Usted no me conoce, y yo tampoco a usted. Sin embargo, acá estamos. Habitamos una estructura que nos mantiene conectados en lo que se suele llamar «mundo virtual». Pero esta enorme estructura (compuesta de redes, servidores, antenas, varios tipos de dispositivos, programas e interfaces) me recuerda a la historia de la Torre de Babel. Aquel relato bíblico que cuenta cómo la humanidad se separó y se diseminó por toda la Tierra.
En el relato de la Torre de Babel se cuenta que la población humana se había puesto de acuerdo para construir una gran ciudad con una torre tan alta como el cielo que sirviera como referencia por si acaso se alejaban. Se cuenta que, entonces, Dios confundió la lengua originaria de la humanidad para que las personas no pudieran comprenderse entre sí. Para que, justamente, terminaran separándose.
Pues bien, algo muy parecido podría estar pasando ahora y cada vez es más difícil comprendernos. Nuestro mundo común parece dividirse en islas que se alejan y que se hacen más ajenas. A decir verdad, los seres humanos siempre hemos tenido problemas a la hora de entendernos mutuamente. Es muy probable que usted ya haya experimentado tropiezos a la hora de comprender a alguien. Ya sea por un uso extraño de la lengua o porque su visión del mundo es muy diferente a la suya.
Leibniz y el characteristica universalis
Acabar con malos entendidos o desacuerdos fue, precisamente, la tarea que emprendió —en el siglo XVII— Godofredo Leibniz.
Leibniz fue filósofo, matemático y diplomático, conocido también como “la última mente enciclopédica”.
El proyecto de Leibniz consistía en construir un lenguaje artificial que sirviera como instrumento para lograr un perfecto entendimiento entre las personas. Un lenguaje libre de errores o equívocos: el characteristica universalis.
Este lenguaje constaría de símbolos que corresponden a todas las verdades más básicas y que son aceptadas por todo el mundo. Símbolos que podrían operarse y combinarse entre sí para deducir todas las demás verdades. Y, a la inversa, todas las verdades pueden descomponerse en los primeros principios o verdades más fundamentales.
Nada más y nada menos que un lenguaje inspirado en la matemática, caracterizado por la rigurosidad para deducir o descomponer verdades del mismo modo en que se hace un cálculo.
Leibniz, en el fondo, trataba de dar respuesta a una cuestión: cómo poder llevar cualquier discusión, sea del tema que fuera, a un feliz término. Teniendo en cuenta que los europeos llevaban más de un siglo —y todavía faltaría casi otro siglo más de lo mismo— en cruentas guerras religiosas, la pregunta no era menor.
Para Leibniz, el problema estaba relacionado con el hecho de que católicos y protestantes no se ponían de acuerdo sobre tal o cual pasaje de las Sagradas Escrituras, pues todas las lenguas humanas se prestan a ambigüedades.
Los datos y las discusiones
El Characteristica universalis serviría tanto para evitar dobles sentidos en los términos usados como para guiar discusiones de forma racional. Así pues, las personas estarían en la capacidad de llegar a acuerdos en temas tan espinosos como la religión o la política. Pero igual que la torre en Babel, el proyecto quedó inconcluso.
Siglos después, luego de la Segunda Guerra Mundial, el proyecto leibniziano fue retomado. Esta vez la simbolización del mundo se elaboró en términos de datos que pueden manejarse mediante procedimientos lógicos ejecutados por computadoras. Valga decir que esta vez la simbolización del mundo tuvo un éxito arrollador. De hecho, esta codificación, cada vez más global, nos ha deslumbrado por la capacidad sobrehumana de procesar información, y gran parte de nuestros asuntos humanos se gestionan a través de computadoras.
De hecho, funciona tan bien, que hasta las plataformas digitales parecen conocernos mejor que nuestras propias mentes. Usted puede percatarse de ello cuando nota que siempre puede scrollear y abastecerse de una buena dosis de dopamina. O cuando las aplicaciones en su smartphone le sugieren ver un video, escuchar el reciente lanzamiento de su artista favorito, o comprar un producto que haya deseado consciente o inconscientemente.
Inteligencia artificial
Ahora, usted muy probablemente ya haya escuchado decir algo acerca de los novedosos modelos de inteligencia artificial generativa que están al alcance de su mano. Puedo suponer que algo ha escuchado sobre Chat-GPT que, a partir de una orden enviada en forma de chat, es capaz de responder, resolver dudas o producir textos enteros en lenguajes humanos, cual sabelotodo al otro lado de la pantalla.
O quizá ha escuchado algo sobre las herramientas generadoras de imágenes —como Dall-E o Midjourney— que, con una simple descripción escrita en un campo de texto, pueden producir imágenes de alta calidad en cuestión de segundos.
Puede que sepa que existen herramientas basadas en inteligencia artificial para crear videos de personas reales o de avatares, sin necesidad de que usted grabe o tenga conocimientos en programas de edición de video.
O quizá sepa que existen generadores de voz que pueden crear audios muy realistas con ayuda de inteligencia artificial. Basta con tener una muestra de la voz que se desea replicar e ingresar un texto en uno de esos generadores para obtener un audio como si esa voz dijera el texto ingresado.
Quizá sepa que gracias a estas tecnologías se han producido algunas imágenes virales, como la del Papa Francisco usando un abrigo Balenciaga blanco, o las del arresto del expresidente de Estados Unidos Donald Trump —que sí sucedió, solo que de un modo menos bochornoso—, o la de Vladimir Putin arrodillado ante Xi Jinping.
La nueva ironía
Y es así como veo que se configura una nueva ironía en la historia humana: la codificación del mundo, heredera del proyecto de Leibniz para lograr un entendimiento universal a partir de una simbolización en clave matemática, es la enorme estructura que erosiona los cimientos de nuestra mutua comprensión.
Por un lado, las plataformas digitales, como usted habrá notado, tienen una increíble capacidad de propagar información verdadera manipulada o falsa, muy funcional al creciente fenómeno de polarización de posiciones políticas.
Por otro lado, las inteligencias artificiales generativas evolucionan rápidamente y sin restricciones, alimentándose de las enormes cantidades de datos disponibles en la red al mismo tiempo que reciben entrenamiento cada vez que interactuamos con ellas. De ese modo, las inteligencias artificiales son capaces de producir textos, imágenes, videos o audios cada vez más verosímiles.
Nuestro sentido de la realidad en jaque
El mundo digital parece entonces poner en jaque nuestro sentido de realidad común, de forma muy similar al estado de confusión relatado en la historia de Babel. Si el vertiginoso avance de las inteligencias artificiales sigue su curso, será más difícil discernir si lo que usted leyó sobre Leibniz más arriba es verídico o no. Si fue escrito por un ser humano o por un generador de textos. Que tal o cual imagen, video o audio se corresponde con cosas o personas reales. Si son avatares o son reproducciones falsas.
Si esto llegase a suceder, sumado a la polarización política en la red, el mundo hiperconectado en el que vivimos dejaría de ser un espacio común para fragmentarse en burbujas informáticas. Disolviéndose así las condiciones para la comprensión mutua entre personas.
En este momento histórico en que nos encontramos, puedo divisar, entonces, dos opciones.
Por un lado, estamos a tiempo para apelar a nuestra imaginación e inventiva y tratar de construir otras formas de congregarnos. Sin la necesidad de edificar monolíticas estructuras, sino más bien formar tramas a partir de los territorios que habitamos. Usar las tecnologías disponibles para elaborar puentes o puntos de anclajes que propicien encuentros. O podemos dejarnos llevar por un aluvión de noticias falsas y otros delirios, llenos de ruido y furia.