Esta crónica fue parte del libro La Bolivia, una antología de crónica feminista, que incluye los tres textos ganadores y siete menciones especiales del Primer Premio Nacional de Crónica Feminista que lanzamos en 2019. Si te gusta nuestro trabajo y deseas colaborar con la creación de más y nuevos proyectos periodísticos puedes dejarnos un aporte en el Chanchito Muy Waso.
En octubre de 2019, mes de las elecciones generales en el país, en diversos espacios se escuchan debates y discursos sobre programas de gobierno de diferentes organizaciones políticas: en los medios de comunicación, en las universidades, en los centros de organizaciones sociales, etc. El 25 de septiembre, en la ciudad de El Alto se instaló uno de esos escenarios denominado: Foro Político Departamental con Candidatas Mujeres a la Asamblea Legislativa Plurinacional. El evento, según las organizadoras, fue realizado con el objetivo de incidir y posicionar en el debate electoral una agenda política desde las mujeres para avanzar hacia la despatriarcalización y la democracia paritaria, además de conocer las propuestas de las candidatas de los partidos políticos.
Llegué al evento cuando este ya había iniciado. En el salón, siete candidatas sentadas al frente, una a una se pasaban el micrófono y planteaban respuestas a las diferentes problemáticas y demandas, que eran expuestas antes de la intervención de cada una de las participantes. Dichas demandas y problemas sociales fueron plasmados en aquello que denominaron Agenda Política desde las Mujeres. La agenda tenía como destinatarios específicos a las(os) candidatas(os) y autoridades públicas electas, se elaboró con la finalidad de fortalecer la gestión pública bajo una perspectiva de género. Eso es lo que se lee en el texto de presentación de la agenda. Dicho texto fue entregado en el evento, además, su contenido fue proyectado en diapositivas mientras las moderadoras exponían y planteaban preguntas y solicitaban que las candidatas presentaran sus propuestas en el marco de los programas de gobierno de cada organización política.
“La mujer, siempre por todo lado la mujer”, fue lo que dijo una de las candidatas a la Asamblea Legislativa en una de sus intervenciones, tratando de explicar que en diferentes espacios, por la coyuntura actual donde se debate la “cuestión de la mujer”, siempre se habla de proteger y garantizar los derechos de las mujeres; pero la mayoría de las veces los discursos no están acompañados de acciones estratégicas y la explicación de las formas de llevar a cabo políticas que permitan cerrar las brechas de igualdad y equidad de género. En este foro político –donde se escuchó más cuestionamientos y críticas al gobierno nacional que planteamientos concretos– las propuestas planteadas por las candidatas también fueron vagas y difusas. Sin embargo, ante la exposición de uno de los ejes de la Agenda Política que abordaba las cuestiones de autonomía económica de las mujeres, acceso equitativo a recursos, ingresos, trabajo, oportunidades, reconocimiento del aporte económico y revalorización del trabajo del cuidado, en una de las intervenciones de las siete candidatas surgió el planteamiento de la implementación de políticas públicas, programas y proyectos sociales para el cuidado de niños y niñas, personas de la tercera edad y personas con discapacidad[1].
“Nosotros vamos a promover esta lógica de la corresponsabilidad entre el Estado y las familias para quitarles un poco del peso del cuidado a las mujeres (…) que son muchas. Las mujeres, porque tienen que estar cuidando, no pueden estar (…) mejorando sus condiciones laborales o educativas porque finalmente están exhaustas. Ahí tenemos una propuesta muy clara de económica del cuidado: de salas cunas, de hogares para mayores. [Con] el programa ‘te acompaño’, en cada comunidad jóvenes van a poder acompañar en sus casas a los viejitos y van a poder liberarse del servicio militar con este servicio social. Vamos a capacitar a cinco mil especialistas dentro la economía del cuidado, muchas mujeres van a poder hacer eso, muchos jóvenes que tienen ganas de cuidar a los niños, a los viejitos, a los enfermos. [Crearemos] centros infantiles gratuitos, licencia de paternidad ampliada (…), casas de residencia y reposo para nuestros viejitos (…)”. Este fue uno de los discursos más sugestivos ante la demanda de políticas nacionales de corresponsabilidad social del cuidado, planteada en la Agenda Política.
No es la primera vez que sale a la palestra el tema de la economía del cuidado como política pública. Hoy en día, en Bolivia existen muchos ejemplos de gobiernos[2], organizaciones sociales que trabajan activamente en promover y mejorar el acceso a servicios de cuidados infantiles. La incorporación de políticas de cuidado no es nueva. En nuestro país, las políticas y programas nacionales destinados a los cuidados infantiles se han implementado a lo largo de los años. Los centros infantiles en Bolivia, dirigidos en su mayoría para la población de la primera infancia (niñas y niños menores de 6 años), tiene amplios antecedentes de implementación, que vienen desde la década de los 50 del pasado siglo. Surgieron en el país, bajo el marco de diversos planes, programas y proyectos sociales como ser: el Plan Nacional de Educación Inicial No Escolarizada; el programa de Atención y Educación de la Primera Infancia (AEPI), inicialmente, después el Proyecto Nacional de Centros Integrales de Desarrollo Infantil (CIDI); y el Proyecto Integral de Desarrollo Infantil (PIDI) en los años 1983 y 1984; y el más conocido Programa de Atención al Niño-Niña menor de 6 años (PAN) implementado en la década de los 90. Todas estas medidas se efectuaron muchas veces de forma aislada y ajena a las políticas y/o recursos estatales. Fueron en su mayoría organizaciones no gubernamentales (ONG) y organismos internacionales como: el BID, Banco Mundial y UNICEF quienes, como parte de los programas de lucha contra la pobreza, impulsaron acciones para mejorar la calidad de vida de niñas(os), e incidir de forma indirecta en la situación de las madres liberando el tiempo para el trabajo.
Durante los años 2016 a 2017, cuando trabajaba en el proyecto Centros Infantiles del municipio de La Paz, además de observar la dinámica de una institución del sector público, pude conocer el comportamiento de la aplicación de una política pública que tenía como finalidad promover el desarrollo infantil y la atención integral y protección a niñas y niños en la primera infancia. Hasta el año 2018, existían 43 centros infantiles distribuidos en seis macrodistritos de la ciudad de La Paz. Los horarios de ingreso y salida únicos eran de 8:30 am a 16:00 horas. Cada uno de los centros tenía coberturas diferentes, que dependían del tamaño de la infraestructura, el material disponible y la cantidad de recursos humanos. Esto quiere decir que existía un número limitado de cupos para la inscripción de la población. Debido a esto, la institución determinó realizar un proceso de selección para la admisión de niñas y niños a los centros infantiles. Dicho proceso era llevado a cabo a finales e inicios de cada gestión. La gran mayoría de las veces se daba prioridad a las familias en situación de pobreza y riesgo social, en las cuales existiera una madre incorporada en el mercado formal o informal de trabajo.
Diciembre y enero solían ser los meses en los que gran cantidad de padres y madres acuden a instalaciones de los CMDI a solicitar la inscripción. Dentro de este proceso se llevaban a cabo entrevistas personales donde se consultaba acerca de la razón de la solicitud del servicio. La mayor parte de las veces las mujeres que trabajan o que planifican hacerlo y afrontan el problema de no hallar a nadie para que se encargue del cuidado de sus hijos o hijas son quienes demandan servicios de cuidado.
María Soledad[3]
Era madre de una niña de 7 años de edad (Karen) y un niño de 2 años (Kevin). Ella tenía 38 años, y se encargaba sola del cuidado de ambos. Cuando su último hijo tenía 2 meses de nacido, María Soledad se separó del padre de sus hijos, a partir de ese momento no tuvo contacto con él. “Se fue a vivir a Pando, y actualmente tiene otra pareja con la que tiene una hija recién nacida, eso me dice cuando me contacto con él para pedirle que pague el préstamo que obtuvimos en el banco para pagar los gastos de sus estudios. Siempre me dice que no puede enviarme dinero y yo sola pago los gastos de mi familia más la deuda del banco”, aseguró María Soledad tratando de aguantar el llanto y explicando que sus ingresos no le eran suficientes.
María Soledad y sus dos hijos conformaban una familia monoparental donde solo la ella se responsabilizaba del cuidado y manutención de la niña y el niño. Vivían solos en una casa independiente en calidad de inquilinos. Trabajaba como secretaria en una unidad educativa que se encontraba en el centro de la ciudad de La Paz, recibía el salario mínimo generando bajos ingresos económicos que no le eran suficientes para cubrir los gastos de su hogar. Su horario de trabajo era continuo, de 8:00 am a 14:00 horas.
María Soledad era una mujer que supo organizarse, ajustó las horas de trabajo asalariado con las tareas domésticas que debía realizar en su hogar. Por las mañanas, tenía la tarea de hacer levantar de la cama a Karen a las 6:00 am y alistarla para asistir al colegio. Previamente, ella ya había preparado el almuerzo para el mediodía, que en realidad comía junto a sus hijos en la tarde, al llegar a su casa que estaba ubicada en la zona de Vino Tinto. La madre siempre salía de su domicilio con su hijo menor en brazos y tomando de la mano a su hija mayor. Primero, tenía que llegar a casa de su madre (abuela materna de los niños) quien vivía en la zona de Achachicala para dejar a Kevin. La abuela apoyaba con el cuidado del niño por las mañanas y en ese horario Karen asistía al colegio. “Me ayuda mucho que mi hija estudie en el colegio donde trabajo porque después que ella sale se queda conmigo, me espera y juega en la oficina, pero a veces es complicado porque tengo mucho trabajo y el director se molesta. Pero entienden mi situación”. La principal responsabilidad de María Soledad era la atención de su hijo de dos años, al cual cuidaba durante la tarde y la noche. Ella atendía a Kevin cada vez que él necesitaba de su ayuda; en caso de algún contratiempo o en situaciones de emergencia con su hija de siete años, lo dejaba al cuidado de su madre pero ella se encargaba casi siempre de la atención de su hijo. Sin embargo, sucedió que ya no podía contar más con el apoyo de su madre pues ella había planificado cambiar de domicilio y vivir en otra ciudad. Ante esta situación, María Soledad optó por llevar a Kevin a su trabajo, no pasó mucho tiempo para que surgieran las llamadas de atención y posteriormente la prohibición de llevar a su hijo a su fuente laboral. “Al llevar al niño a mi trabajo lo descuido un poco por las labores que debo realizar. El padre del niño no me apoya económicamente”, aseguró.
La madre, habiendo perdido el apoyo en el cuidado de su hijo y ante la ausencia del progenitor del niño, buscó el servicio de los centros infantiles municipales. Solicitó el servicio porque ella trabajaba con ambos niños y consideraba peligroso que estuvieran en su puesto de trabajo, e indicó también que ambos niños se sentían incómodos. Llegó a la primera entrevista con muchas bolsas en los brazos y a la vez sosteniendo a su hijo, acostó al niño en el sillón y pidió a la pequeña Karen, que estaba vestida con su uniforme de colegio, que lo cuidara. Esperanzada quiso inscribir a Kevin a un centro infantil que estaba cercano a su trabajo. Lamentablemente, su rostro cansado se llenó de lágrimas al escuchar que no existían cupos, además se la vio desilusionada al escuchar que, en caso de ser inscrito, los horarios de ingreso al centro infantil no podían modificarse por ningún motivo. El horario de ingreso, que era a las 8:30 am, representaba un problema, sin embargo, la madre estuvo dispuesta a llevar a su hijo primero al trabajo y después llegar al centro infantil. Después de insistir bastante, la madre logró ingresar a su hijo a una lista de espera de inscripción. Ese año, ningún niño(a) de la lista de espera fue inscrito.
Es un hecho evidente que gran cantidad de mujeres siempre han estado insertas en el mercado laboral, muchas veces con una remuneración económica estable, otras veces realizando trabajos informales o por cuenta propia. La mayoría de los programas públicos que proveen servicios de cuidado infantil fueron creados como respuesta a la creciente participación laboral de las mujeres. Siempre se piensa que estos servicios podrían facilitar el empleo de las madres, sobre todo de aquellas pertenecientes a estratos socioeconómicos bajos con hijos(as) que están en la etapa de la primera infancia. No era el caso de los centros infantiles municipales, ya que se hizo hincapié en lograr cobertura y prestar atención de calidad a la necesidad del desarrollo integral de los niños y niñas.
María Esperanza
Vivía en casa de su suegra en la ciudad de El Alto, allí tenía un cuarto que compartía con su esposo y su hija Abigail de 4 meses de edad. María Esperanza tenía 36 años y estaba casada hace 8 años. Al momento de su entrevista, trabajaba en un hospital en la zona de Villa Fátima como enfermera y se había incorporado a su trabajo después de cumplir con los meses de licencia por maternidad. Contó que por algún tiempo tuvo el apoyo de familiares para el cuidado de Abigail, pero que en los últimos días estuvo llevando consigo a su hija al trabajo. El ambiente de trabajo de la madre era considerado de riesgo para la niña, así que se le prohibió llevarla nuevamente. El progenitor trabajaba todo el día en turnos rotatorios a veces de 7:00 am a 16:00 horas, otras de 14:00 a 22:00 horas. María Esperanza señaló que su relación familiar era armónica, pero ella y su esposo no se organizaban de la misma forma para realizar las labores de la casa[4].
Los horarios de trabajo de la madre eran entre 14:00 a 20:00 horas. Las tareas que realizaba rutinariamente en su hogar eran las siguientes: por las mañanas y antes de asistir a su trabajo limpiaba los cuartos, preparaba la comida para su esposo que llegaba por la noche a su casa, tenía que lavar ropa todos los días por su hija recién nacida, algunas veces tenía que acudir a realizar compras al mercado, entre otras actividades que realizaba mientras cuidaba a Abigail. Ante esta situación, ella tenía la esperanza de ingresar a su hija al centro infantil por las tardes mientras ella trabajaba, pero se enfrentó primero con la dificultad de que no existía ningún centro infantil cercano a su trabajo, los horarios no eran compatibles con el mismo y solo se aceptaban niños(as) mayores de seis meses. Ante esta situación, se le planteó que esperara hasta el próximo año para postularse nuevamente.
Los centros infantiles municipales no ofrecen atención continua durante los 12 meses del año, suspenden su atención durante un periodo de tres meses entre diciembre a febrero. Las jornadas de atención de los centros no ofrecen flexibilidad en cuanto al horario en que las madres pueden dejar y recoger a sus hijos(as) ya que se enfatiza el cumplir su objetivo principal que es el de promover el desarrollo infantil, dejando de lado la promoción de la participación de las madres en el mercado laboral a través de la prestación del servicio del cuidado de sus hijos(as). Pese a ello, casi todos los días llegaban madres a oficinas de los centros infantiles a solicitar la inscripción. La situación de cada una de ellas era distinta, pero las razones o los motivos casi siempre eran los mismos: encargar el cuidado de su hijo o hija para así tener tiempo disponible para trabajar.
“La razón por la que quiero ingresar a mi niña al centro infantil es por motivo de trabajo. Soy vendedora ambulante (…), no puedo llevar a la niña conmigo; el padre de mi hija es pintor, no trabaja de manera fija, depende de los contratos que haga”, me afirmó una de las madres.
En otra ocasión, tanto la madre como el padre de un niño mencionaron que ambos trabajaban. La madre, de lunes a viernes de 8:00 a 20:00 horas como ayudante de cocina, ella era la que, principalmente, se encargaba del cuidado de sus tres hijos. El padre trabajaba como chofer asalariado de un minibús. La madre argumentaba que ella trabajaba desde hacía 10 años y su hijo Jhon estaba en el centro infantil desde sus 8 meses, ella consideraba al centro infantil como un gran apoyo para el cuidado de su hijo ya que ella iba a trabajar con sus otros dos hijos: Leydi y Sergio.
Una familia compuesta por la abuela materna, la madre y su hijo me comentó que el progenitor del niño no se hizo responsable del cuidado del niño. La abuela era comerciante y al mismo tiempo era la que estaba a cargo del cuidado de su nieto ya que la madre del niño, que se dedica al mismo rubro, realizaba constantes viajes por su negocio. Los gastos de su hogar eran compartidos por ambas.
En otra oportunidad, otra persona me comentó: “solicito el servicio porque necesito trabajar, no puedo dejar al niño con su hermanita, el lugar donde desempeño mi trabajo es peligroso existe mucha movilidad”. Otra madre me decía: “quiero aportar y ayudar a mi esposo con los gastos del hogar, (…) nuestros ingresos son muy limitados. (…) si la guardería me aceptara yo podría ir a trabajar”. Lastimosamente, hasta el 2018 el énfasis de los centros infantiles no estaba en la mujer sino en el niño o la niña.