Si la rinoplastía a la estatua de Cristobal Colón en la ciudad de La Paz te dejó confundidx, aquí te compartimos estos apuntes patrimoniales de la restauradora y conservadora Tatiana Suarez Patiño, para sacudirte algunos prejuicios.
Aquí voy a hablar de semiótica, de conceptualización del patrimonio, transmigración de valores y sistemas de representaciones. Así que si quieres venir con polaridades básicas como «masista-pitita», «feminazi-conservadora», este texto no es para tí. Sal, shu.
Nada tiene sentido por si solo. Es decir, tiene que existir un sujeto o una sociedad que le atribuya valores, significados y sentido a las cosas. Sin una sociedad que le otorgue valor al patrimonio, estos objetos son como cualquier otro. Eso sí, muy lindos.
La clasificación del patrimonio cultural es amplia. En este cuadro se ve resumido a grandes rasgos. Pero cada grupo tiene sus matices y sus definiciones propias. En esta oportunidad, vamos a enfocarnos solo en monumentos. Lo dicho aquí aplica solamente a monumentos escultóricos.
Monumento, obvio que viene del latín, monumentum: recuerdo. Resumido: es toda aquella construcción de gran valor para el grupo social que la erigió. Quédense con esta definición hasta el final.
La colonia italiana, residente en La Paz, obsequió a este municipio la efigie de Cristóforo Colombo, por ser considerado como el descubridor de América. Mediante una ordenanza municipal del 9 de febrero de 1926, la Alcaldía autorizó a la comunidad italiana erigir el monumento en la avenida 16 de Julio.
Ammm, ¿gracias colonia italiana? ¡Qué detalle! Regalarnos una escultura de Colón en conmemoración al centenario de la creación de la República de Bolivia.
¿Qué clase de regalo es ese? «Felicidades, eres libre, pero recuerda que fuiste colonizado. Toma este símbolo para tu plaza«.
En 1926, éramos una sociedad muy diferente, no había voto universal, no había llegado la reforma agraria, pero sí había una marcada desigualdad de condiciones.
Mucho de eso cambió: ahora tenemos más derechos, también existe una autoconciencia de nuestra cultura. Estamos configurando nuestro pensamiento de forma diferente.
Y si nuestro pensamiento cambia, ¿no debería cambiar el entorno también? Si en las ciudades es donde nos desarrollamos social y espiritualmente, estas no deberían estar llenas de símbolos que no nos representen en el presente.
¿Por qué seguir haciendo pedestales para el dolor?
Si a una gran parte de nuestros iguales, les duele e incomoda que ciertos símbolos —que para ellos representan humillación y mucho dolor— sean puestos encima de pedestales como imágenes de adoración ¿Por qué no ceder y retirar de los espacios públicos aquello que duele?
Si a una gran parte de nuestros iguales, les duele y les incomoda que ciertos símbolos que para ellos representan humillación y mucho dolor sean puestos encima de pedestales como imágenes de adoración, porque no ceder y retirar de los espacios públicos aquello que duele. pic.twitter.com/t904F6zGyq
— Tu Patrimonio es mi Bendición (@es_patrimonio) August 4, 2021
Ojo, estoy diciendo retirar, es decir con especialistas en conservación que desmonten por anastilosis el monumento y cuiden y resguarden las piezas. Dado que, aunque duelan, son parte del patrimonio y se deben conservar en un espacio de bajo o nulo tráfico de personas.
Cuidado digan «quieren borrar la historia«. No sean opas, la historia no se borra bajando un monumento. No es que en un parpadeo, porque se baje el monumento a Colón, vamos a reaparecer en el Tahuantinsuyo.
Con estas acciones se hace una transmigración de valores que ayudan a construir otra historia.
La transmigración de valores se puede entender como un proceso mutación axiológica en el que la postura moral de la sociedad sobre un tema cambia de manera opuesta.
Por ejemplo, antes estaba «bien» tener esclavos, ahora está «mal» (y es prohibido) tener esclavos.
Antes, agradecidos por la conquista. Ahora, críticos.
Esta forma de encarar nuestra historia de manera reflexiva (o desde el performance) genera teorías de pensamiento, arte, manifestaciones culturales y mucho más.
Tu pañoleta con aguayo es parte de esta nueva configuración de nuestra sociedad. La economía y el mercado también entran en la fórmula.
Mi criterio técnico sería desmontar la pieza junto con la escultura de Isabel la Católica y llevarlas al cementerio general, al panteón de nuestra historia.
Son obras en mármol de buena factura que podrían enriquecer nuestro patrimonio funerario, estarían cuidadas y lejos. En el Prado paceño mandaría a trasplantar un árbol gigante.
Ahora la tierra es la única que merece ser puesta en un pedestal.
Si considero que los hechos del 2 de agosto están bien o mal, es irrelevante. No le puedo decir a la gente como protestar. Estas acciones construyen la historia, cuestionan, dejan hitos, anécdotas. Dejan en claro que no somos los de 1926. Tenemos otros valores.
Quisiera que defiendan el patrimonio todos los días, no solo cuando las feministas y las clases indígenas les tocan los monumentos.
Tranquis, la historia seguirá ahí, con o sin Colón en el Prado, porque hay heridas que duelen siempre. Pero las ayudamos a sanar si extirpamos aquello que lastima.