Inauguramos nuestras colaboraciones wasas con este texto que recoge lo sucedido ayer en Bolivia con las joyas del Presidente y la doble moral indignada.
Dina Huallpa
Las indignas Fuerzas Armadas bolivianas, como las de cualquier otro país, basan su existencia en conceptos tan pobres y carentes de sentido como el patriotismo o la nacionalidad. En nuestro caso, también por una larga lista de derrotas y episodios vergonzosos en la historia. Punto aparte merecen los regímenes dictatoriales que encabezaron con tanto esmero.
Patria, historia, nación, esas tres palabras parecen estar encarnadas en esos símbolos, bastón de mando, banda y medalla presidencial, que han pasado por manos de una tracalada de ineptos, vividores y derrochadores, y que ayer llenaron los titulares de todos los medios bolivianos. Sin embargo, las afueras de un prostíbulo en El Alto quizás sean el sitio más impoluto en el que han estado esas famosas huevaditas de «incalculable valor histórico y monetario».
¿Por qué nos indigna entonces? ¿Por qué los medios le dedicaron tamaños titulares? Porque todavía nos gusta regodearnos en una moral reaccionaria, cartucha e hipócrita. Nos indigna que los dichosos símbolos patrios se pierdan en puertas de un putero, pero no que un milico fomente la trata y tráfico de mujeres, muchas de ellas menores de edad, en tugurios donde se han comprobado, una y otra vez, estos delitos.
No nos molesta que el mismo sujeto abuse de su autoridad, junto a sus compinches policías, en una requisa violenta entre las trabajadoras sexuales en búsqueda del tesoro perdido. No nos jode el autoritarismo, machismo, conservadurismo e imbecilidad que representa desde siempre el Ejército, nos incomoda que el legado de Bolívar esté entre ladrones y prostitutas. Todas ellas, por cierto, víctimas de un sistema de injusticias que, oh, sorpresa, los uniformados siempre han defendido, porque son de los más beneficiados.
Evo Morales, Carlos Mesa, las Fuerzas Armadas y la Policía boliviana pueden acomodarse sus símbolos de poder donde mejor les quepan. Desde abajo, les avisamos que sus insignias de autoridad no nos representan. No queremos ser parte de un Estado patriarcal, misógino y hecho a la medida de unos penes que necesitan accesorios chic de oro 24 kilates, vestir de uniforme tricolor y derrochar el dinero del pueblo comprando cuerpos, para sentirse un poquito machos, un poquito tenientes, un poquito historiadores, un poquito presidentes, un poquito menos miserables.