Muy Waso
  • Inicio
  • Premio Nacional de Periodismo Feminista
  • Fondo de Apoyo a la Producción Periodística
  • Temas
    • Mujeres y feminismos
    • Salud
    • Medioambiente
    • Culturas
    • Tribuna Libre
    • Datos y tecnología
  • Quiénes somos
    • Misión y Visión
    • Nuestro equipe
    • Reconocimientos
    • ¿Cómo nos sostenemos?
    • Transparencia
  • ¡Apóyanos!
  • Inicio
  • Premio Nacional de Periodismo Feminista
  • Fondo de Apoyo a la Producción Periodística
  • Temas
    • Mujeres y feminismos
    • Salud
    • Medioambiente
    • Culturas
    • Tribuna Libre
    • Datos y tecnología
  • Quiénes somos
    • Misión y Visión
    • Nuestro equipe
    • Reconocimientos
    • ¿Cómo nos sostenemos?
    • Transparencia
  • ¡Apóyanos!
No hay resultado
Mira todas las opciones
Muy Waso
Inicio Mujeres y feminismos

Chicos bien

Escrito porClaudia Michel
09/03/2023
guardado en Mujeres y feminismos
Tiempo de lectura: 17 mins.
A A
Envía por WhatsAppCompartir en FacebookCompartir en Twitter
Una serie de testimonios sobre paternidades, masculinidades y las complejidades de los escenarios cotidianos de crianzas presentes y cercanas. 


Esta crónica fue parte del libro La Bolivia, una antología de crónica feminista, que incluye los tres textos ganadores y siete menciones especiales del Primer Premio Nacional de Crónica Feminista que lanzamos en 2019. Si te gusta nuestro trabajo y deseas colaborar con la creación de más y nuevos proyectos periodísticos puedes dejarnos un aporte en el Chanchito Muy Waso.

Raúl[1] (40 años, ingeniero electromecánico, 3 hijos): No sé a quién se le ocurrió esa idea en el colegio, eso de separarnos en grupos de papás y mamás y darnos el mismo cuestionario.

Era sobre el hijo que iba a entrar al colegio, preguntas tipo: ¿a qué hora duerme?, ¿qué comida le gusta?, ¿cuál es su actividad favorita?, ¿a qué le tiene miedo?, ¿cuáles son sus habilidades?, ¿cuál es el nombre de su mejor amigo?

Todos los papás tardamos el triple que las mamás. Al salir nos reímos, ¿qué otra cosa podíamos hacer? Pero con el pasar de los días fui pensando en ese cuestionario y lo mucho que me costó contestar. Me sentí mal.

Mi esposa me dijo que no debería preocuparme tanto, pero me quedé sin respuesta ante ese papelito. Todas esas preguntas me hicieron dar cuenta lo poco que sabía de mi hijo. ¿Se puede amar a un hijo y saber tan poco de él?

Eduardo (35 años, abogado, soltero): A veces pienso que todo este asunto hubiera sido distinto si mi madre no hubiera muerto cuando yo tenía siete años. Fue una tragedia familiar, murió en un accidente dejándonos a mi hermano y a mí, niños.

Mi padre nunca se volvió a casar. Tuvo algunas parejas eventuales pero nunca consolidó una relación con nadie.

Somos una familia de tres hombres desde entonces. No es que fuéramos un ejemplo de orden, limpieza y amor, pero dentro de todo éramos una familia normal. Había que comer, tender las camas, ir a la escuela y lo hacíamos. Entre nosotros íbamos arreglando como podíamos.

Notaba la diferencia con las casas de mis amigos, allí los pisos de madera brillaban y había que usar patines de tela para no arruinar el trabajo de sus mamás. En mi casa siempre había un desperfecto, algo por lavar, ropa sucia en el piso del baño, pero siempre logramos vivir tranquilos.

Supongo que mientras fuimos niños la gente molestaba a mi papá para que buscara otra esposa. Él nunca hablaba de eso, pero puedo recordar algunos coqueteos de vecinas o a mis tías aparecer con amigas, demasiado arregladas para un jueves por la tarde. No sé muy bien qué hizo mi papá, pero con los años seguimos siendo la familia de tres hombres.

Juan Carlos (39 años, doctor en ciencias de ingeniería, casado, dos hijos): Desde niño fui bueno para las matemáticas, se me daba de manera natural. Mis papás me decían que estudie y yo lo hacía. Todas las tardes en el comedor de mi casa hacia las tareas sin protestar. Luego ya ni me decían, terminaba de comer, me cepillaba los dientes y hacía la tarea. Así todos los días durante doce años. Algunas tardes jugaba al fútbol, solo veía tele los fines de semana.

Mi familia siempre me alentaba a estudiar, ellos fueron clave, sobre todo mis padres que estaban conmigo siempre.

Estudiar así todos los días me hizo el mejor alumno durante toda la primaria y la secundaria, desde que tengo memoria fui el primero de la clase.

Rodrigo (25 años, periodista, casado): La primera vez que mi mamá regresó de España, mis abuelos organizaron una fiesta.

Todos los familiares estaban bien arreglados para recibir a mi mamá, volvía luego de ocho años. Uno de mis primos fue con una camisa roja que me pareció hermosa. Entre chiste y chiste le dije que se la compraba. Él se rio de la ocurrencia y me retó a que me terminara una jarra de litro de chuflay, si lo lograba, me la daba en ese momento.

Agarré una de las jarras que estaba preparada, abrí mi boca lo más que pude y tragué el chuflay hasta terminarlo. Un chorro de bebida se escurrió por un lado de mi boca y me manchó el pecho. No importaba, pronto me pondría la camisa roja de mi primo.

Terminé la jarra y la dejé sobre la mesa con un golpe. Se armó un alboroto alrededor de nosotros. Mi primo no lo podía creer, se reía y me aplaudía. Ahí mismo se desabrochó la camisa y me la entregó. Me la puse de inmediato.

Media hora después, estaba abrazado a él llorando de borracho, contándole cómo me había dolido que mi madre me hubiera dejado ocho años.

Fue la primera y última vez que lloré por el divorcio de mis padres.

Raúl: Tengo tres hijos, el mayor tiene diez, el segundo ocho y la pequeña seis. Con la llegada de la pequeña nos sentimos completos, nos hacía falta una mujercita para completar la familia. Ahora están más grandes, pero cuando eran pequeños fue duro, sobre todo para mi esposa.

Por mi profesión, siempre he trabajado en fábricas o empresas que tienen sus instalaciones en las afueras de la ciudad. No puedo llevar a mi familia a vivir frente a la empresa. La distancia es un problema inevitable en estas profesiones.

Muchos colegas están en la misma situación, conseguimos un auto y tomamos el horario continuo, no regresamos a medio día a casa, es imposible. Tenemos al menos cuarenta minutos de ida y otros cuarenta de vuelta cada día. No es fácil. No digo que sea fácil para mi esposa, seguro que no. Pero ¿qué puedo hacer?, ¿dejo mi trabajo?

Al final, esta es la forma que tengo de sostener a mi familia.

Mi esposa hizo una pausa en su carrera cuando nació nuestro segundo hijo. Tuvimos una época difícil. El pequeño se enfermaba mucho y pasamos una temporada entre hospitales y médicos. Ella estaba con los dos niños, yendo de un médico a otro y yo llamando desde la oficina. Cuando llegaba en la noche, intentaba hacerme cargo del mayor: darle de comer, acostarlo, pero muchas veces había reuniones al final del horario de trabajo y llegaba pasadas las nueve.

Mi esposa había pedido vacación en su trabajo, aun así tuvo que faltar varios días adicionales y eso le creó problemas. Dejaba a mi hijo mayor en la guardería y se pasaba el día en las consultas médicas con el bebé.

El momento más difícil fue cuando tuvimos que internar a mi hijo por una semana. Mi suegra tuvo que venir desde La Paz para darnos una mano. Fue duro, pasábamos la noche en el hospital, intentábamos hacer turnos, pero al final los dos estábamos tristes y trasnochados. Iba del hospital a mi casa a tomar un baño y volvía a trabajar como si nada. Más bien mi hijo reaccionó bien al tratamiento y a la operación, pero mi esposa quedó muy afectada. Ella decidió dejar su trabajo, al menos hasta que el pequeño mejorara completamente.

Eduardo: Claro que yo tuve chicas, me enamoré varias veces, terminé otras tantas, pero la idea de casarme nunca me interesó. La verdad, esas cosas me tienen sin cuidado. Soy muy activo en mi trabajo, siempre aparecen nuevos proyectos y como puedo dedicarles todo el tiempo, tengo buenos resultados. He logrado una carrera interesante. Mi padre y mi hermano siempre fueron un gran apoyo, así que tampoco me sentí solo nunca.

Juan Carlos: Cuando uno termina el colegio está todavía con pajaritos en la cabeza, quiero decir que no está pensando en su futuro, en maestrías, en trabajos, lo que quiere es entrar a la universidad y divertirse un poco, nada más.

La diferencia en mi caso fue que yo había sido buen alumno toda la vida, siempre el primero de la clase. Mis papás esperaban lo mismo de mí en la universidad.

Y bueno, yo no era malo en la carrera, pero la novedad de la universidad me distrajo, tenía otros amigos y otro ritmo. Con los horarios dispares, la sagrada hora de hacer la tarea se disolvió. Además empecé a ir a fiestas y a conocer chicas.

Seguía siendo buen alumno pero no era el mejor. Mi papá era docente en la universidad y estaba preocupado. Ahora que lo pienso era una exageración, pero decía que yo tenía más potencial y que no lo estaba explotando, que podía más.

Nunca fui un chico conflictivo, así que hice mi esfuerzo y con un par de buenas notas se quedaron más tranquilos. Así pude seguir yendo a las fiestas y conociendo chicas, sobre todo una de la que estaba empezando a enamorarme entonces. Ahora es mi esposa.

Creía que todo estaba más tranquilo, cuando a mis papás se les ocurrió la idea de que estudiara en el extranjero. La mía era una familia conservadora, no nos dejaban salir de casa con facilidad, jamás nos daban permiso para quedarnos a dormir fuera.

Pero vieron que yo estaba enamorado y eso encendió todas sus alarmas.

Me parecía interesante ir a estudiar a otro país, pero tenía diecinueve años y nunca había dormido en otra casa que no fuera la mía. Todos los viajes que había hecho fueron con mi familia, siempre a la seguridad de la casa de algún tío. Nunca más de tres días.

En el fondo creo que la idea de irme a otro país, más que emocionarme, me asustaba, pero a todos les parecía genial. Yo solo recuerdo la angustia que tenía y sobre todo la imposibilidad de negarme a hacer lo que todos esperaban de mí. Había sido un hijo ejemplar, el mejor alumno.

Si no fuera porque mis papás vieron peligroso mi enamoramiento, nunca hubiera salido de mi ciudad.

Como siempre, ellos lo arreglaron todo: buscaron universidad, averiguaron fechas y en lo que menos pensé, estaba viajando con ellos para dar un examen que aprobé con facilidad.

Rodrigo: Nunca me quejé por el divorcio de mis padres, pero ese litro de chuflay fue capaz de despertarme toda la angustia reprimida.

Luego del divorcio se armó un gran escándalo en la familia.

Había sido ella, mi madre, la que tuvo otra pareja fuera del matrimonio. Yo tenía ocho años y me quedé en la casa con mi papá. Él tampoco había sido muy correcto porque a los pocos meses, se fue a vivir con nosotros una novia suya.

Mi madre se fue a la casa de mis abuelos. De vez en cuando, con la ayuda de una tía, nos veíamos. Lo que más recuerdo de esos encuentros es que me compraba unos helados enormes y que ella estaba muy flaca y fumaba. Según supe después, mis abuelos tampoco le hicieron la vida fácil.

Unos meses después ella anunció que se iba a España, eso generó otro revuelo. Muchos años después entendí que el problema era con quién me quedaba yo.  Recuerdo ir de la mano de mi tía a unas oficinas oscuras, llenas de papeles de piso a techo, donde me preguntaron con quién quería vivir. No respondí.

A los pocos meses, mi madre se fue y comenzó mi vida de gitano. Durante tres años viví en seis casas diferentes. Con mi papá al principio y luego con varios tíos. Al final después de muchas llamadas de larga distancia, mi mamá logró que me quedara en la casa de mis abuelos.

Me prometió que me llevaría a vivir con ella a España, pero eso nunca sucedió porque mi padre jamás dio su consentimiento.

Raúl: El tema de la plata es ineludible, necesitamos dinero para vivir, yo gano más. Es algo que no depende de mí ni de mi esposa, supongo que tiene que ver con cómo las profesiones se cotizan en el mercado, cuánto pagan las empresas. ¡Qué sé yo! Nosotros decidimos resolverlo así.

Además, con mi sueldo podíamos pagar el préstamo que habíamos sacado para el departamento y las cuentas del médico que se hicieron altísimas.

En realidad, yo agradezco tener este trabajo. Me esclaviza, me aleja de mi familia, pero me ayuda a pagar un departamento cómodo, un médico bueno, puedo darles buena salud y educación. Eso es lo que debe hacer un padre en primera instancia ¿no?

Con ese cuestionario del colegio quedé con mal sabor, porque tengo años trabajando para mi familia, pero no sé si mi hijo tiene miedo a la oscuridad, porque cuando llego a casa ya está dormido. No sé qué verduras come, porque no como con ellos. Pero, ¿eso lo hace menos mi hijo? ¿Por eso lo quiero menos?… No sé, no creo.

Eduardo: Muchos amigos cercanos se casaron y tuvieron hijos, por supuesto que en las reuniones los temas de conversación iban cambiando. Los amigos del barrio, los del trabajo, casi todos tienen esposas o novias, creo que ahora estamos más bien en la época de los divorcios. También hay varios que se casan por segunda vez o tienen novias nuevas.

Recién ahora empecé a sentirme incómodo en las reuniones de amigos; de los chismes sobre mi soltería, los amigos pasaron a hacerme bromas insinuando que soy gay. Yo me reía y les decía que sí, que se cuiden porque me podía enamorar de alguno de ellos. Pero parece que en algún momento creyeron de verdad que soy homosexual. Ojalá fuera, creo que todo este asunto sería más llevadero.

Juan Carlos: No sabía lavar mi ropa ni preparar un huevo frito,  pero estaba aprobado para estudiar el pregrado en una universidad gringa. Todos me felicitaban por mi logro. Con mi novia, la relación se hizo más intensa, la proximidad del viaje nos acercó.

Tres meses antes de irme, ella me dijo que estaba preocupada, no le venía la regla. Tenía diecinueve años, una beca en una universidad extranjera y una novia embarazada.

Entré en crisis y les dije a mis papás. Ellos entraron en crisis también; después de cansarse de decirme lo decepcionados que estaban de mí y de que todos lloramos a mares, reaccionaron pronto y armaron un plan.

Me casé antes de viajar y conocí a mi hijo un año después, cuando volví en las vacaciones. ¡Qué locura! Ahora que lo pienso, tantos años después, parece un sueño. Lo que tengo más presente es esa sensación de que todo sucedía y yo solo parecía estar ahí, sin hacer demasiado.

En la primera vacación que tuve regresé a Bolivia para conocer a mi hijo. Recuerdo que mi madre me recomendó que compre un regalo para mi bebé. Ya dije que siempre fui obediente; en Estados Unidos fui a una tienda enorme, llena de cunas, colchas rosadas y celestes. Pasillos y pasillos de ropita, sonajeras, juguetes. Un laberinto de implementos de bebé y yo allí, con mis veinte años, sin tener la menor idea de lo que estaba haciendo.

Rodrigo: Los años fueron pasando. Mi madre se volvió a casar en España, tuve dos medios hermanos. Mis abuelos siempre me decían: “si hubieras sido mujercita, estarías con tu mamá”. “¡Qué idiotez!”, pensaba yo. Pero era cierto. Si hubiera sido chica, mi papá no hubiera sabido qué hacer conmigo, siempre decía que a las mujercitas hay que cuidarlas más, si era niña probablemente hubiera accedido a firmar el permiso para que viajara con mi mamá.

En cambio, mucha gente asumió que, siendo un chico, tendría suficiente fortaleza para resolver todo por mi cuenta. Nunca mostré demasiada tristeza ni angustia por el divorcio de mis padres, jamás me quejé de mi situación familiar.

Ahora que lo pienso, eso no era un signo de fortaleza, sino que hice lo que todos esperaban: no hacer escándalo, no mostrar ningún sentimiento y resolver todo sin molestar. Pero uno no puede aguantar por siempre. Ese día de la camisa roja, fue el día de la erupción.

Ahora me río de ese episodio, como todos, pero a partir de ese momento me puse a pensar lo distinta que hubiera sido mi vida si me hubiera puesto a llorar antes, o si hubiera dicho a todos que quería irme con mi mamá. Tal vez estaría viviendo en España cerca de ella.

Después de tomarme esa jarra de chuflay, nunca más estuve tan seguro de ser el chico fuerte que todos querían que sea.

Raúl: Los niños igual se dan cuenta de todo. Este año le pregunté a mi hijo si estaban organizando en su colegio algo para el día del padre. “Pero si no vas a ir”, me respondió. Está acostumbrado a darle a su mamá las invitaciones para ese día. Sé que es una tontería, pero de verdad me hizo pensar mucho.

Mi hijo mayor tiene diez años, se da cuenta de muchas cosas, durante un tiempo me preguntaba: “¿Por qué llegas tan tarde? ¿Te gusta tu trabajo más que nosotros? ¿Porque te vas al fútbol los domingos?”.

Me atormentaba.

Su mamá intentaba frenarlo, pero él seguía. Un día no aguanté más y le alcé la voz, le dije que trabajaba por ellos, que todo lo que pagaba era para ellos, que necesitaba al menos unas horas para mí: ir al fútbol, estar con mis amigos.

Fue un momento duro, me arrepentí enseguida. Él se enojó y aunque se le fue pasando con los días, no volvió a cuestionarme nada.

Yo tuve una relación complicada con mi padre, más o menos por lo mismo, aunque yo nunca fui tan valiente como para hacerle todas esas preguntas.

Mis hijos van creciendo y noto una distancia entre nosotros, es difícil de explicar. Yo puedo diseñar equipos eléctricos de alta eficacia, reviso y regulo maquinarias que fabrican cientos de piezas por minuto, pero no sé cómo acortar esa distancia con mi hijo, hacer que al menos tengamos un lazo, una conexión. No quiero tener con él la misma relación que tuve con mi padre.

Lo único que se me ocurrió fue llevarle al fútbol. No sé si le gusta ir, la verdad. No lo veo del tipo atlético, pero acepta acompañarme. Supongo que de alguna forma también quiere que estemos juntos, aunque ninguno de los dos sabemos bien cómo se hace eso.

Eduardo: Un par de amigos me citaron a solas para hablarme. Me aconsejaron que declare mi homosexualidad, en ambos casos decían que me querían y me apoyarían siempre, a pesar de todo. Ya no era un chiste, era casi un pedido.

Me reí al principio, luego les mandé a cierta parte. Luego me di cuenta que –como no tenía pareja que ellos conocieran ni me había casado, ni molestaba chicas en los boliches, ni mandaba porno en el grupo de WhatsApp– ellos creían que yo tenía un problema. Soy un gay no declarado para ellos.

Con los chistes estaba todo bien, los hombres siempre somos torpes para decirnos las cosas y yo estaba acostumbrado a responder a sus bromas. Son amigos entrañables, de toda la vida, pero no hay forma de sacarles de la cabeza que yo estoy sufriendo por no declarar que soy gay.

Alguno incluso llegó a mencionar que todo tenía que ver con la muerte de mi madre y con haber crecido entre hombres. Eso realmente me molestó y preferí tomar distancia del grupo. Se disculparon, me invitaron a muchas reuniones, pero prefiero no ir. Muy a mi pesar, porque son amigos de siempre, compañeros de la vida.

Me resulta incómodo tener sus miradas de lástima, como si yo tuviera una enfermedad o algo así. No hice las cosas como ellos y sus ideas vienen de ahí. Nuestro cariño mutuo no está en duda, pero las personas que te quieren también pueden hacerte daño.

Juan Carlos: Aprendí muchas cosas en esos años de la universidad, desde el principio me destaqué como buen alumno, mis papás estaban orgullosos. “Estás yendo a estudiar”, me decía y hacía eso.

No es fácil llevar una familia a distancia, tuvimos problemas. Mi hijo crecía y yo solo podía verlo por fotos o videos, además yo era muy joven, la paternidad era algo que no entendía, que no había tenido tiempo de desear, de planear. Todo lo viví con mucha confusión, intentando cumplir lo que decían mis padres.

Estoy agradecido por el impulso que me dieron, sé que los estudios que tengo son un gran privilegio.

Pude vivir con mi hijo recién cuando tenía diez años. Para entonces yo estaba terminando el doctorado. Mis padres me pedían que termine los estudios y regrese, me presionaban diciendo que debía pasar más tiempo con mi hijo, me ofrecían mover sus contactos para conseguirme un puesto en la universidad. Pero yo había hecho una vida en Estados Unidos y quería completarla con mi familia.

Por primera vez discutí con ellos y acordamos con mi esposa establecernos en Estado Unidos. Todavía recuerdo que mis manos temblaban cuando les anuncié que no volvería.

Mi esposa y yo tuvimos que conocernos de nuevo, enamorarnos de nuevo, tampoco fue fácil pero, con nuestros padres lejos, fuimos haciendo nuestro propio camino. Luego decidimos tener un segundo hijo. Una decisión entre los dos, sin presiones, con la seguridad de estar juntos y apostar por una familia. Solo entonces, con el nacimiento de mi segundo hijo, entendí los trasnoches: qué son los cólicos, cambiar pañales y todas esas cosas que implican ser papá.

Me había perdido tanto de mi hijo mayor. Quiero creer que puedo recuperar ese tiempo. Ya no soy ese padre que aparece en las vacaciones con regalos y nada más. Ahora soy con quien va en bicicleta, al que cuenta sus dudas de adolescente, el que lo recoge de las fiestas.

Siempre le pregunto: “¿qué quieres hacer?”. Tal vez no fui el mejor padre con él, pero todavía tengo tiempo de darle un gran regalo, uno que yo no tuve: la posibilidad de decidir quién quiere ser.


[1] A solicitud de los entrevistados, los nombres que se usan en esta crónica son ficticios.

Etiquetas: Crónica feministaFeminismopaternidades
EnviarCompartir4Tweet3

Las más leídas hoy

  • Afiche promocional del libro 31 mitos y leyendas de Bolivia de la Revista Muy Waso y Salvador Pomar.

    ¡’31 mitos y leyendas ilustradas de Bolivia’ se presenta en La Paz!

    95 compartidos
    Compartir 38 Tweet 24
  • Quinua con manzana, un desayuno universitario clásico

    3291 compartidos
    Compartir 1317 Tweet 823
  • 10 mujeres indígenas que lucharon contra la colonia

    9477 compartidos
    Compartir 3784 Tweet 2365
  • «El círculo», un cuento de Óscar Cerruto

    7849 compartidos
    Compartir 3168 Tweet 1951
  • Quién es el Kari Kari y cómo protegerte de él

    1106 compartidos
    Compartir 442 Tweet 277
No hay resultado
Mira todas las opciones
  • ¡Apóyanos!
  • Premio Nacional de Periodismo Feminista
  • Fondo de Apoyo a la Producción Periodística
  • Observatorio Feminista
  • Reto Graficalaca 2022
  • Temas
    • Mujeres y feminismos
    • Salud
    • Medioambiente
    • Culturas
    • Tribuna Libre
  • Quiénes somos
    • Misión y visión
    • Nuestro equipe
    • Reconocimientos
    • ¿Cómo nos sostenemos?
    • Transparencia
  • Inicio

Revista MuyWaso — Todos nuestros contenidos originales son compartidos bajo una Licencia de Producción de Pares (PPL). Para más información puedes escribirnos a [email protected]

Welcome Back!

Login to your account below

Forgotten Password?

Retrieve your password

Please enter your username or email address to reset your password.

Log In