Castro y CC son dos mujeres con raíces indígenas y su arte se convierte en una mezcla de lucha, amor y sanación. Una crónica desde Phoenix, Arizona.
El amor está en los detalles, y nadie puede convencerme de lo contrario. Por eso me fascina el arte, porque está repleto de detalles que reflejan la entrega total y desmedida del artista.
Si hablamos del arte plástico, esos detalles pueden estar en el mínimo punto de luz dentro de la pupila de un ojo que lo transforma en un objeto que mira. O en la delicada forma en la que la pintura amarilla se puede convertir en el sol de media tarde.
He pasado años de mi vida buscando estos signos que revelan amor. Sin caer en arrogancias, puedo considerarme una experta en encontrarlos. Y no solo los veo, sino que también los siento.
La historia de Castro y CC
Por eso la primera vez que vi a Castro y a CC juntas reconocí ese amor que viene de los detalles. Debido a esa magia, me vi obligada a pedirles una entrevista para escribir esta crónica.
Me las crucé en Phoenix, Arizona, donde viven y desde donde hacen su resistencia. Las conocí en Cahokia, un emprendimiento liderado por mujeres indígenas norteamericanas.
En Cahokia trabajan para generar economías sostenibles mediante el desarrollo de proyectos artísticos que fomenten la creatividad, la recuperación de la memoria ancestral y el fortalecimiento de los emprendimientos indígenas.
Castro es el apellido y el apodo de Stephanie Guillermina. Tiene 32 años, nació en Queens, New York. Sus progenitores son de Colombia y de Chile. Castro tiene descendencia Muisca y Mapuche. Se identifica como Queer y es una artista multidisciplinaria, planificadora de eventos, y servidora del amplio espectro Doula.
Carrie Sage Curley, más conocida como CC, nació en las sagradas tierras de San Carlos Apache en Arizona hace 34 años. Es lesbiana, artista multidisciplinaria, organizadora comunitaria, y «Cultural Keeper».
El 2020 ambas se conocieron orando en el centro ceremonial del Apache Stronghold en Oak Flat, en la sagrada montaña para los Apaches. En el 2022, después de participar en un evento llamado Mujeres del Desierto en Phoenix, sintieron que sus caminos no eran dos, sino uno. Caminan de la mano desde entonces, en un mismo sentido.
Ese sentido lo es todo.

Mujeres indígenas y su arte para la lucha
Ellas no tienen una relación, ellas tienen un propósito: visibilizar a las mujeres indígenas y recuperar su sabiduría a través de una propuesta artística. Recuperar la imagen arrebatada por los siglos de colonización no es una lucha menor. Esa es una de sus metas: construir su imagen lejos de los clichés visuales impuestos por las ideologías dominantes blancas. Lo hacen pintando un mural a la vez.
En las calles de Phoenix, en las galerías, en espacios sociales y en colecciones privadas están sus obras de arte. En ellas, retratan a mujeres indígenas fuertes, libres y autónomas, con sus luces y sus sombras.
Castro dice que «espera plasmar una representación auténtica de mis antepasados a través de la lente de los espíritus que me guían a mí y a mi pincel. Espero provocar una conexión con los Andes para aquellos que han sido desplazados a través de la migración. Espero que mis parientes y quienes experimenten mi arte sientan el poder y la luz que viajaron a través de mí. Y que vean la belleza y el significado más profundo de la sabiduría y el amor intergeneracional”.

Para CC, su arte es una conexión con ella y con las raíces a través de la cultura. Es cuestionar su existencia. Ella dice que utiliza su arte “como arma para el pueblo.
“Me encanta pintar a mi gente, sobre todo a las mujeres. Es un honor ser apache. Quienquiera que se cruce con mi obra quiero que se sienta amado por sí mismo y orgulloso”.
Existe una voz ancestral que las guía, que conecta el pasado y el presente para construir un futuro, y esas voces se materializan en piezas de arte.
Así lo explica CC:
“Somos nuestras bisabuelas, abuelas, madres. El clan lo transmitimos de generación en generación. Nuestra conexión con la tierra es a través de nuestro clan. Yo pintó a las mujeres fuertes del pasado y del presente. Mi madre es una costurera local que sigue manteniendo vivo el espíritu del vestido. Fotografío su trabajo con mi familia y las mujeres de la comunidad, y por eso soy así. Encuentro mi fuerza en mi cultura y en la tierra”.
Una liberación
La historia que ambas están construyendo resulta profundamente inspiradora, pues es la historia de una liberación. La liberación de nuestros cuerpos y de nuestra imagen. Como dice Castro, “siento que la colonización nos ha robado nuestra sensualidad y conexión con nuestro poder y energía sexual divina. Yo trabajo diligentemente para recuperar esta conciencia sensual y la conexión con mi cuerpo y mi poder sexual. Cuanto más libres somos como individuos, más libres somos como pueblo. Volviendo a nuestros caminos en los que seguíamos al espíritu y a la naturaleza. Porque nuestra sexualidad es naturaleza divina, como las plantas y los árboles polinizan, así lo hacemos nosotros”.
Una revolución sexual es un debate pendiente en Latinoamérica y también dentro de las comunidades indígenas. Sin embargo, esta historia de transformación nos muestra que hay transformaciones posibles, donde las tradiciones, la espiritualidad y la creatividad no están peleadas con las diversidades sexogenéricas, sino que se complementan y se constituyen en unidad.
Al respecto, CC comparte la siguiente reflexión para todas aquellas personas que tienen un debate interno entre su sexualidad y sus tradiciones:
“Debes saber que no te pasa nada. Nuestro creador te dio el espíritu que llevas. Sé que puede asustar pensar lo que dicen los demás cuando piensan en ti, pero muéstrales amabilidad y amor porque eso es lo que eres. Para obtener el apoyo saludable necesitas de las oraciones, de la tierra y la gente”.

Despedida
Junto mis manos para dar las gracias por los momentos que pude disfrutar de su compañía, les agradezco que me permitan contar su historia.
Siento que es un deber compartir la vida de estas poderosas almas, para así amplificar la fuerza que las juntó y que su vivencia pueda inspirar a otros a vivir una vida más libre, lejos de los grilletes de las miradas puritanas que condenan el amor sanador entre mujeres indígenas.
Termino de escribir este texto y mi memoria regresa al primer día que las conocí. Castro miró a CC y le sonrió. Un universo entero se abrió en la habitación. Ahí habitaban planetas, lenguajes, silencios y ecosistemas que nadie más podría entender, solo ellas.
Y así reafirmo mi postura: en los mínimos detalles está el amor.