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El cuerpo que nos heredaron y utilizamos

Escrito porKarina Quiñones
09/03/2023
guardado en Mujeres y feminismos
Tiempo de lectura: 18 mins.
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Sobre el cuerpo de las mujeres se dictan severas restricciones, en esta crónica, la autora invita a habitar el cuerpo y hacerlo propio.


Esta crónica fue parte del libro La Bolivia, una antología de crónica feminista, que incluye los tres textos ganadores y siete menciones especiales del Primer Premio Nacional de Crónica Feminista que lanzamos en 2019. Si te gusta nuestro trabajo y deseas colaborar con la creación de más y nuevos proyectos periodísticos puedes dejarnos un aporte en el Chanchito Muy Waso.

Era un martes y la tarde apenas iniciaba. El evento se llevaba a cabo en un salón ubicado en la zona más cara de la ciudad, era amplio y al ingreso se podía observar una fila de banners con frases que hacían alusión a la prevención contra toda forma de violencia hacia la mujer, estos te guiaban hacia adentro, donde se podía observar de frente un proyector y del lado izquierdo, un roller con fondo lila suave, en el cual resaltaban letras amarillas y fucsias con el mensaje de “hagamos un pacto, vivamos sin violencia”.

El evento concentró un gran número de mujeres que eran colegas, amigas y cómplices reunidas en pequeños grupos de discusión. Me vi obligada a sentarme en medio del salón para poder escuchar mejor y observar cómo todas estas actoras se empezaban a articular en redes invisibles, finas y sólidas, como barricadas ante lo que se venía a continuación: un proyector que estampaba el logo del evento, de una manera tal que envolvía el salón entero con su llamativo gráfico. A los costados, como decorado, se tenían varones en la logística y el panel de expositoras.

Cuando se dio inicio al programa, uno de los varones que estaba encargado del proyector, se ubicó frente al público articulando palabras de bienvenida y dando paso a las dos primeras expositoras. Una de ellas era una figura pública del ámbito político, que ahora se mostraba como investigadora y representante de mujeres empoderadas, mientras que la otra, era una académica paceña adornada con joyería que pasaba de los 10 pesos. Ambas en unísono elaboraban una introducción del tema central del evento, deslumbrando al público que no dejaba de anotar y tomar fotos de las diapositivas que desfilaban en el fondo del salón.

Las expositoras decían: patriarcalismo y androcentrismo términos que hoy deben dejarse, cambiarse, modificarse e incluso hasta eliminarse, porque han sido causantes de la violencia hacia la mujer. Mostraban autores y estudios sobre esos términos y con mayor firmeza sustentaban que el hombre fálico era quien se sobrevalora ante los demás, dando como resultado un destrozo considerable dentro de la vida terrenal.

El contenido era tan conmovedor que realmente había rostros en el público que se iluminaban con esos datos precisos, conectándose con el contenido en una danza de reinvenciones teóricas y conceptuales, que incluso podían desatar coros de lucha, en protestas futuras.

Cuando era turno de la tercera expositora y autora del proyecto, se empezó a mostrar una mayor expectativa, porque la misma versó promesas –que luego resultarían ser incumplidas– y además develó el problema real de la mujer boliviana, mencionando siguiente:

–Ahora les expondré la solución de lo que mis compañeras expusieron –dijo con un tono animado y enérgico

Esto provocó una mezcla de admiración, preocupación e impotencia en cada participante que registraba el contenido del evento; mientras cada diapositiva se deslizaba con cifras y datos de violencia hacia la mujer, que rebasaban de los 10000 casos por año, relacionados con el pésimo acceso y proceso de justicia que se perfilaba con menos del 10 %  de casos con sentencia. La expositora señaló este como causa y solución al problema de la violencia, afirmación que solo encendía emociones de frustración, versadas  en reclamos y debates privados que habían sido adormilados en un principio. El ambiente se llenaba con más preguntas que respuestas, que alteraban la armonía anterior, reflejando en el rostro de varias compañeras una esperanza que se desvanecía con cada diapositiva que empezaba a verse como prevención.

Se escuchaban varios rumores, en pequeños grupos, como protestas que se contenían ante este contenido incompleto, ya que muchas coincidían en que la forma de prevención era superflua y nada relacionada con todos los datos mencionados.

La conclusión era simple, no era un proyecto sino era una lectura del problema, porque cuando la expositora empezó a dar datos sobre violencia, seguía con la queja de qué tan grave era el resultado del poder fálico sobre un resto dominado, pero nunca habló de las protagonistas y su estado actual.  Sabíamos por terceros (testigos) que había injusticia y agresiones contra la mujer, pero no sabíamos cómo estaba antes y después esa mujer, y qué hacer para que ella fuera actora real de este programa. No sabíamos ni cómo estábamos nosotras en el evento, en nuestra vida cotidiana, como mujeres y como personas, porque nos cegamos en datos repetitivos y lecturas incorrectas, sin conectarnos en nuestras vivencias íntimas.

Y cuando empezaron las intervenciones, pude mirar por un fragmento de segundos lo que ahora describiré.

Mujer profesional

Una joven, que llevaba un chaleco como distintivo de una institución pública, con un logo que decía “hombres de paz” dijo, con un tono muy firme: “Son datos muy duros, pero siento que el problema de la violencia se basa en la educación que recibimos. La gente que no estudia es violenta y así el problema se enfoca en la educación”. Si bien sí es necesario cuestionarse qué tipo de educación recibimos y de quiénes, antes de una posible reelaboración de lo mencionado, la participante fue increpada de manera tal, que la violencia estaba siendo protagonista del evento y empleada como solución real, con las siguientes palabras, de una señora mayor –llamativa por su blusa moteada de colores claros y que además parecía cajero automático en su intervención–: “La educación no es factor de la violencia, deberías aprender más”, lo cual fue apoyado por una gran parte de participantes, que empezaban  decir: “La educación no es factor, no reduzcas”; “Cómo piensas así, en el campo no estudian y hay violencia, hay hombres que pegan a sus esposas”, coreado con un sí, por otras compañeras.

Esto hizo que varias mirásemos de un extremo a otro, como si el escenario fuera una competencia de ping pong, sin poder distinguir a las competidoras. Entonces me pregunté, si no es factor ¿por qué debería aprender y qué se supone debe aprender esa joven?

Era evidente que la violencia no depende solo de la escuela o la universidad, pero no era necesario increpar a una joven de manera violenta por un lado y por el otro, ya que ella solo reflejaba lo que para muchas del salón es la educación, una fuente de privilegios.  No olvidemos que desde pequeñas nos instruyen a estudiar para ser algo en vida y no ser dominadas.

Mujer adolescente

Recordé entonces, lo que escuché días antes, en el consultorio donde atendía:

–Mi mamá es quien me enseña cómo debo comportarme con los chicos –afirmó una adolescente de 15 años, que había tenido parejas violentas.

La adolescente arrojaba una verdad que no creo se debata, porque tanto las señoras del evento y yo, hemos pasado y convivido con modelos de ser mujer en nuestra propia familia, que nos dejó la herencia de pensar que la mujer debe comportarse de manera tal que sea aprobada. Esto se comprobaba en el mismo evento, con cada señora que empezó a discutir con esa joven, ya que buscaban una aprobación del grupo de mujeres que según ellas parecían estar empoderadas. Ambas partes que buscaban esa aprobación hicieron uso del poder como una manera de asegurar su existencia en el evento.

Entonces se divisaba la punta de un iceberg que decía que la herencia de la mujer era buscar la aprobación grupal a riesgo de perder su identidad y hasta cometer violencia por ejercer una manera de poder sobre las demás.

Luego, la siguiente intervención también dejaba al descubierto nuestro estado actual de mujer, ya que una señora que estaba por los 50 años, vestida con falda en tono oscuro, que se ondeaba y barría el suelo, guardando en secreto los zapatos, decía: “Las mujeres sufren cada vez más, por las violaciones, hay embarazos, debemos prevenir a las adolescentes, con educación sexual moderada”. No me imagino si existe o cómo podría ser una educación sexual inmoderada, porque siento que no hay una necesidad de clasificar en buena o mala la educación sexual; sin embargo, recibió apoyo en masa, provocándome una incertidumbre que relacioné con lo siguiente: “Siento que no conozco mi cuerpo, ese día, él me besó y me dejé, pero no sentía que fuera mío, no era mi cuerpo; más parecía ajeno” dicho por otra adolescente de 16 años, cuando conversaba sobre su primer encuentro sexual con su novio que tenía la misma edad.

Mujer pareja

Entonces la educación sexual, para varias participantes, no era conocer y reconocer su cuerpo como suyo. Es más, la educación sexual no era una opción real, dejándome ciertas dudas generales sobre ¿cómo sabe la mujer que el cuerpo es suyo? si no sabe cómo utilizarlo en el acto sexual con una misma, con el otro, ¿quién lo utiliza? Y ¿cómo previenes que alguien no se embarace si ese alguien está heredando un cuerpo prestado? porque no es totalmente suyo, del cual no puede tener control y decisión real ¿Cómo puede entonces decir con quiénes y dónde tener encuentros sexuales si no tiene un espacio real dentro del acto sexual? No existe una educación sexual “buena”, recatada, limitada, donde aún se debe heredar que el cuerpo no es totalmente tuyo como para decidir con quién y dónde sí y no. Y más si hablamos también del lado masculino, al cual se le ha enseñado que debe tener el control y la posesión.

Entonces, cómo le dices a una adolescente de 15 años que no se embarace, con simples palabras de: “cuídate al tener sexo”, si las condiciones para su encuentro sexual no solo se reducen a ella y su útero posiblemente bloqueado para no embarazarse, sino más bien a un chico que parece conocer más de la chica que ella misma, porque no se les dio la oportunidad de una educación sexual sin tabúes, pese a que la constitución política del Estado mencione en 9 artículos, que sí se debe respetar, promover, proteger y garantizar la salud y los Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos de las personas.

Mujer en la sociedad

Y  mientras la expositora escuchaba pacientemente, dijo que un pilar de este proyecto era la formación en tema de género en funcionarios públicos, lo cual era más una imposición que una reconstrucción, ya que un reflejo de esto era el señor de logística que se dormía en cada periodo largo de ponencia, porque vino a cumplir su trabajo sin un compromiso de hacer pactos que luchen en contra la violencia, lo cual irá relacionado con la siguiente intervención que te muestra el iceberg en su esplendor:

“Es que las mujeres deben saber comportarse, aprender a llevarse bien con los hombres” expresó una señora que pasaba los 50 años, con un llamativo moño, sujetado de manera impecable. Ella se paró con tanta seguridad y lo dijo en un tono tan firme y claro que fue inmediatamente repudiado en coros que se oían hasta los rinconcitos inhabitables del salón, porque parecía que daba un vuelco atrás de todo lo expuesto. La abucheaban y hasta la hubieran expulsado si no fuera porque ya no se usa ese tipo de violencia; porque ella te mostraba una verdad tan dura, tan real, que no estamos acostumbrados recibir.

La señora decía lo que yo escucho en cada intervención psicológica con adolescentes y madres de familia, que sienten tirar la toalla ante situaciones de violencia: que la mujer había heredado una culpa por ser y tener el cuerpo de hembra; que debía ser delicada, sensible y someterse, como una manera de solución y de aprobación ante quien tenía el poder, como el padre, el marido, el sacerdote, etc. Entonces la culpa de ser hembra producía la sumisión de la mujer frente al varón, madre, suegra, y frente al grupo social cargado de estos estereotipos. Y así: “él me pega porque me quiere” no es solo un lazo de amor dependiente, sino también la sumisión de ser culpable por hacerse mujer.

Recordé entonces lo que dijo una amiga: “Es que yo ya no era virgen y por eso él (novio) no me perdona”, otorgando al novio un poder sobre el cuerpo que ella sentía que no era suyo, era ajeno, era de una sociedad que se sentía experta en ese cuerpo y le recordaba a ella y todas nosotras la función que tiene para el otro, pero además, cuando ese cuerpo no obedecía a lo que los demás le decían, era culpa de la mujer porque no supo manejar ese cuerpo.

Y mientras se instalaba el desequilibrio en cada una de nosotras, ordené mis ideas y articulé soluciones que apagaran esa frustración colectiva que nos dejó la verdad y pensé que, para dejar de otorgar poder al otro sobre mi cuerpo, debía conocer mi cuerpo rompiendo tabúes del mismo, lo cual implicaba también romper términos de género y desobedecerlos, lo que nos encerraría en una paradoja, de: “te ordeno desobedecer al mandato del cuerpo y poder”, si es que lo hacíamos por seguir a las demás sin voz propia. Esto porque cuando una joven beniana, con jeans ajustados y un escote en tono blanco que combinada con sus terraplenes, dijo: “Señora, usté está mal, debe dejar de obedecer lo que dicen, no podemos dejarnos violentar y seguir normas pasadas” cumplió esa paradoja.

Si le impones a la gente realizar una acción, inmediatamente anulas la misma, y por ello, si una mujer desea conocer su cuerpo debe ser porque quiera y no porque tenga que desobedecer una norma o por dejar la norma como está. Los cambios son cambios y no se puede cambiar dejando todo como está, entonces se develarían todas quienes apoyan estos estereotipos; quieren ser mujeres libres de violencia, pero sin tocar el sistema que antes habían dicho patriarcal y androcéntrico.

Por tal motivo las intervenciones se reducían a una expresión de: “tienes que evitar que te peguen, pero sin dejar de ser mujer recatada”. Repetido por la señora y hasta la expositora que nos dijo “mujeres delicadas, como flores que no se deben tocar”, entrando en la postura de que somos pasivas, que debemos nomás asumir la culpa por ser mujeres vulnerables ante un agresor cruel y tirano que es activo y el cual sí debe evitar golpear. Presenciaba que no había ningún cambio porque parecía que todas te decían que no toques las leyes sociales de ser delicada, pero sí más bien reclama y quéjate, sin cambiar nada.

Cuando varias mujeres decían que este pacto tenía que liberarnos de la violencia, le ponían condiciones para su ejecución que anulaban las mismas acciones de cambio. Y cuando una mujer mostraba nuestra realidad, la violentaban y hablaban en contra de la violencia, y cuando se quería mujeres libres en cuerpo y alma, se les ponía condiciones de libertad como una educación sexual recatada.

La obediencia social, parece que una vez más está estropeando el camino de igualdad de sexos y el poder parece que nuevamente está empañando las relaciones entre seres vivos.

Cuando la expositora empezó a debatir propuestas concretas, fue cuando más se sintió la inconformidad que encendía una antorcha de rebeldía, la cual no sabían cómo poner en palabras, aceptando que fuera verdad lo que se propone y no solo una propaganda política. ¿Por qué no podían decir lo que sus gestos reflejaban? ¿Por qué no podían explicar que esas soluciones no eran adecuadas? Ya que cuando planteó una carrera maratónica contra la violencia, a manera de propuesta concreta, una señora, detrás mío se reía y decía: “¿y eso qué? ¿En qué ayuda?” Todo esto era porque si no conocían el cuerpo que llevaban consigo, entonces cómo saber escucharlo, es más, cómo conocer un cuerpo que parece ser ajeno. Esto mostraba que la división del alma y cuerpo en la mujer es tan vigente hoy en día, donde se perciben almas en cuerpos prestados, los cuales no pueden expresar de manera completa su inconformidad ante un problema real.

La decepción era evidente, en los rostros que hace poco brillaban y ahora solo se sentían incomprendidos, intentando consolarse con la idea de que este solo era proyecto, el cual recién se implementaba, como esperanza de que hubiera mejores soluciones a la violencia contra la mujer, planteado por la expositora que sentía este cuadro lamentable.

Cuando empezaron las intervenciones más crudas, eran de quejas más que de soluciones, donde esas mujeres no se sentían activas, sino como meros objetos que solo tenían como opción quejarse:

“Esos datos no nos representan” dijo una joven que lucía un traje formal de camisa y falda. “Esas soluciones son un tanto superficiales, considerando que hay normativas que no se cumplen” mencionó una activista que tenía un chaleco negro en el cual resaltaban letras naranjas con un mensaje muy alentador “mujeres de fuego”.

Entonces, cuando se hizo el proyecto, no se pensó realmente en lo que es la mujer actual, la que heredó un cuerpo cargado de años de historia falocentrista, la que lleva consigo la vergüenza de ser hembra porque está impedida de conocerse, de sentirse y tocarse, ya que se le ha enseñado que si desea agradar al otro social (padres, parejas, amigxs) tenía que ser por obediencia, otorgándole el poder y alejándose de toda potestad corporal. Resumido en el poder de la mujer de dar poder al otro sobre sí misma.

Y así el poder de dar poder se hacía realidad, en cada intervención de señoras que solo atinaban a decir que era un proyecto muy bonito y que esperaban se cumpliera, con una diferencia, la señora que llevaba un chaleco de un centro patrocinado por el municipio de Cercado, que intervino de manera sutil y con mucho orgullo. Ella dijo que el centro donde ella trabajaba realizó avances en prevención de la violencia, trabajando con varones violentos, y que en esta ocasión deseaba dejar el proyecto para que se considerara para las propuestas.

Al probar este proyecto, se otorgaba el poder sobre nosotras, sobre nuestros cuerpos porque desconocíamos los problemas reales como actoras sociales de manera activa, dejando la responsabilidad a expertos que se decían conocernos. Y quizás cuando intervino una joven de mi misma edad, que se ubicaba a tres sillas a derecha, me sentí extraña, pero fortalecida, porque me robó las ideas y compartía mi sentir al decir: “Ese proyecto tiene datos de gente que ya se fue, no de cómo se fueron, lo cual nos deja el vacío de qué hacer para que no suceda, no se ha pensado en prevención primaria real”. A lo cual solo recibió por parte de la expositora un: “bueno, compañera”. Y me pregunté si fue incompleta en las ideas dadas o quizás una mala comprensión de la expositora, ya que para mí se refería a que deberían hacerse estudios sobre problemáticas actuales de la mujer y el hombre frente a diferentes espacios, para conocerles, escucharles y saber qué los llevó a terminar en feminicidios, abortos, violaciones etc. que al final no justificarán accionares, sino más bien gestionarán prevenciones.

Pero entonces, con ello se mostraba a una mujer socialmente heteronormada, que es objeto de estudio, de denuncia, pero nunca de protagonista porque ella misma no posee un cuerpo suyo y por ende no es responsable del mismo, ya que las leyes y normas sociales le dicen que no debe tocarse y más bien debe nomás aguantarse como mujer valiente y pseudo fuerte.

Pero más allá de eso, el poder aún hoy es satanizado y es la piedra del tropiezo, porque parecería que no se puede concebir una vida de igualdad con el poder ahí mismo, ya que la expositora en un impulso, a manera de calmar las intervenciones, dijo: “El feminismo es pues una pugna de poder y nosotros con esto solo buscamos la igualdad” lo cual me hace pensar que al feminismo se lo ve como un poder para mujeres, porque no se entiende qué es feminismo y se mira al poder como pecado original. Lo cual fue aplaudido por todas, de manera que no se sabía si odiaban el poder, el feminismo o ambos como hermanos de la desigualdad. A esto había acotaciones de mujeres en diferentes sitios del salón, que decían: “Sí, no debemos ser extremas en las soluciones”, “el poder no debe ser utilizado solo por unos cuantos”.

Entonces, el poder es temido y hasta evitado cuando se habla de paz y buen trato, porque claro, la historia les mostró que el poder fálico era cruel, abusivo y hasta asesino. Pero entonces, si rechazamos el poder, rechazamos también nuestro cuerpo y nuestra acción dentro la sociedad, lo cual no debe ni pensarse porque más bien con una relación consciente de poder se obtiene una relación responsable del mismo.

Me quedo con lo último que dijo una señora que rondaba por los 40 y se paró y juntó sus manos contra su vientre, al hablar sobre un poder para todxs, que es a lo que el mismo feminismo apunta: “Sí debemos aprender a convivir de manera respetuosa entre todos, sin que haya mejores o peores”.

Se debe entender que se forman paradojas sin fin, cuando se acciona el cambiar sin cambiar nada, para lo cual es necesario aprender a practicar el cambio real y no solo el evitar acciones que se consideran como destructivas.

Cuando decimos, practicaremos igualdad en género y sexo, y solo evitamos acciones que ya no vulneren a uno de los sexos, no cambiamos nada, solo evitamos ya no tratar mal a la mujer, ya no vestir de azul al varón, sin realmente reestructurar ese sistema de interacciones.

Considero que esas mujeres del evento y una gran mayoría de mujeres de nuestra realidad está organizada en esa paradoja de: “te ordeno desobedecer”. Donde no quieren sufrir violencia y tratan de evitar la desigualdad como sinónimo de cambio, de desobediencia, pero sin llegar  a conocerse, sin saber realmente qué tipo de  mujeres o hembras son para la sociedad, sin saber qué las hace mujeres, cómo ser mujer en un campo social y sin cuestionarse qué es femenino e incluso si el sexo es básico para usar vestido y tener hijos, obedeciendo las normas sociales.

Entonces ser mujer y buscar el cambio de la violencia contra la mujer era y es una tarea que se logra desde el momento en que una se plantea si se es mujer y qué tipo de mujer es para la sociedad. Desde que se adueña de lo que por naturaleza era suyo, su cuerpo, como una propiedad que adquiere un determinado poder del cual se debe ser responsable, y no solo como una función reproductora para los demás.

Nos encerrarnos en la versión de que el cuerpo no se toca si es con fines placenteros personales, porque es egoísta y propio del varón. Nos encerramos en que nosotros debemos cuidar un cuerpo de manera obediente sin permitirnos conocerlo y explorarlo.

Como conclusiones del evento diré que las paradojas son juegos sin fin, razón por la cual desde ya la tarea de cambiar implica empezar a dejar la vergüenza del cuerpo social que te califica y de creer que las normas sociales de ser mujer y varón son correctas y solo obedeciéndolas podremos ser libres, porque eso nos encierra en: “si obedezco soy libre”. Pero eso no quiere decir que se ordene a la gente desobedecer dichas normas sociales, como camuflaje de empoderamiento, porque eso también es controlar a las personas.

Incentivemos generar, transformar y criticar nuevas rutas para recuperar lo que es nuestro, reformulando lo que se considera normal.

El evento finalizó a las 6 pm. con gente abarrotada en la mesa de refrigerios que se debieron cotizar arriba de los 500 bs, por la cantidad y calidad de masitas y refresco gaseoso, muchas de ellas conversando sobre su rutina diaria de llegar a casa para servir la cena, en un martes cualquiera, para su familia.

Etiquetas: Crónica feministaFeminismo en BoliviaPrimer Concurso Nacional de Crónica Feminista
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