¿Cómo ha contribuido la desinformación a propagar el pánico masivo durante los últimos conflictos en Bolivia? ¿Hay alguna forma de escapar a esa vorágine de fake news que consume nuestras vidas y, muchas veces, alimenta nuestros odios? Son preguntas difíciles de responder, pero plantearlas y reflexionar sobre ellas es un buen primer paso.
Nayra Abal Camargo
Las redes sociales han demostrado en estos años ser un asidero de revoluciones tanto como un punto de quiebre que posibilita la manipulación de intereses políticos y económicos. En Bolivia, el conflicto que comenzó el 21 de octubre ha tenido una evolución estrechamente relacionada con la desinformación, notas falsas o noticias tergiversadas, que incluso llegó a ser replicada por medios masivos de comunicación.
La aplicación de mensajería WhatsApp es una de las principales herramientas de comunicación utilizadas en Bolivia. De acuerdo con una encuesta realizada por la AGETIC el año 2016, un 65% de la población en el área urbana utiliza esta aplicación tanto como la red social Facebook.
WhastApp está presente en las familias, ambientes laborales, entre vecinos, grupos de carpooling, entre padres de familia para hacer seguimiento a las responsabilidades escolares de sus hijos: atraviesa casi todos los aspectos de cada persona.
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De la misma forma, existe una fuerte organización de comercio informal que se concreta por grupos de Facebook (a través de marketplace) y que juega un importante papel al momento de difundir información. O grupos de migrantes bolivianos en el exterior y otros abiertamente políticos. Durante los conflictos estos fueron uno de los principales canales de comunicación, lo que suscitó una avalancha de noticias falsas, tergiversaciones o «simples» rumores.
Los rumores se adueñaron de los barrios
Alberto Canedo es vecino de Achumani, un barrio residencial de la zona sur de la ciudad de La Paz, colindante con las zonas más empobrecidas de la sede de Gobierno, habitado principalmente por una la clase media y alta. En su edificio de 31 departamentos con estructura de vidrio, el 10 de noviembre sus vecinos recibían información de la quema de buses de servicio de transporte municipal. El mismo día en el que Evo Morales hacía pública su renuncia.
La histeria colectiva comenzó después de esta noticia, cuando vieron que desde la meseta de Achumani lanzaban cohetes y dinamita. Los vecinos organizaron barricadas y cubrieron con cartones los frontis de los edificios. Alberto explica que “hasta ahora los edificios siguen tapados”. La paranoia persiste. Sin embargo, salvo el susto inicial, en su vecindario no hubo ninguna confrontación.
Silvana V., vecina de otro barrio de la zona sur, explica que la información durante la crisis, llegaba sobre todo desde Whatsapp, Facebook, aunque también por Twitter.
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“Creo que eran dos tipos de noticias: en primer lugar, las denuncias de saqueos y grupos violentos en general. La mayor parte era paranoia de la gente. En segundo lugar, noticias denunciando actos de violencia del MAS y quizás también teorías de conspiración que no se pueden saber si están basadas en algo real o no”.
Algunos barrios trabajaron acuerdos de paz entre vecinos, con la mediación de instituciones como la Defensoría del Pueblo. A través de conversaciones y pactos de convivencia, sellaron con abrazos el éxito del diálogo.
Julia M. también vive en un edificio. Recuerda los días de mayor tensión en la que se pasó de una organización para defender el edificio -tomando acciones para proteger la estructura-, a un tercer día donde se propagó “el discurso que indicaba que no debíamos tener miedo»: si los vándalos lograban entrar a los pisos de arriba, al momento de bajar, serían los de los primeros pisos los que debían enfrentarlos.
Después de ese espiral de emociones y adrenalina, cuenta Julia, el cuarto día “desapareció la sensación de saqueo y empezó la especulación por el desabastecimiento”.
Desconfianza y cajas de resonancia
Las noticias falsas y los rumores variaban de barrio en barrio y se adaptaban a los principales temores de sus habitantes. Colaboraron principalmente a masificar un clima de tensión constante e indefensión.
Este violento flujo de desinformación paró superficialmente cuando se convocó a la policía y a las Fuerzas Armadas a salir a las calles a «restaurar el orden» y se reactivó cuando se confirmaron los primeros muertos en las ciudades de La Paz y Cochabamba.
En ese contexto, los medios de comunicación -con una compleja tarea de cobertura y violentas amenazas hacia su trabajo- continúan replicando la información sin verificar, atribuyéndola a las “redes sociales”.
Hace unos días, un tuitero mexicano indicó que había identificado la IP (una dirección que identifica una conexión a internet) desde donde se emitían los tuits que escribía Evo Morales. Supuestamente, se publicaban aún desde Bolivia. La publicación llevaba adjunta una foto con “datos”.
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Ante la avalancha de comentarios, e incluso la publicación de una nota especulativa en uno de los medios más influyentes del país, Página Siete, el internauta tuvo que explicar que se trataba de una broma. En ese momento, la noticia ya se había tratado de replicar con otra fuente, indicando que esto era posible. No obstante, los profesionales y expertos bolivianos en el área no tardaron en salir a explicar que el procedimiento no solamente es muy complicado, sino que es prácticamente imposible obtener esta información.
Frente a un país con profundas diferencias, y en el que se ha abierto una brecha de desconfianza hacia «el otro», las «noticias falsas» y los rumores, solo sirven para engrosar los argumentos de cada bando.
Existen iniciativas ciudadanas y de ONGs para frenar esta situación, pero no han logrado que la gente se interese por corroborar los hechos que comparte, ni se han convertido en fuentes útiles de consulta dada la avalancha de información que recibimos.
Cada noticia falsa desmentida pasa al olvido a merced de la nueva fake new de la que todos estaremos hablando. Un bucle siniestro.