El condenado o condenada es una leyenda popular de la región andina de Bolivia y Perú. Se considera condenados a aquellas personas que ‘regresan’ después de la muerte. Pero a diferencia de los zombies, estos son muertos que ‘retornan’ a causa de motivos muy particulares.
“Al encontrarte con un condenado, debes saludarle, sino no lo haces llega a saber tu nombre y te persigue llamándote a grandes voces por donde vayas.”
Cactus, moscas, remolinos y perros rojos
Se suele describir al condenado o condenada con cara de calavera, o que su rostro tiene “mitad carne y mitad hueso”. A veces estas mitades no están marcadas por la presencia o ausencia de carne, sino que las distingue un color amarillo de un lado y rojo del otro. También existen narraciones donde el condenado se ve aparentemente ‘normal’ pero la piel se le va cayendo a pedazos a medida que camina.
Las grandes cantidades de moscas rondando al cuerpo, el aspecto descuidado y despeinado también suelen ser un distintivo del condenado. Algunas versiones dicen que además, pueden llevar de manera accesoria una soga en el cuello.
“Después, en la noche la vieja sale a desaguar y ve a la chica durmiendo abrazado de un ataúd o del condenado con una corona de vlas encendidas, o sino ve al condenado tendido en el patio, entre dos velas, con su ojo blanqueando y su boca ardiendo como oro”.
El condenado no utiliza una vestimenta en particular. Antiguamente, se los describía con sotanas, pero esto estaba relacionado con la antigua tradición de vestir a los difuntos con algún atuendo religioso. Pero, generalmente, los condenados llevan puesta la ropa que utilizaban en vida.
En algunas zonas del altiplano, la narración oral dice que tienen “un cactus espinoso en un pie y una piedra en el otro” o que tiene los dos pies encadenados. Otros dicen que tiene la facultad de transformarse en un perro rojo o un burro.
Pero una característica común en los relatos, es que los condenados pueden convertirse en remolinos o aparecen en medio de ventarrones. Los vientos fuertes tienen una connotación negativa en las culturas andinas.
Maíz blanco como dientes y carne cruda como lengua
Algo que diferencia a los condenados de las almas en pena o de otro tipo de criaturas del mundo andino, es que el condenado puede entablar conversaciones con la gente, pedir cosas, tocar puertas y relacionarse con otros como si fuera una persona normal.
Sin embargo, los condenados suelen usar esta habilidad para acercarse a las personas y comerlas.
“Los condenados vienen a la casa en busca de mote de maíz blanco, y no hay que dárselo, porque con esto se ponen dientes para comer a la gente”.
Otras versiones dicen que los condenados también piden carne cruda, además del maíz, para usarla como lengua. Pero si al condenado se le ofrece comida cocida, tiende a rechazarla y esa es una forma de descubrirlo.
“Mis abuelos desconfiaron de ese extraño hombre así que le dieron comida (los condenados no comen, solo comen carne humana porque están condenados). El extraño hombre rechazó la comida pero luego de que mi bisabuelo insista, el accedió pero al comer la comida le salió por la garganta inmediatamente”.
Cuando no es el condenado quien se aparece, sino son las personas que se topan con un condenado, hay que saludarlo con respeto y alejarse de él. Ya que si uno se burla, el condenado persigue a la persona sin descanso.
Elementos de protección contra el condenado
El espejo, la sal, el jabón, la sajraña y otros tipos de peines son objetos que aparecen reiteradamente en historias sobre el condenado, como una forma de defensa.
Existen distintas versiones de este relato, que cambia de acuerdo a la región. Sin embargo la aplicación de los objetos de protección suele ser el factor común.
En Oruro, mientras un joven camina, se topa con el cadáver de una chola que se había suicidado, y se burla. Esa mujer, que era una condenada, baja del árbol donde estaba colgada y persigue al joven que comienza a correr.
Después, el joven se encuentra con una vieja que le regala un jabón, una sajraña y un espejo. Ella le indica que lance cada uno de estos objetos cada que la condenada lo esté por alcanzar.
El joven lanza el espejo y se convierte en una laguna, que frena a la condenada pero no la detiene. Luego, lanza el jabón que se vuelve un pantano, pero la condenada, aunque con dificultad, también lo pasa.
Finalmente lanza la sajraña que se convierte en un bosque de espinas, que le causa mayor dificultades a la condenada. Mientras tanto el joven corre dentro una iglesia, que se dice que también tiene la potestad de detener a los condenados. Cuando la condenada se libra del bosque y llega a la iglesia con las carnes destrozadas, el cura hace que desaparezca mediante bendiciones.
En este relato tienen una fuerte presencia los elementos religiosos. Que en muchas historias también suelen tener efecto contra los condenados. Este elemento señala la coexistencia de la tradición popular andina con las prácticas religiosas occidentales y como se fueron mezclando con el tiempo.
Otras estrategias de protección contra el condenado son la ch’awara o soga de cola de caballo. También se dice que lanzarle una piedra en la nuca, puede anularlo y dejarlo como una simple calavera. Y mantenerse en grupo o en comunidad puede evitar que el condenado se coma a las personas.
Algunas cosas que no se puede usar contra el condenado son los cuchillos, machetes u otras armas blancas, tampoco armas de fuego. Ninguna de estas hace efecto sobre el condenado.
¿Por qué la gente se vuelve condenada?
Existen diversos motivos por los cuales algunas personas terminan volviéndose condenadas después de morir, según la tradición oral. La que aparece con más frecuencia, es que una persona se condena porque tenía un compromiso de casarse y muere antes de poder cumplirlo.
Otro de los motivos es porque, en vida, estas personas cometieron incesto con parientes de primer y segundo grado (padres e hijas, entre hermanos, etc.). Se cree que antes se veían más condenados, porque la gente no solía respetar los lazos de parentesco, como ahora.
Tener muchas deudas y morir antes de pagarlas o tener mucho dinero escondido o algo muy valioso y no haberle dicho a nadie antes de morir, también es un motivo para la condena.
Finalmente morir cuando no es el destino de la gente, por ejemplo caso de suicidio o tal vez homicidio. Pero no en un ‘accidente’ ya que desde la perspectiva andina los accidentes se consideran destino y no así algo azaroso como en la cultura occidental.
El condenado una forma de moral social
Para la antropóloga Alison Spedding, quien ha realizado una vasta recopilación de relatos sobre condenados en Yungas y otras zonas de La Paz, estas figuras cumplen un rol social. Funcionan a manera de contenidos normativos que buscan alentar o reprobar ciertas actitudes y prácticas en las comunidades. Como por ejemplo, sancionar el incesto o las relaciones de pareja que no se formalicen.
“estos contenidos normativos de los condenados tienen la función de señalar conductas correctas y deberes sociales a través de ejemplos negativos del destino horrendoso de personas que no actuaban de esa manera”.
Por otro lado, señala que este tipo de historias ayudan a fortalecer el tejido social y de esta manera evitar otras posibles amenazas reales y más recurrentes en las comunidades.
Fuentes
Spedding, Alison. (2011). Sueños Kharisisir y curanderos.
Varios autores.(2021). “La leyenda del joven y la chola condenada”. El Periódico.
Cardozo Antequera, Moisés. Entrevistas informales. (2007 – 2015)