Una artista quiebra la lógica engañosamente impoluta del confinamiento para reflexionar sobre las distintas formas revolucionarias de maternar, la virulencia de las violencias en la sociedad y las posibilidades de la imaginación para exceder las restricciones que nos impone la cuarentena.
Serena Vargas
Secuencia de Fotogramas 1
Portales de migración
Antes de la cuarentena atravesé portales de migración con mi hijo, de Buenos Aires, Argentina, a Bolivia. Portales de transición que no esperaban ni imaginaban este panorama, pero avanzamos juntos. En ambos crucé miradas con otras mujeres y sus hijos, cada una en distintos asientos, algunas mirando a una ventana, otras solas, en medio, mirando al suelo o al techo. Ninguna de las madres en el avión se conocía, pero todas, en cierta forma, nos cruzamos la mirada y nos dirigíamos a un vuelo alto para movernos de un lugar a otro con nuestros hijos.
Es complicado hablar de la maternidad en términos singulares. Erróneo, diría yo, puesto que lo nombro como maternidad(es). Desde lo plural, cada mujer construye su experiencia maternando desde su intimidad y singularidad. La maternidad no es una sino muchas, no existen fórmulas exactas ni conceptos generalizados. Cada mujer que decide ser madre es un universo completamente distinto del otro. En este sentido, al reflexionar sobre la maternidad en aislamiento no puedo evitar pensar en el universo plural, en diferentes condiciones, de las mujeres en cuarentena junto a sus hijos. Lejos de pensar en el aumento de la carga horaria de tareas, cuestiono el por qué. Vivimos en una sociedad machista, donde la idea de la madre está ligada a un ser perfecto e incansable, donde se aplaude al sacrificio y sufrimiento de la madre como mujer ideal y perfecta.
Maternar es político y revolucionario, maternar implica decidir ser madre independiente de la situación de cada mujer. Maternamos cuando nos enfrentamos a una sociedad machista que idealiza y martiriza la figura de la madre, maternamos como acto revolucionario al decir: “sí deseo ser madre por mí misma”, “esto es lo que quiero para…”.
Maternamos al enfrentar la idealización y simplemente vivimos la experiencia de forma personal. Maternamos como acto político al enfrentarnos a comentarios condescendientes como: “qué lindo que sigas haciendo arte (a pesar de tener hijos)”, “¿se puede estudiar y trabajar y ser madre, te puedes superar todavía (a pesar de tener hijos)?”.
Maternamos de forma revolucionaria al entender que decidir no ser madre en muchos casos también es un privilegio de clase, porque no todas tenemos acceso a métodos anticonceptivos, educación sexual o siquiera el tiempo para reflexionar sobre lo que quiero para mi vida como mujer, sobre qué es ser mujer. La realidad es que muchas mujeres no tienen el espacio u oportunidad para pensar su vida y la maternidad, ya que el trabajo y las necesidades primarias y básicas están por encima de cualquier reflexión o pensamiento personal e íntimo.
Entonces, maternamos de forma revolucionaria al entender, al no juzgar ni mucho menos ponernos en un plano de superioridad con aquellas que no tienen los mismos privilegios (de clase y de pensamiento introspectivo). Maternamos al exigir que se despenalice el aborto, que sea ley y que la maternidad sea deseada.
Pero también, en nuestro acto más político y revolucionario, maternamos al generar complicidades entre mujeres madres desde algo tan simple como la mirada honesta y el acompañamiento en el vuelo.
Secuencia de Fotogramas 2
Videoloop con alteraciones de tiempo al unísono.
Hace unos días tuve una pesadilla, soñé que un hombre que era la pareja de mi vecina entraba a su casa a golpearla. Como en toda pesadilla, el tiempo pasaba entre rápido y lento. Yo gritaba e intervenía, pero entre más golpes daba el hombre aparecía una piedra metálica oxidada en la casa y se fundía en mis manos y el miedo me envolvía, porque ninguna de las dos podía salir de la casa, a pesar de tener la puerta abierta. Desperté en la madrugada a oscuras y con mucho frío, fui a abrazar a mi hijo y se me escapó un pensamiento en voz alta:
“Arréglalo si está roto”
Si imaginamos a la sociedad actual como dispositivo fundamental en el escenario de la pandemia, ¿quién significa un riesgo potencial para el cuerpo que materna? ¿El nuevo virus o un colectivo roto como un vaso de cristal quebrado en el contacto de la boca? Es decir, el coronavirus ingresa al cuerpo y lo toma como un portador para cumplir su ciclo, pero el colectivo idealiza, juzga, amedrenta y genera miedo para lograr que el cuerpo sea parte y cumpla con una estructura social. En este caso, la forma en que enfrentamos esta pandemia, como colectivo, dice mucho de los pilares de la sociedad que hemos construido.
Esta cuarentena nos ha enfrentado a un sistema roto: la desigualdad, la violencia, el feminicidio, infanticidio estaban presentes en el cotidiano de nuestra sociedad, pero el incremento de cifras y miedo estalla en un espacio de aislamiento. Entonces, ¿cuál es el dispositivo que mueve esta historia de pandemia? ¿La fragilidad del cuerpo ante un virus invisible o la sociedad que mantiene un escenario de violencias hacia los cuerpos durante años?
¿Cómo maternar en un ambiente hostil, peligroso y de múltiples formas de violencias hacia los cuerpos?
No pretendo buscar respuestas a esto, lo encontraría tan irritante como escribir sobre la carga horaria y el múltiple trabajo que una mujer experimenta durante la cuarentena; mucho tiene que ver con el machismo, la división de trabajo, los privilegios de clase.
No voy a adentrarme en eso. Más bien, creo, escribo desde mi espacio honesto y no considero que la maternidad tenga que ser un “pesar” o un “a pesar” (de por sí es bastante molesto leer comentarios en redes como: “qué bueno que la cuarentena no me agarró con hijos», hashtag #TEAMsinhijos.
¿Caemos en la misma línea de los machistas que se creen tan importantes que pueden criticar la forma de ser de una madre/mujer pero con otro color de sombrero?. Decidir sobre la maternidad es entrar a un territorio para habitar, en el que cada mujer tiene que tener la opción de atravesar los portales de migración/transición de un espacio a otro en compañía/complicidad de otras mujeres que maternan en un vuelo donde ningún pasajero tiene el derecho de juzgar ni señalar a los otros cuerpos y sus decisiones personales.
Desde este aspecto pienso en el JUST GO IN LIFE (One Year Performance 1985–1986, No Art Piece, de Tehching Hsieh). Simplemente vivir sin tener que estar pendiente a una sociedad/escenario o sistema roto en la cuarentena/aislamiento. Simplemente vivir día a día. No es algo fácil de hacer, pero hace que el tiempo no se sienta de forma tan pesada en nuestra cotidianidad: se puede supervivir al aislamiento teniendo paciencia con una misma y siendo amable con el cuerpo propio y el del otro.
Secuencia de fotogramas 3
Tiempo de Dinosaurios
Burbuja de videoloop infinito.
Hubo una semana en la que mi hijo no pudo dormir la siesta de la tarde, lo cual hacía la noche más pesada. El desgaste del día interrumpía su sueño, no podíamos dormir de corrido toda la noche. Así, una mañana, casi al mediodía, mi hijo me pidió leche y nos recostamos en la cama cantando una canción. Al terminar la canción él se quedó dormido en mis brazos. Terminé la canción con lágrimas, sintiendo serenidad y calma, como si no existiese nada más en el mundo que mi hijo y yo.
Ante la imposibilidad de salir de casa sin miedo al ambiente o la represión social (mirada juzgona) por desacatar medidas que no se ajustan a tu bolsillo, he encontrado en la dinámica del juego un espacio imaginario que se activa gracias a la imposibilidad.
Con mi hijo, hemos imaginado no estar en este mundo, habitar un mundo/tiempo de dinosaurios donde la naturaleza/contexto social te abraza, donde una puede olvidarse del hambre o la incertidumbre de cómo va a ser la vida después; del miedo, de la ansiedad que te genera estar aislada y tener que decirle a tus hijos: “vamos a poder salir a pasear en dos semanas más”, “todo va a estar bien bebe, va a pasar este tiempo”. Porque los niños, en su inteligente inocencia, saben que algo no anda bien en la vida como la conocen y manifiestan estos sentires en su cuerpo.
En nuestro caso, las alteraciones de tiempo y “normalidad” desembocaron en alteraciones de sueño.
Así fue como resolví lidiar con todo ese cúmulo de sensaciones y alteraciones, a través del juego en tiempo de dinosaurios, jugar con la imposibilidad de salir y pensarnos como criaturas, animales extintos, en el jardín.
Como la maternidad es plural, mi hijo y yo jugamos a ser dinosaurios libres de cualquier virus que proponga un riesgo a la fragilidad de nuestro cuerpo, jugamos a que no existen fronteras cerradas y que papá dinosaurio está en la tierra de los dinosaurios maternando con nosotros como acto político: maternar es político, hay hombres que también maternan asumiendo la crianza de sus hijos desde el amor lejos de la ausencia y el machismo.
El The Maternal Man, rememorando la obra de Louise Bourgeois, es quien prioriza el bienestar de su hijo y hace que el amor por el hijo sea el pilar de una familia sana. En nuestra realidad, la cuarentena nos ha agarrado en tierras distintas y el cierre de fronteras evitó la cercanía del cuerpo/familia que somos, pero se puede maternar en la distancia a pesar de que sea duro. Muchas madres están lejos de sus hijos por el cierre de fronteras en esta cuarentena, así como está lejos papá dinosaurio. Existen muchas formas de maternar y estar presente manteniendo contacto a través de la palabra y el cuerpo/pantalla.
Jugamos a dejar de ser humanos, dejando atrás una sociedad que construye un escenario para las violencias. En los juegos diarios, por un momento dejé de pensar que muchas mujeres están aisladas con su agresor, que intervenir significa acompañar a la mujer/compañera, a denunciar la situación si veo o siento peligro.
Entre juegos dejé de tener ansiedad y frustración por no poder hacer más para evitar la violencia en cuarentena, porque una forma de violencia a los hijos es dañar/agredir/amedrentar a la madre. La cuarentena solo nos está exponiendo la sociedad en que vivimos, es la realidad a la que nos enfrentamos todos los días y creo que siempre hay formas de generar o inventarse espacios seguros e imaginarios.
Y así como la maternidad es un plural, en honor a la complicidad entre mujeres, creo que es necesario plantearnos un statement (discurso creativo de artista/convicción personal de obra) como mujeres para intervenir en una situación de violencia desde el apoyo, acompañamiento, la escucha y la denuncia, ya que es la única forma porque el sistema está roto y creo que no necesitábamos una cuarentena ni pandemia para ver eso.