Reúne a multitudes en las que los gritos con su nombre se propagan tan rápido como el coronavirus. Evo Morales rompe con todos los protocolos de cuidado personal y colectivo frente a la COVID-19. Su hambre de popularidad parece ser más grande que la pandemia.
Uno de los rasgos de las personalidades megalómanas es que tienen un concepto grandioso de sí mismos que les lleva a sesgar, alterar o filtrar la realidad.
¿Cuál es la realidad? En las dos últimas semanas en Bolivia se confirmó la muerte de 926 personas a causa de la COVID-19. Casi el doble de los fallecimientos registrados las dos semanas previas. Una tendencia que no se había visto ni en los peores meses de 2020.
La cantidad de vidas perdidas en Bolivia durante los últimos quince días (82.93 muertes por millón de habitantes) es el doble de lo que reporta India (40.1) en el mismo lapso.
Los casos confirmados en la última quincena se han incrementado un 50%. La cantidad de casos activos notificados, es decir, personas que pueden transmitir el coronavirus, es la cuarta más alta desde la llegada de la pandemia al país.
Según las proyecciones del Institute for Health Metrics and Evaluation, hasta la segunda semana de junio, Bolivia podría registrar tres mil muertes más. Debido al colapso del sistema sanitario, muchos de estos casos podrían no entrar dentro los registros oficiales.
Miles de familias no encuentran plazas en hospitales, públicos o privados, no consiguen medicamentos ni oxígeno.
Esa es la realidad que parece serle esquiva al principal líder del Movimiento Al Socialismo (MAS), Evo Morales.
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El regreso
Ha pasado casi un año. Antes de cruzar la frontera acelera la caminata. Se ve ansioso. Siempre un paso por delante de Alberto Fernández, el presidente argentino, que lo acompaña en su regreso triunfal. Ninguno de los dos lleva barbijo.
Apenas pone un pie en territorio boliviano, suenan los petardos y miles de compatriotas comienzan a gritar su nombre a la distancia.
Él y Alberto se detienen. Hacen ademanes protocolares, esos que luego usan en los medios y las redes sociales para mostrarse como líderes visionarios. Alberto hurga en su bolsillo hasta encontrar una mascarilla que se acomoda de inmediato.
Evo no despega la mirada de las cámaras que se acomodan unos 50 metros por delante y que lo enfocan en primer plano. Recibe una palmadita en la espalda de Alberto y, sin bajar los ojos, busca en sus bolsillos un cubrebocas con los colores de su partido.
Evo se pone el barbijo de mala gana.
Antes de dar sus primeros pasos en Villazón, Evo gira y se despide de la multitud que lo acompañó hasta la frontera.
Del otro lado lo espera otra multitud que lo arropará como un hijo pródigo.
Evo reúne multitudes a su alrededor en plena pandemia, como si luego de su renuncia en 2019 la historia se hubiera detenido y la COVID-19 no existiera.
Evo ha vuelto.
Evo y el coronavirus, multitudinarios
Para la COVID-19, las multitudes son un caldo de cultivo ideal.
Las multitudes son el escenario perfecto para los supercontagios, factores clave para que esta enfermedad haya pasado de un solo caso en China, a finales de 2019, a más de 170 millones de infectados confirmados en todo el mundo.
Para Evo, las multitudes son demostraciones de “poder” y “fuerza”.
En una de estas exhibiciones, hace poco más de un mes, Evo se ufanó de haber concentrado a 200 mil personas. Lo hizo en una ciudad que para esos días estaba catalogada, por el Índice de Alerta Temprana COVID-19, como un municipio de alto riesgo.
En ese documento, publicado semanalmente por el Ministerio de Salud, se define a las zonas de “alto riesgo” como lugares en los que “el contagio se encuentra desbordado, sucede tanto en ambientes cerrados, espacios públicos, persona a persona en cualquier lugar, hogares y otros. Se recomienda medidas más estrictas hasta desacelerar el contagio”.
Para los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), si el nivel de transmisión de la COVID-19 es alto en la zona donde se realiza el evento, mayor es el riesgo de transmisión comunitaria.
Los CDC también advierten que cuanto mayor interacción haya entre las personas y mientras más dure el tiempo en que permanecen juntas, “mayor es el riesgo de infectarse por el COVID-19 y mayor es el riesgo de propagación del COVID-19”.
En este caso, solo el discurso de Evo se alargó por casi media hora.
Este tipo de eventos, complementan los CDC, se hacen todavía más peligrosos en ciertas condiciones: concentraciones donde es difícil mantener más de seis pies de distancia (1,8 metros) o cuando los asistentes provienen de otras regiones.
Los exteriores, de acuerdo a las investigaciones más recientes, pueden considerarse lugares más seguros frente al contagio con el Sars-CoV-2. Pero la falta de mascarillas, el contacto directo e ignorar el distanciamiento son condiciones ideales para la propagación del virus, incluso al aire libre.
«Si no guardan esta distancia (1,5 a 2 metros) y si se miran cara a cara y hablan en voz alta, cantan o gritan, pueden infectarse por las gotitas expelidas», explica el virólogo Alexander Kekulé en una entrevista con DW.
“¡Viva Cochabamba! ¡Qué viva Bolivia libre y soberana!”, arenga Evo, otra vez sin barbijo, desde la tarima que corta el tráfico la avenida Blanco Galindo, una de las más transitadas de Cochabamba.
La multitud —un solo cuerpo que se desparrama por más de un kilómetro— responde con gritos también efusivos, también sin barbijo. Los gritos pasan de boca a boca, se contagian: el nombre de Evo y las partículas de coronavirus se suspenden en el aire.
En la concentración del 17 de abril, el MAS usó todos los ingredientes para desatar una explosión epidemiológica. La receta perfecta para el desastre.