Nadie sale ileso después de mirar una obra de Paula Rego. Son pinturas realistas, que pueden inscribirse dentro del naturalismo, donde siempre hay conflicto. Retratos de escenas aparentemente ordinarias que adquieren relevancia porque son, a la vez, realidades sociales invisibilizadas.
El mejor ejemplo es el Tríptico del aborto, pintado en 1998. En aquel año en Portugal, de donde es Rego, un referéndum sobre la legalización del aborto dio como resultado la continuidad de la práctica en la clandestinidad. Casi veinte años después, en 2007, finalmente se aprobó su legalización. Con lo cual, pintar esas escenas en el anochecer del siglo XX representó una osadía.
En esas mujeres ilustradas sobre el lienzo —sufridas, olvidadas, marginadas—, que abortan en escondites con las piernas abiertas y cuerpos encorvados, hay una victoria. Porque, dijo hace poco la artista de 83 años, «más allá del terrible drama, siento que hay belleza». Sus miradas lo demuestran: son mujeres que, por un instante, superan el miedo. Y ese entreñable atrevimiento te pulveriza.
Catherine Millet,escritora y crítica de arte, comentó sobre la obra de Rego:
«La obra de Paula Rego nos hace comprender toda la soledad de la mujer obligada a abortar en forma clandestina. Pero quisiera, en especial, llamar la atención sobre la mirada de esta mujer —dijo Millet sobre la tercera escena—. A pesar del dolor que se lee en los rasgos de su rostro, de la posición humillante en la que se encuentra, nos mira directo a los ojos, casi provocativa, desafiando a los que quisieron prohibirle lo que está por hacer. Víctima de la ley que no le permite abortar en condiciones sanitarias y morales correctas, esta mujer toma las riendas de su destino».