En la actualidad, el Tío de la Mina es una deidad subterránea que convive junto con los mineros dentro de las montañas. De alguna forma es su protector y benefactor. Pero también puede transformarse en su verdugo.
Es popular en las ciudades de Oruro, Potosí y otras con tradición minera.
Habitualmente, con una clara influencia colonial, es asociado con el diablo y el inframundo cristiano. A esta conexión, incluidos otros elementos teogónicos, se le atribuye el origen de la danza de la diablada.
“Los cholos, disfrazados de diablos, con fieras por pelucas que les caen hasta los talones y cuernos amenazantes, saltan, hacen piruetas y tirando cohetones. (…) Detrás de estos demonios, marcha pesadamente un bombo, rodeado de cholos disfrazados, cuyas flautas de Pan tocan de la mañana a la tarde los mismos tres aires estridentes y tristes”
André Bellesort, 1897
Las efigies del Tío de La Mina están repartidas en distintas galerías. La de mayor envergadura suele ocupar la galería principal.
Este vínculo con lo maligno, en términos de la moral católica, muchas veces es utilizado por los mineros como justificativo de conductas violentas y machistas. Completamente enajenados, dicen, son “poseídos” por el espíritu y los deseos del Tío de la Mina.
¿Quién es el Tío de la Mina en la actualidad?
Bajo esta construcción simbólica, el Tío de la Mina tiene acentuados rasgos patriarcales. Habitualmente se le representa entronizado en las galerías de los socavones. “Pueden ser tan pequeños como una mano o tan grandes como un ser humano”.
Por lo común son los mismos mineros quienes modelan la escultura.

Las efigies suelen tener ojos de vidrios ennegrecidos, al igual que el resto de su rostro, por el humo de los cigarros que le suelen convidar. Alrededor de él se encuentran desperdigadas hojas de coca, frascos de alcohol y colillas.
Estos son las ofrendas con las que se le rinde pleitesía y que permiten consolidar una relación de reciprocidad entre el Tío y los mineros.
«Ay, Tio, Jorge Tio, q’umir pantalunsitu, yuyarikamuwayku, khuyaway nuqaman, nuqapis qanman qusqayki. Trabajaysiwayku, yanapa-riwayku, llank’anaypipis»
«¡Oh! Tío, Tío Jorge, de pantaloncito verde, ténganos piedad pues, dame a mí, yo también te daré. Ayúdanos a trabajar, ayúdanos, en mi trabajo también»
En la mayoría de los casos, su cuerpo es rojizo y su figura transmite una actitud patronal. Se presenta con el torso erguido y los brazos dibujan eles que reposan sobre las piernas. Estas últimas, siempre bien abiertas, exhibiendo su atributo más evidente: un falo desmesurado y erecto.
“Es para calentar al Tío. Para que se caliente, para que preñe a la Pachamama y nos dé el mineral”
Un minero llamado Dominguito, sobre unos dibujos grotescos de dos mujeres con senos y vaginas exageradas en una mina de Potosí
Durante el siglo XX, esta propiedad fálica es relacionada con las perforadoras y el acto de horadar la tierra para encontrar vetas minerales.
La hipersexualizada metáfora acomoda a la Pachamama (Madre Tierra) en un rol de sumisión y explotación de su cuerpo frente a la procacidad sexual del Tío de la Mina.
Este es el cuerpo narrativo alrededor del cual se consolidan las dinámicas sociales patriarcales en zonas mineras.
Las mujeres en las minas
Entre algunas creencias, se dice que las mujeres no pueden entrar a la mina porque la Pachamama siente celos y oculta la riqueza de sus entrañas. Pese a esto, durante las primeras décadas del siglo XX, alrededor del 10 % de la mano de obra al interior de las minas era de trabajadoras.
Otros relatos cuentan que, si una mujer ingresa a la mina, lo primero que debe hacer es besar la punta del pene del Tío. Al respecto, existen testimonios que refieren, incluso, la obligatoriedad de felaciones a la escultura.
Yendo aún más lejos, se dice que las mujeres que ingresan a los socavones pueden ser violadas por el Tío. O, mejor dicho, el Tío encarnado en los mineros. Esta creencia es usada como excusa para la comisión violaciones interior mina o en sus alrededores.
Pero estas lecturas se corresponden con fenómenos más contemporáneos que esconden una historia mucho más compleja y enrevesada.
El Tío de la Mina, en realidad, tiene sus orígenes mucho más allá de la colonia.

¿Cuál es el origen del Tío de la Mina?
Existen varias teorías alrededor de la procedencia del culto al Tío de la Mina.
Todas ellas se transforman a lo largo del tiempo y son alimentadas por rasgos culturales de distintos pueblos originarios, la influencia colonial y el folclore popular de diversas épocas.
Como cuenta Ander Izáguirre, en una crónica sobre el Cerro Rico de Potosí, en Bolivia existen “mil versiones borrosas del Tío”. Estas adaptaciones se debaten entre teorías antropológicas, etnográficas, mitológicas, sociales y políticas.
Entonces, los orígenes de la veneración al Tío no quedan claros. La historia de esta criatura mística antropomorfa ofrece muchas posibilidades de interpretación. Es así que existen varias hipótesis alrededor de su procedencia.
Las principales hacen alusión a deidades precolombinas propias de las culturas altiplánicas, en especial a la de los urus. Otras, en cambio, aseguran que el Tío de la Mina apareció recién en la época republicana.
Asimismo, existe una serie de relatos e interpretaciones, en una mescolanza desbordante, que parece estar más influida por una impronta colonial.
Del Tiw uru al Tío de la Mina
En la ciudad minera de Oruro existen dos vertientes aceptadas sobre el origen del Tío de la Mina.
Una de las más consistentes dice que el Tío de la Mina deriva de la adoración a una deidad uru llamada Tiw. Para los urus, este era “el dios de todo lo creado”.
Según el historiador y antropólogo orureño Ramiro Condarco, Tiw en lengua uru equivale a “protector”.
Tiw, para los urus, era el “protector de abrigos rocosos, cuevas y socavones”. También se le atribuía potestad sobre los lagos y ríos, además de animales autóctonos como los cervatos, los guanacos y las parihuanas.
Esta divinidad uru “poseía el don de la ubicuidad”. Es decir, estaba presente en el agua, la pampa y los humedales. Pero también en los lugares que habitaban los mismos urus: cavernas recubiertas con barro y paja.
Es probable que, a partir de estas cualidades de cercanía y omnipresencia, los urus hayan comenzado a configurar una suerte de adoratorios para el Tiw.

Allí también se emplazaron ídolos de piedra con “una imagen antropozoomorfa, cuyo rostro con boca y ojos culmina por arriba, en una suerte de largas orejas verticalmente dispuestas sobre el conjunto, a manera de cuernos”.
Estos espacios recibían el nombre de Itwu y, a la larga, este término englobó además a los rituales y celebraciones alrededor de ellos.
Estas festividades, al menos con nombres similares (Ytu o Yto), también fueron registradas por los cronistas coloniales alrededores del lago Titicaca, en el actual territorio peruano.
Sin embargo, la extensión territorial de estas creencias no queda clara y existen pocas referencias al respecto.
El abigarramiento en los orígenes del Tío de la Mina
A partir de la mitología Uru, a lo largo de la historia se desprenden todo tipo de trasmutaciones.
Por ejemplo, aquellas que asocian al Tiw con Huari (o Huahuari) y Supay.
La primera, según un relato que guarda mucha correlación con la tradición cristiana del ángel caído, dice que Huari se desterró y tomó posesión de lo subterráneo luego de enfrentarse con una ñusta.
Huari, un dios de la cultura andina, luego de “pervertir” a los urus, orillándolos a abandonar la agricultura para sumergirse en las minas, también les envió cuatro plagas.
Los urus, continúa el relato, fueron salvados de las plagas por una Ñusta, Inti Wara. Desde entonces, Huari habita y reina en las profundidades de los cerros.
Este relato, es medular para la actual veneración católica a la Virgen del Socavón. La Ñusta que derrotó a Huari, en el imaginario actual, se desdobla en esta virgen católica.
Asimismo, este relato le da forma a la alegoría que sustenta popularmente la danza de la diablada.
Otras referencias asocian al Tío de la Mina con Supay.
Para los quechuas, este espíritu tiene un carácter ambivalente, las mismas consideraciones que se tienen en la actualidad sobre el Tío. Es decir, puede ser “maléfico o benéfico”.
En la región kallawaya, según cuenta Enrique Oblitas, “al Supay lo pintan como a un monstruo, con cuernos de carnero, dentadura de tigre, cuerpo de león y pesuña de la gran bestia”.
Otras consideraciones
Entendiendo sus variaciones, como apunta Pascale Absi, la noción de un ser “diabólico” en las minas andinas está presente “desde el norte de la Argentina hasta los andes peruanos (Muki), pasando por Bolivia”.
La misma autora plantea una veta aún poco explorada en las investigaciones alrededor del Tío de la Mina: su vínculo con San Miguel y San Jorge. De quienes, incluso, habría tomado ciertos atributos.