Compartimos una crónica de la primera experiencia de un gran junte de mujeres para escucharnos y hablar. Un relato desde la organización, la importancia del trabajo colectivo, la rabia contra el estado de las cosas y la esperanza de una nueva política.
Michelle Nogales Cardozo
14:30 – La sala está vacía, es inmensa y clara: una gigante hoja en blanco. En uno de los extremos, con una discreta grada haciendo la diferencia, el escenario. Cinco, seis, siete, ocho mujeres acomodamos sillas, movemos una mesa, conectamos cables, cargamos bidones con agua, organizamos la señalética, colgamos un enorme cartel de letras rojas incendiadas: Parlamento de las Mujeres.
El equipo de la Articulación Feminista Wañuchun Machocracia trabajando a pleno. 15 a 20 mujeres completamente diversas, desde los años hasta las habilidades y conocimientos. Un tejido que comenzó a hilarse durante uno de los momentos más dolorosos de la violencia postelectoral en Bolivia, hace apenas un mes.
Ninguna sabe ni espera lo que viene. Dividimos las tareas según aquello que cada una sabe hacer mejor. Nos convertimos en un solo cuerpo de muchos pies y manos. Un solo cuerpo cuidando cada detalle de un evento que alcanzará una magnitud que en este momento, en la previa, ninguna imagina.
La sala se ve bastante grande, tal vez demasiado. Siento temor de que no se llene. Si al menos se ocupan todas las sillas, unas 150, sería genial, pienso. Nuestros cuerpos (el cuerpo feminista) continúan con las tareas logísticas: prueban sonido, acomodan trípodes, distribuyen vasos, probamos la conexión a internet. Todo marcha bien. Es tiempo de empezar.
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16:30 – Aún no comenzamos, pero las 150 sillas ya están ocupadas. El murmullo comienza a crecer, inunda el piso, trepa por las paredes, cuelga del techo. Ese gran salón deshabitado es ahora, con nuestra presencia, un parlamento, el Parlamento de las Mujeres. El tiempo apremia, aún faltan afinar algunos detalles, probar la transmisión en vivo, el micrófono, sortear el orden de las más de 40 oradoras que confirmaron su participación.
La gente no deja de llegar. El equipo de Wañuchun Machocracia crece y crece, como la concurrencia. Aparecen dos moderadoras, una fotógrafa profesional, otras dos que se encargarán del registro visual en redes sociales, una responsable de tuitear cada detalle, otra de la transmisión en vivo, en un costado dos venden aperitivos, otra se ocupará de la transcripción de las intervenciones. Todo en comunidad, todo entrelazado, algo nos interconecta. Este cuerpo feminista sigue creciendo: dos se ocupan de controlar el tiempo de cada intervención, un compañero colabora con el sonido, varias rotan por turnos para atender el ingreso e indicar el salón a lxs asistentes. Otras tantas más suben nuevas sillas constantemente; con los minutos ya no hay donde acomodar a la gente. El murmullo del principio se convierte en una potente voz colectiva ininteligible, un barullo bullente y extrañamente acogedor.
16:55 – Giro hacia el público, hay gente parada hasta el final del salón. Ocupan todas las sillas, las primeras 150 y las que acomodaron después. Hay algunes que eligieron sentarse en el suelo, al borde del escenario. Otra tres cámaras se suman al registro y un par de grabadoras se aprestan a “escuchar” el evento. No cabe un alfiler. El primer Parlamento de las Mujeres en Cochabamba es un éxito.
17:00 – Comienza.
Mujeres Creando organizó la primera versión de este parlamento en La Paz, hace un par de semanas. Casi inmediatamente, desde la Articulación Feminista Wañuchun Machocracia, surgió la necesidad de organizar otro en Cochabamba.
Algunas compañeras hicieron el contacto con María Galindo, una de las representantes de la colectiva paceña, para obtener algunos detalles “de forma” y metodológicos sobre el evento. Ella no lo dudó y mostró entusiasmo desde el principio. Se ofreció a llegar por sus propios medios y colaborar en lo que fuera necesario.
María inaugura el Parlamento de las Mujeres en Cochabamba sosteniendo y haciendo cascabelear un palo de lluvia. Como un báculo, el instrumento autóctono pasa de oradora en oradora a medida que toman la palabra. Como un conjuro entre su sonido y nuestras fuerzas, afuera llueve. Acá también, hay un aguacero de ideas y reclamos, de denuncias y propuestas, de inconformidades y esperanzas.
Las voces comienzan a hacerse escuchar: profesoras, mujeres con discapacidad visual, campesinas, académicas, jóvenes universitarias, madres de familia, activistas, disidencias sexuales, militantes políticas, amas de casa. Todas con la necesidad de hablar, desde su sentir y su experiencia, sobre la coyuntura política y social boliviana del último mes y responder a la pregunta de qué era “democracia” para cada una de ellas.
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18:00 – La gente está amontonada hasta por fuera del salón. Ocupan las gradas que llevan hasta el auditorio desde el primer piso. Todxs atentxs y tratando de escuchar a las oradoras y personas del público que deciden tomar el micrófono. Por momentos la tensión se apropia de los pocos espacios que hay entre cada unx de ellxs, entre sus diferencias, sus orígenes, sus convicciones. Pero ahí están, juntxs y apretujadxs.
La confrontación no se deja esperar. El ambiente polarizado de las calles no pasa por ningún filtro al entrar. Los abucheos llegan y complican algunas intervenciones. Las moderadoras retoman el escenario y recuerdan que una de las premisas del Parlamento es escuchar a la otra, a la que es distinta a una misma. Piden respeto y hablan de cómo construir una nueva política, una politicidad desde un oído atento y agudo.
Eso es. La (in)capacidad de escuchar al que no piensa como queremos, durante la crisis postelectoral, se había degradado hasta la agresión y la violencia. Los diálogos habían dejado de ser intercambios recíprocos, pretendiendo ser la imposición de una verdad sobre la otra. Los espacios para el debate se transtornaron, se hicieron bunkers de autojustificación y censura. En las calles, enmascarados en motos, petardos, piedras, palos, luego gases y balas.
El almuerzo familiar se convirtió en trincheras de desentendimiento, luego insultos, violencia, distancias y silencios. Las redes, un campo de batalla minado donde un solo comentario desencadenaba una balacera de falsedades y manipulación.
En Cochabamba, durante varios días, los del paro cívico y los que vinieron después, fue prácticamente imposible sostener una conversación por más de cinco minutos sin ser violentado y amedrentado.
Por eso el Parlamento es importante, porque el público tuvo la difícil tarea de escuchar con respeto y las mujeres reivindicaron la valentía y el goce de hablar sin miedo. Es importante porque abre un espacio, probablemente el único, en el que nos damos tregua para mantenernos en calma y, por unos minutos, comprender lo que la otra sintió o continúa sintiendo, por más que no estemos de acuerdo.
Llega la noche, han pasado más de tres horas. Algunas se quedan con el discurso en la mano. La cantidad de oradoras desborda la organización. Las intervenciones del público se multiplicaron por doquier. Hemos escuchado a muchas, pero aún tenemos deudas, aún no estamos todas. Este es solo el comienzo. Queda pendiente escuchar, por ejemplo, la voz de una compañera trans que tuvo que abandonar el salón por una emergencia y de muchas otras que tampoco pudieron acompañar el Parlamento hasta el final.
Veo manos nerviosas, piernas inquietas, gestos contenidos. Algunos asistentes -jóvenes, señores bastante mayores, estudiantes, madres, artistas- aguantan las palabras, las ganas de gritar ciertas verdades, sus verdades. Pero, de alguna forma lo intuyo, comienzan a entender la importancia de lo que se está haciendo y lo enriquecedor de este proceso.
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La última en pararse frente a nosotres es una compañera muy joven. Una estudiante y miembro de la red LB de Cochabamba. A muchas, al oírla, nos rebasa el estremecimiento, las ganas de abrazarla. Protesta por el lugar al que se le relega por su edad, nos relata las trabas que se le imponen para manifestar su rabia e impotencia durante el conflicto. Su lucha constante y todo su esfuerzo por formarse y construir una opinión desde el conocimiento nos sabe a esperanza. Hasta ahora, hasta este momento, no se había permitido quebrarse, porque aún le quedan fuerzas, aún no es tiempo para el llanto. Ahí está, creyendo en esta lucha, en la construcción de estos espacios, en las articulaciones y solidaridades.
Con la sala todavía llena el Parlamento se cierra con un minuto de silencio por todos los muertos masacrados por la intervención policiacomilitar en las calles del país.
Un silencio detrás de tantas horas de murmullos, barullos, discursos encendidos, música y cantos. Un silencio que también reclama ser escuchado, desde el dolor, la rabia, la desesperación, el miedo, la impotencia, el coraje, la fuerza, la inteligencia, la esperanza y la determinación. Un silencio hondo y necesario.
Un silencio que augura más espacios de encuentros y reencuentros, desde la palabra y nuestras diferencias. Un silencio que no nos calla ni es sinónimo de derrota. Un silencio como una puerta para un otro futuro posible.
Mira aquí el primer Parlamento de las Mujeres en Cochabamba
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