Pasó de Bolivia a México y de la arquitectura al cine. Ayer se llevó un premio histórico en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Natalia López es la primera boliviana en ganar un Oso de Plata en la Berlinale.
Hablamos con ella sobre el camino que la llevó hasta uno de los palmarés más prestigiosos del cine mundial.
Nació en La Paz, Bolivia, hace 41 años. Muy joven pensó en dedicarse a la arquitectura. Pero no era la vida que quería seguir. Poco a poco se inclinó hacia las artes. Entonces el cine se le cruzó en el camino.
Ayer recibió uno de los premios más importantes del Festival Internacional de Cine de Berlín. La Berlinale, como se le conoce popularmente, es uno de los certámenes más prestigiosos de la industria cinematográfica internacional.
La boliviana mexicana Natalia López Gallardo, con su Oso de Plata Premio del Jurado, compartió el palmarés junto a leyendas del cine mundial como la francesa Claire Denis o el surcoreano Hong Sang-soo.
La primera casi duplica su edad y el segundo le lleva 20 años. El de Natalia López es un talento joven, atrevido, transgresor.
Cuando ni siquiera llegaba a los 30, uno de sus primeros cortometrajes (“En el cielo como en la tierra”, 2006), ya se paseaba por los festivales de Toulouse, Rotterdam y la Semana de la Crítica en Cannes.
Manto de gemas (2022) es su largometraje debut y con él acaba de hacer historia. Natalia López se convirtió en la primera boliviana en ganar un Oso de Plata en Berlín.
Su opera prima está situada en México, el país en el que vive y trabaja desde hace 23 años.
Entremedio, colaboró con cineastas aclamados por la crítica: Carlos Reygadas, Lisandro Alonso o Amat Escalante. Principalmente desde la edición, una especialidad que ama porque “confía en las herramientas del cine, en el lenguaje cinematográfico”.
Editar le da vida, nos dice durante la breve charla que nos concede desde Berlín.
Natalia López habla del cine así, como si se tratase de una corriente vital, una fuerza incontenible y desbordada. Un impulso. Un río de imágenes, luces, sonidos, ruidos, sensaciones.
Desde Muy Waso conversamos con Natalia López pocos días antes de la gala de premiación de la Berlinale.
Aquí te compartimos nuestra charla con la más reciente ganadora del Oso de Plata Premio del Jurado.
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—¿Cómo se dio el viaje de Bolivia a México y de la arquitectura al cine?
—Una cuando toma decisiones lo único que tiene claro es realmente una especie de objetivo. Pero, como tú bien sabes, en la juventud una no tiene una claridad total. Das pasos intuitivamente hacia el lugar donde quisieras ir. Y fue así.
La arquitectura era algo que me fascinaba en su momento y después me di cuenta que no quería vivir esa vida.
No quería vivir la vida del arquitecto y la construcción. Tenía ganas de hacer algo más asentado en el arte. Tuve esas dos posibilidades y las tomé.
No llegué a México a estudiar cine directamente. Llegue a México a estudiar arquitectura. Después di el examen a la escuela de arte La Esmeralda y a la escuela de cine (CCC). Lo hice al mismo tiempo porque sabía que por ahí iba la cosa, pero no estaba segura por dónde.
Me aceptaron en las dos escuelas y tuve que decidir. Y decidí entrar a la escuela de cine.
En el momento en que tuve que decidir (nuevamente), me sentí más cómoda con la idea de poder hacer algo en imagen y sonido antes que con las herramientas de la pintura o de la gráfica.
Me fui más por ahí, pero no fue una decisión muy consciente.
—Hubo una pausa de unos 15 años entre tus cortometrajes de debut y tu primer largometraje. ¿Qué sucedió entremedio?
—Yo soy editora. He sido editora los últimos 15 años. Me fascina editar, es algo que amo porque realmente confío en las herramientas del cine, en el lenguaje cinematográfico. Es algo que me da mucha vida.
He disfrutado mucho de editar y creo que para hacer una película se requiere una necesidad real y muy potente. No sólo un deseo de hacer una película o ganas de hacer una película. Realmente tienes que tener una necesidad que se convierte en un impulso. Un impulso que, además, sobrevive y te alimenta durante muchos años.
En el momento en el que sentí ese impulso y la necesidad inevitable de empezar a recorrer este camino fue cuando lo hice.
—Las protagonistas en Manto de Gemas son mujeres. ¿Por qué las elegiste? ¿Hay un interés por contar las consecuencias del narcotráfico desde su mirada?
—No. Desde el inicio de la película tenía bastante claro que no quería hacer una película sobre el narcotráfico.
Tampoco una película sobre la violencia ni sobre las personas desaparecidas. Es una película que se acerca más a intentar construir una especie de dimensión psicológica o hablar sobre la vida espiritual que tenemos todos los mexicanos.
Porque esto (la violencia) sucede todos los días, desde hace muchos años alrededor de nosotros (…).
La película se sostiene en personajes femeninos por una razón bastante práctica. Tal vez ésta va a sonar obvia: es porque yo soy mujer y me es muy fácil identificarme con mujeres.
Sé hablar de mi madre, sé hablar de mi abuela, sé hablar de mi hija y sé hablar de mí.
Es, una vez más, el espacio en el que yo percibo la vida. Para mí era muy importante hablar desde el pequeño marco de percepción que yo tengo. Yo solo puedo ver eso y hablar sobre eso y ser crítica con eso.
—¿Cómo influye el entorno, la vida en el campo, en tu creación cinematográfica?
—Lo más importante es la visión personal, cada uno de nosotros experimenta la vida, como te dije desde el principio, desde un marco. Ese es el marco donde tú estás.
Yo vivo en el campo hace mucho tiempo, entonces ese es mi espacio de conocimiento. Finalmente, mi inspiración viene de lo que oigo y de lo que veo en el campo.
Entonces, no es que haya una intención de que la naturaleza misma transmita algo. Por supuesto, eso sucede, como un producto colateral, porque la naturaleza efectivamente transmite muchas cosas.
Pero, en realidad, tiene que ver con el con el marco en el que yo estoy inscrita.