El escritor cochabambino Rodrigo Hasbún forma parte del equipo de talleristas de nuestro proyecto LIBRERAS. Para acercarnos a su obra y conocer más de su escritura, te dejamos esta reseña a su novela Los Afectos. ¡Dale una mirada!
Mijail Miranda Zapata
Los afectos, publicada allá en 2015, es una de las últimas gratas sorpresas editoriales en nuestro país. La novela, escrita por el cochabambino Rodrigo Hasbún (1981), fue presentada en Bolivia gracias a Editorial El Cuervo, en asociación con la gigante transnacional Penguin Random House.
Es precisamente la portada diseñada por esta compañía la mejor manera de introducirnos a la lectura del linaje de los Ertl, una familia de migrantes alemanes llegados a La Paz tras la derrota teutona en la Segunda Guerra Mundial. En ella se ve a una mujer de figura escueta, ataviada en un vestido blanco, enfrentada a una intimidante muralla boscosa. Una mujer enfrentada a una frondosidad inexpugnable de intimidad y memoria: los afectos. Una mujer ante la decisión de sumergirse en ese follaje infinito y perecer en el seno de su abrumadora naturaleza, o acabar con él y sobrevivir, aunque sea errando en un páramo de cenizas y nostalgia. Como sucede en la novela misma, en una de sus imágenes más potentes, luego de que una infructuosa búsqueda del Gran Paitití se transforma en una quema demente de la selva amazónica. Y es en esos territorios yermos, tan solo habitados por fantasmas, en los que emerge el vacío que alimenta la intensidad de los relatos contenidos en Los afectos. ¿No sentir nada es sentir algo?, se pregunta Monika Ertl. La respuesta obvia: es sentir más, hasta el dolor.
Los afectos es una narración hecha de fracasos, de arquetipos fallidos: la épica del héroe incendiada en la mitomanía de Ertl, el regreso de la hija pródiga sepultada por la angustia de los años y sus distancias, la espera de Penélope ahogada en cigarrillos y pulmones enfisematosos, el idealismo revolucionario muerto ingenuamente a mano propia. Son las historias de Hans, Monika, Trixi. Superviviventes derrotados por el peso de la soledad, por el frío de la nostalgia, pero supervivientes al fin.
Como sucede con obras anteriores, libros de cuentos que pueden leerse como novelas cortas, Los afectos también puede apreciarse como un compilado de relatos breves que giran en torno a las hijas de Hans Ertl, el patriarca alemán, que es tan solo un pretexto para abordar otro de los puntos cumbre en Hasbún: la creación de voces femeninas amargas y bellas -adjetivos que también usa el chileno Alejandro Zambra para describir la primera novela del narrador boliviano, El lugar del cuerpo (2009). Los personajes masculinos están, claro, pero son accesorios, satélites orbitando la poderosa existencia de las Ertl.
Hasbún en Los afectos trabaja sus obsesiones desde siempre: la familia, los hilos que se tejen y rompen en su interior, el desarraigo y la migración, la vejez y la muerte, la memoria como terreno inhóspito, casonas antiguas y deshabitadas (otra vez el vacío), mujeres de encanto desmesurado y sino trágico (otra vez el universo femenino). Pero lo hace en un tono más diáfano, un tanto alejado del complejo y exacerbado ensimismamiento que construyó en parte de su obra precedente. Las Ertl ofrecen también un diálogo interno, patente en la narración casi diarística, pero está enriquecido por las circunstancias que lo rodean y viceversa, como si la potencia contenida en su interioridad fuera capaz de inventar su propio paisaje. Un nuevo y satisfactorio paso en la narrativa del cochabambino, que deja resonando una pregunta: ¿es posible pretender narrar un espacio y su historia, cuando aún no se han resuelto ni esbozado nuestras ficciones más íntimas y sentidas? ¿El trazo importa más qué lo trazado?, como diría la Elena de El lugar del cuerpo.