponsabilidad, se mantiene la brecha en el tiempo que mujeres y varones dedican al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. De hecho, en la región, las mujeres todavía dedican más del triple de tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que los hombres.
En Bolivia existen 4,5 millones de personas que necesitan cuidado. Esta cifra se refiere a niños, adultos mayores, enfermos y personas con capacidades diferentes.
Un estudio realizado por OXFAM reveló que las «mujeres bolivianas dedican cerca de siete horas diarias a trabajos de cuidado, casi el doble que los hombres, con consecuencias en su derecho al trabajo y la educación».
“Al principio fue muy difícil asumir hacerlo sola, creí que no iba a poder trabajar y cuidarlos a ellos (sus hijos). Mi mamá fue un soporte. Yo quería estudiar y ella me dijo que me iba a ayudar”, relata Karla.
Pero ella sabe que no es la única, entiende que es algo estructural y se ve reflejado en sus charlas con amigas y grupos de WhatsApp: “Ves el grupo de la escuela y todas somos mamás. Lo hablamos con mis amigas, toditas nos quejábamos de la tarea, de la ropa sucia, de tener que ir al mercado”.
«Eso que llaman amor, es trabajo no remunerado»
Uno de los datos revelados por OXFAM es que “tres de cada diez mujeres que dejaron de estudiar afirman que la causa principal fue la dedicación al trabajo no remunerado de cuidado y tareas domésticas, cuatro veces más que los hombres».
Si todas las actividades de cuidado recaen en las mujeres y no existen políticas públicas y estrategias de corresponsabilidad, siempre habrán limitaciones para el uso del «tiempo libre».
¿Cómo se hace si se quiere hacer cursos, ir al cine, hacer deportes o participar de la política sindical o partidaria? Esta desigualdad entre varones y mujeres en la distribución de tareas del cuidado, afecta a los derechos de las mujeres en diferentes aspectos.
La desigualdad se cobra con salud
Limpiar la casa, cocinar, ayudar con las tareas escolares no sólo es un trabajo, no reconocido como tal e invisiblizado, sino que también impacta en la salud físíca y psíquica de quienes lo hacen. Es decir, las mujeres.
“He pasado a sufrir ansiedad porque tengo que estar pensando qué va a pasar aquí, qué va a pasar allá, qué va a pasar con mi hijo, qué va a pasar con mi hija, qué van a comer, qué van a hacer, quién les va a cuidar”, protesta Karla y habla de la «sobrecarga emocional» que implica estar a cargo de todas las tareas de cuidado.
Posponer chequeos médicos, minimizar los dolores de espalda, de cabeza, para cuidar a niños, niñas o personas mayores, tiene consecuencias que van calando en los cuerpos que se «fragilizan».
La pandemia dejó al descubierto las desigualdades
El nuevo coronavirus operó a muchos niveles, aislándonos, dejando en evidencia falencias en los sistemas de salud, que se vieron colapsados rápidamente, y revelando desigualdades sociales y de género.
Karla, quien había comentado que el encierro es duro, porque antes, cuando iba a la universidad o a trabajar, al menos podía salir del hogar, tener un espacio para ella. Dice que “antes de que entremos en pandemia les podía dejar mis hijos con mis hermanos, les decía ‘por favor, dos horitas, tengo que ir a hacer esto’. Cuando empezó el COVID, no ha habido eso” .
Por el contexto sanitario, casi todos los países tomaron medidas de confinamiento, se reconfiguraron las modalidades de trabajo, se cerraron los centros educativos y se profundizó la distribución desigual de las tareas del hogar y cuidado entre varones y mujeres. Al mismo tiempo, se comenzó a poner este tema en la agenda pública, tomándolo como una problemática urgente.
“Ahora que tengo que estar en la computadora hasta altas horas mi hijo llora porque no me puedo dormir con él. ¿Quién te habla de esas cosas?», reclama Karla, en relación al vínculo con su hijo en el contexto de la cuarentena.
Las tareas de cuidado como un factor de riesgo
Las mujeres, al tener asignado el papel de cuidadoras, se exponen más al contagio del virus, tanto en su rol como profesionales (enfermeras, educadoras, personal esencial), como en su rol no remunerado en el hogar.
“En junio me dio positivo por COVID-19 y yo sentí que no podía estar enferma. Si yo me muero qué va a pasar con mis hijos, nadie puede soportar tanto peso”, dice Karla al hablar sobre cómo «pesa» la salud, sobre todo en términos emocionales, en cuanto a las tareas de cuidado.
El rol del Estado
Durante la pandemia, frente al aumento de las tareas de cuidado no remunerado en los hogares, quienes se hicieron responsables de esa carga adicional fueron las mujeres y el cuidado comenzó a tomar relevancia y a convertirse en un problema que la agenda pública no puede desechar.
El Estado, entonces, debe tomar un rol activo con políticas públicas que contribuyan a una redistribución del tiempo de cuidados poniendo el eje, por un lado en la concientización sobre la corresponsabilidad y por otro lado, creando sistemas de cuidados públicos, una infraestructura social de cuidados de calidad que descomprima lo que se realiza en el hogar, fortalecer la seguridad social, para así generar lineamientos que permitan profundizar el camino hacia la equidad de género.
Como nos enseñaron las feministas de las décadas de los 60 y 70: lo personal es político. Por eso la importancia de poner estos temas en el debate público y exigir a los Estados que trabajen para garantizar a las mujeres el pleno ejercicio de sus derechos.