Seguimos compartiendo lecturas para repensar cómo nos relacionamos con el mundo. Con el fin del mundo, con el fin de las cosas. No con ansias fatalistas, sino con la certeza de que algo en nosotres debe cambiar. Como sucedió antes, reincidimos en un escritor chileno.
Jorge Teillier
El día del fin del mundo
será limpio y ordenado
como el cuaderno
del mejor alumno del curso.
El borracho del pueblo
dormirá en una zanja,
el tren expreso pasará
sin detenerse en la estación
y la banda del regimiento
ensayará infinitamente
la marcha que toca hace veinte años en la plaza.
Sólo que algunos niños
dejarán sus volantines enredados
en los alambres telefónicos
para volver llorando a sus casas
sin saber qué decir a sus madres,
y yo grabaré mis iniciales
en la corteza de un tilo
sabiendo que eso no sirve para nada.
Los amigos jugarán fútbol
en el potrero de las afueras.
Los evangélicos saldrán a cantar a las esquinas.
La anciana loca paseará con quitasol.
Y yo diré para mí mismo: “El mundo no puede terminar
porque las palomas y los gorriones
siguen peleando por la avena en el patio”.
El autor
Jorge Teillier fue un poeta, cronista y ensayista nacido en el sur de Chile el 24 de junio de 1935 (en Colombia, ese mismo día, moría Carlos Gardel) en Lautaro, en la zona que se conoce como La Frontera, territorio agreste en el que vio cómo los mapuche habían sido relegados tras la Ocupación de la Araucanía, que se conoce eufemísticamente como “Pacificación” a fines del siglo XIX.
Viajó a Santiago donde estudió Historia y Geografía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Conoció ahí a su primera compañera, Sybila Arredondo, con la que tuvo sus dos únicos hijos: Sebastián y Carolina.
Comenzó una promisoria carrera literaria a los 21 años al publicar su primer libro, poemario muy bien recibido por la crítica y considerado “prematuramente maduro”. El año 1965, Teillier publica su famoso ensayo “Los poetas de los lares”, en el cual postula que cabe la posibilidad de que exista una relación entre el origen provinciano de la mayoría de los poetas ahí citados y su tendencia lárica, por la cual, atacados por “el mal poético por excelencia”, la nostalgia, se volcarían a la provincia y a la infancia, atreviéndose a aceptar su calidad de hermanos de los seres y las cosas, visión poética a la que él también adscribe.
A partir del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 se produce un quiebre en la vida de Teillier, que comienza a beber de manera más profusa y deja de publicar tan seguidamente. Muere el 22 de abril de 1996 tras una semana hospitalizado en Viña del Mar, tras una crisis hepática. Jamás recibió el Premio Nacional de Literatura, pero sigue siendo el poeta más querido de Chile.
Sus libros son: Para ángeles y gorriones (1956), El cielo cae con las hojas (1958), El árbol de la memoria (1961), Poemas del País de Nunca Jamás (1963), Los trenes de la noche y otros poemas (1964), Poemas secretos (1965), Crónica del forastero (1968), Muertes y maravillas (1971), Para un pueblo fantasma (1978), La Isla del Tesoro (1982), Cartas para reinas de otras primaveras (1985), El molino y la higuera (1993) y los póstumos Hotel Nube (1996) y En el mudo corazón del bosque (1997).