Estamos muy contentas de poder abrir cada vez más canales para la solidaridad, los encuentros, las discusiones y la reflexión. Hoy toca hablar de masculinidades. Hoy toca montar uno de los debates más postergados entre los varones. Acompañános en este Instagram Live desde las 15:00. ¡Todxs invitadxs!
Majo Gordillo y Dani A Secas
Hola, amigx. Disculpa la indulgencia de asumir una amistad entre personas desconocidas: vos no nos conoces, y nosotrxs a vos tampoco. Sin embargo, acá estamos, hablándote.
Sucede que existe una deuda histórica muy dolorosa y aún postergada, sobre la que nos vienen advirtiendo, desde hace ya mucho, las feministas: la toxicidad de la masculinidad hegemónica.
Para poder hablar de esto, resulta necesario primero sentar una base de respeto entre todxs y asumir ciertas responsabilidades y ciertos dolores. Sobre esta base podremos pensar en construir desde la pluralidad, la solidaridad, la empatía y la responsabilidad para con las demás personas, con unx mismx y todo lo que nos rodea. Seremos, entonces, mientras dure este texto y posteriores debates, amigxs.
Bueno, esta deuda histórica de la que hablamos se refiere, al menos por ahora, a la generación de una serie de diálogos y debates en torno a la masculinidad. Es necesario que estos intercambios generen movimientos con resultados concretos sobre la deconstrucción de la masculinidad hegemónica, aquella cargada de toxicidad.
Ya sabes que se avecina conversa incómoda, ¿no? Es que no es cómodo tener estos debates entre/con varones porque, ¡spoiler alert!, ser reconocido como tal trae consigo una serie de valiosos y frágiles privilegios. Hay que recordar que donde existen privilegios, necesariamente hay un sistema de opresión que les antecede y les da sustento. Cuando se suprimen privilegios, el privilegiado se puede llegar a sentir/pensar oprimido: muchas veces algo que para vos es un hecho resulta ser un privilegio enorme.
De lo que se habla menos, particularmente entre varones, es de los dolores de la masculinidad hegemónica. Esa que nos intoxica, duele y mata a todos, todas y todxs. Bienvenido a un mundo de opresión, amigo. Hoy te quitas la armadura, porque el cuerpo que carga su peso es tuyo.
Vos, nosotrxs o cualquiera puede medianamente esbozar una noción de qué significa ser varón o hacerse hombre. Podemos más o menos enunciar ciertas características impuestas, en distintas medidas, a todo sujeto reconocido/condicionado varón. Podríamos decir que la fuerza, por ejemplo, es uno de los pilares fundamentales del ser hombre, una de estas características fundamentales. Esa fuerza se traduce en no sentir dolor, o más bien, en no reconocerlo como tal.
Desde muy temprano en la vida, al varón se le deja en claro que para alcanzar la categoría de «Hombre» debe mutilar su sensibilidad. Además, para sostener esa categoría de privilegio deberá, entre otras cosas, seguirse reprimiendo hasta el fin de sus días. Otra característica es la presupuesta heterosexualidad. Aquí tocamos un punto neurálgico: la ruptura, o incluso la puesta en duda, de esta heterosexualidad es una amenaza muy grande para la masculinidad hegemónica. Lo mismo podemos decir de la vulnerabilidad, de la propia y de la que nace desde fuera de nuestra piel. Todo aquello que nos reconoce vulnerables, nos denuncia débiles. Y el varón no puede ser débil. Tampoco puede pedir ayuda.
¿Ayuda?, eso denota vulnerabilidad y no saber resolver un problema. Eso, desde la masculinidad hegemónica, no es posible porque el saber se asocia al varón, a lo masculino: él sabe, él tiene que saber, él puede, no necesita ayuda. Menos que ayuda, él puede hacerlo, y puede hacerlo más rápido y mejor que otros. El varón, determinado varón sin consentimiento, debe ser competitivo, como mínimo.
El objetivo es el éxito, a cualquier precio y a ojos expectantes de los pares varones. Podemos seguir enunciando características pero no es la idea. Sí parece más pertinente pensar por qué existen, cómo las reproducimos y a quién favorecen realmente estas cadenas.
Es ahí cuando las feministas y disidencias señalamos la existencia del patriarcado, su historia y sistematicidad. Hoy, nuevamente, apuntamos con el dedo y te invitamos a hacerlo con nosotrxs: a señalar todos aquellos dolores, propios y ajenos, que inequívocamente constituyen el devenir del sistema patriarcal.
Aquí se anuncia con su silencio la voluntad masculina por debatir ciertos paradigmas que gobiernan su propia existencia. Si los feminismos están atrincherados en la lucha antipatriarcal desde tiempos «in»memorables, ¿qué hemos hecho nosotros?, ¿qué estuvo haciendo la otra mitad de la humanidad todo este tiempo?
Cuando hablamos de mitades de la humanidad, claramente, caemos en la perspectiva simplificadora del binomio mujer-varón. Y aunque sabemos que la realidad y complejidad de cada subjetividad no entra en esa simplificación, se nos sigue presentando la realidad en términos de unos y ceros, de varones y mujeres. Y a partir de esa idea binaria fundante se estructuran una serie, de lo más variada, de violencias y dolores.
No solo hemos estado callados sobre nuestros dolores, sino que actuamos para mantener el silencio de violencias que nos duelen, comprometen, que nos atraviesan. Es fundamental reconocer que la violencia, devenida de dolor o no, es un rasgo asociado directa e inequívocamente a la masculinidad hegemónica. Es un hecho que los varones matan más. Matan mujeres, matan otros varones, matan otros seres y al planeta, y se matan también.
Podemos empezar por alejarnos de las certezas y acercarnos al diálogo para desaprendernos y reaprendernos, como nos enseñan los movimientos feministas constantemente. Debemos, desde ya hace mucho, propiciar intercambios que den lugar a agendas propias que acompañen aquellas feministas pero que tengan consignas propias.
Necesitamos generar movimientos con impactos tangibles en la realidad, buscando ampliar cada vez su alcance. Tenemos que reconocer también que nuestros cuerpos son cargados de una serie de mandatos buenos para nadie, malos para todxs. Reconocer que sistemática e históricamente el sujeto varón perpetúa violencias, sobre otras, otrxs, otros y sobre sí. Y que estas últimas dos ideas, los pesados mandatos y la violencia, tienen una relación causal.
Hay que ponerse en movimiento, plantearse interrogantes y esbozar respuestas de forma colectiva y plural, a modo de construir convivencias dignas y en libertad. El proceso de deconstrucción puede ser difícil y doloroso, transitarlo acompañado y de manera consciente es la única forma de hacerlo. Pero la lucecita de emergencia en el tablero está prendida hace demasiado tiempo. Pilas al asunto.