El viento helado del altiplano golpea con fuerza mientras Sara Quispe camina sobre el pasto seco, llevando dos bidones llenos de agua en sus manos. El esfuerzo la hace detenerse unos segundos para respirar hondo.
«Antes el agua llegaba más fácil, ahora tengo que caminar horas para conseguirla», explica.
Como muchas mujeres de las comunidades de Quimsachata y Apuvillque, su vida cotidiana ha cambiado drásticamente por la sequía que azota al municipio de Huarina, a orillas del lago Titicaca.
En Huarina, la escasez de agua se ha intensificado y las warmis (mujeres) han asumido el rol de guardianas del agua, en cuanto a su almacenamiento, acceso, uso y distribución.
En 2023, el lago Titicaca alcanzó su nivel más bajo desde 1996. Descendió casi un metro y medio de su promedio histórico, según los datos del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología Bolivia (Senamhi).
Para Sara, de Quimsachata, esto significa buscar agua fuera de su comunidad después de llevar sus vacas al cerro.
“Voy hasta el pueblo de mi esposo y traigo agua en bidones, camino una hora de ida y otra de vuelta. Antes de eso tengo que pastorear mis ovejas y vacas”, cuenta con la voz cansada.
En Apuvillque, Olga Pajsi se coloca un sombrero y recorre la orilla del lago con un balde en la mano. Mientras pastorea sus ovejas, recuerda la angustia de los primeros meses de sequía.
«Tuvimos que racionar el agua para todo. Medíamos cada litro para cocinar, lavar y beber. A veces no nos quedaba más opción que lavar con agua sucia».
Tener ropa limpia en los colgadores o un plato en la mesa, ahora representa un desafío: el lavado de ropa, la higiene personal y la preparación de alimentos se han complicado por la falta de agua limpia y potable.
La escasez de agua también afecta a la agricultura, impidiendo el riego de chacras de papa y limitando la alimentación del ganado.
Escasez de agua y sobrecarga de trabajo
Con el cabello canoso, piel arrugada y bronceada por el sol, Cristina Quispe Gutierrez ve cómo los eucaliptos abrazan los cerros de su comunidad Quimsachata y relata que la crisis hídrica ha cambiado su rutina y la de su familia.
“Mi hermana debe viajar hasta Batallas (unos 20 kilómetros) o a Achacachi (a 57 kilómetros) para lavar la ropa de sus wawas”.
El periodo de lluvias en el altiplano boliviano se ha reducido de 120 a 95 días al año, explica el biólogo boliviano, Marco Nordgren.
Las mujeres sienten este impacto climático con mayor fuerza: ellas son las encargadas de almacenar y distribuir el agua en sus hogares para cocinar, lavar ropa y mantener el ganado.
“Las mujeres destinan 11,8 millones de horas diarias (60,2%) al trabajo no remunerado y los hombres 5,2 millones (34%)”. Así lo revela la encuesta realizada a mujeres y hombres de 12 años para adelante en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz y El Alto del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), detallada en el informe Desigualdades: tiempos y trabajos (2023).
Aunque muchas mujeres indígenas son líderes dentro de sus comunidades y existen posibilidades de participar en distintos espacios de diálogo, la sobrecarga de trabajo es una de las barreras más significativas para su participación en proyectos de adaptación al cambio climático.
Investigaciones de campo en Bolivia indican que las mujeres rurales enfrentan sobrecarga laboral, lo que les impide sumarse a proyectos de riego, cosecha de agua o excavación de pozos.
A pesar de estos obstáculos, los estudios sobre cambio climático en zonas rurales de Bolivia, realizados por los investigadores estadounidenses Ashwill, Maximillian y Morten Blomqvist (2011), demuestran que invertir en el liderazgo femenino genera estrategias de adaptación más efectivas y sostenibles.
Distribuir el tiempo y el agua
El Informe sobre la Situación del Agua en Huarina (2022) revela que la crisis hídrica golpea con mayor fuerza a comunidades donde más del 90% de los habitantes son personas mayores.
Como sucede con Cristina, Sara, Olga y otras mujeres, cuyas edades rondan entre los 50 a 70 años. La falta de acceso directo a ríos o vertientes las limita a esperar la época de lluvia y almacenar agua en lo esté a su alcance, ya sean baldes, bidones, ollas.
La cosecha de agua de lluvia se ha convertido en una estrategia fundamental. “Para cocinar, tomar y lavar los servicios utilizo tres baldes de 20 litros, que solo recibo cuando es tiempo de lluvia”, dice Cristina. La época de lluvias es la más esperada y aprovechada por las mujeres, para garantizar su uso y consumo, y paliar la escasez de agua.
«Nos organizamos para almacenar y distribuir el agua. Recibimos agua de la pileta solo dos veces a la semana, los miércoles y sábados, y la guardamos en tachos y ollas. Algunos han comprado tanques para hacerla durar más», explica Olga Pajsi.