Dos mujeres latinoamericanas rompiendo, con su escritura y su vida pública, los moldes que les imponía su época. Una boliviana, la otra chilena, esta es la breve historia de un encuentro que nunca fue.
Valeria Canelas
«Fue como un despertar.
Un despertar de sueño clorofórmico.
Un despertar que venía de la nada, una nada hecha de pesadilla y de opresión.
Le arrancaron la vida de un cuajo.
Y se congeló de Infinito.
Y ya no sintió más.
Se transformó quizá, en un trozo de hielo; tal vez, en una piedra fría y negra.
Y ya no fue…y ahora, era otra vez.»
Así comienza El occiso de María Virginia Estenssoro.
Y mientras leo por primera vez este texto mítico, gracias a esta hermosa edición de Dum Dum Editora, que cuenta, además, con un prólogo interesantísimo y muy estimulante escrito por Mary Carmen Molina Ergueta, recuerdo ese otro texto mítico de la literatura latinoamericana, La amortajada de María Luisa Bombal:
«Y luego que hubo anochecido, se le entreabrieron los ojos. Oh, un poco, muy poco. Era como si quisiera mirar escondida detrás de sus largas pestañas. A la llama de los altos cirios, cuantos la velaban se inclinaron, entonces, para observar la limpieza y la
transparencia de aquella franja de pupila que la muerte no había logrado empañar. Respetuosamente maravillados se inclinaban, sin saber que Ella los veía. Porque Ella veía, sentía.»
El primer texto fue publicado por primera vez en 1937, el segundo en 1938. Pienso con emoción en estas dos mujeres desestabilizando con su escritura la literatura latinoamericana, poniendo en cuestión la rígida división entre géneros, perturbando con su escritura y con su vida las férreas normas sociales en las que les tocó desarrollar su vida y su obra.
Me parece una casualidad estremecedora que ambas hayan elegido para sus textos una voz que se levanta, percibe el mundo y lo recrea desde la muerte. La escritura de estas dos mujeres fascinantes surge de cuerpos muertos. Como suele suceder con las mejores escritoras, sus textos hacen hablar a la muerte.
Ambas escribieron a su regreso de Europa, la primera a Bolivia y la segunda a Chile. Ambas fueron mujeres con una biografía bastante rompedora para la época. Y creo que esta actitud vital se refleja precisamente en esa ruptura de las formas que vertebra su escritura.
Me las imagino en 1930 recorriendo las calles de París, viviendo en una lengua extranjera y pensando en su inminente regreso a sus países de origen. Me las imagino reflexionando sobre la forma más adecuada para plasmar toda esa ebullición vital que, sin duda, ya se estaba escribiendo en ellas.
Finalmente, me las imagino llegando a sus lugares de origen, sintiéndose extranjeras de las normas hegemónicas, sabiéndose señaladas socialmente, pero escribiendo. Escribiendo desde ese lugar incómodo, desde esa rebeldía visionaria, desde ese no amoldarse a los roles de género, desde ese espacio de trascendencia material que ambas imaginaron para los cuerpos muertos.
En la primera página de El occiso, antes de la dedicatoria y del poema que la acompaña, se puede leer el siguiente epígrafe:
«Este libro es una crucifixión y un INRI»