Los grandes medios de comunicación jugaron un papel nefasto en la agudización de la violencia, la confrontación y los discursos de odio durante la crisis postelectoral. Hoy, vuelven a cometer los mismos «errores». Penosamente, en las calles, sabemos cómo acaba esta historia: luto y dolor.
Las heridas de octubre, noviembre y diciembre de 2019 continúan abiertas, supurantes, en carne viva. La polarización es el gran negocio de los poderosos y los dueños de la información. Y así nos tienen, enfrentados.
Luego de más de medio año de que los intereses políticos sumieron al país en la incertidumbre y la desconfianza, cuando vuelven a brotar la desinformación, las «filtraciones», los videos exclusivos, las organizaciones parapoliciales y los discursos de odio y confrontación, la prensa tradicional boliviana vuelve tras los mismos pasos que, durante la crisis postelectoral, contribuyeron a acrecentar la fractura en la sociedad boliviana. Tanto aquellos que se presentan «en portada» como «los medios más importantes del país», como esos otros que tras una careta «comunitaria» o contestataria defienden los intereses de un solo partido.
La apuesta de las fuerzas políticas en disputa vuelve a ser la de la violencia, la destrucción y, sobre todo, la muerte. Las transmisiones en vivo de los periódicos, televisoras y radios siguen la misma agenda: violencia, destrucción, muerte. ¿Qué dicen sus vetustos y desusados códigos de ética al respecto? ¿Cuándo van a poner la información por encima del like?
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Como se comprobó el año pasado, la difusión de videos, fotografías o audios, sin el contexto suficiente solo da paso a la tergiversación de la opinión pública, a la satanización de ciertos sectores y la legitimación de organizaciones irregulares. Los medios, con fingida ingenuidad, vuelven a alimentar el odio y la confrontación. Vuelven a acomodar las fichas y los titulares a gusto del cliente.
Una los puede ver ufanados corriendo tras la imagen más sangrienta, el video más sensacionalista, o disputándose el más reciente material de WhatsApp, corriendo a publicarlo en sus plataformas digitales, sin verificar, sin darle contexto suficiente, sin siquiera indagar en el origen del material.
Otros corren buscando imágenes que contrarresten el embate, rebuscan en los archivos buscando las fotografías más impactantes, las más morbosas, sin importar la fecha o el lugar: el objetivo nunca es informar. La intención es lavarle la cara a sus liderazgos, justificar la torpeza de sus acciones, dar la impresión de que siguen siendo y representando al pueblo.
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Si estamos dirigiéndonos a un nuevo abismo, más profundo, más irresoluble, más doloroso, la culpa es de los poderes que nos enfrentan, pero también del periodismo que se disfraza de imparcialidad para ejercer con impunidad sus prejuicios, que se disfraza de noticia al instante para encubrir su incapacidad para analizar, investigar y, finalmente, informar.
Cada vez tienen menos credibilidad y los medios independientes tampoco hemos tenido la capacidad, el ingenio ni los recursos, para ocupar esos vacíos, esa carencia en la información de calidad. Los mercenarios de la desinformación y la confrontación, en todos los frentes, campean en la cotidianidad informativa de nuestros amigos, vecinos y familia. Los matones del debate público, como en las calles, con los rostros cubiertos, con bates y garrotes, con piedras y motocicletas, con petardos y manoplas, están volviendo a imponer sus condiciones hacia un no diálogo que no tiene más fin que la anulación del otro.
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Luego de tanta muerte, de tanta desesperación, el panorama es aún más desolador.
¿Qué más nos queda desde las calles?
Otro intento, uno más. Mayor firmeza y convicción en la defensa de la vida y las conquistas sociales, saber que la historia no dará ningún paso atrás, que esos avances no le corresponden a ningún color político. Que los enemigos no son los que piensan distinto, los que tienen una u otra filiación partidaria, aquellos que tienen otros valores, pero con quienes compartimos dolorosas pérdidas en los últimos meses.
Los enemigos, los que no pueden tener cabida nunca más son los grupos de choque, los liderazgos machistas y patriarcales, los violentos, quienes los controlan, organizan y financian, los que quieren servirse esto que llaman patria sobre nuestros cadáveres una vez más.
¿Podrá el periodismo tradicional reinventarse? ¿Podrá esa vieja guardia, que huele cada vez más rancio, estar a la altura de las circunstancias? ¿Podremos, finalmente, los medios independientes entender una nueva forma de colaborar, comunicar y acercarnos a las grandes audiencias?