La cuarentena está dando espacio a que muchas plataformas y artistas compartan sus contenidos y trabajos de manera abierta. Es el caso de Mauricio Ovando y su documental ‘Algo Quema’, con el que el cineasta se llevó el premio a Mejor Director en el BAFICI 2018.
Giovanni Bello
A modo de promocionar el cine nacional durante la cuarentena, la página de streaming Bolivia Cine puso a libre disposición varias películas bolivianas, por lo que pude ver, al fin, Algo quema, un documental de 2018 dirigido por Mauricio Ovando.
Esta película, además, acaba de estrenarse en otra plataforma digital, Cinema Tropical. Este texto, en cierta medida, dialoga críticamente con una reseña bastante dura que escribió Mauricio Souza para la prensa, a poco de estrenada la película. En su texto, Souza enumera las cosas que aprendió del filme: “a) Que la memoria, sobre todo sin ayuda de una investigación mínima o algo de información, es bastante frágil y fantasmal. b) Que a Ovando sus hijos lo querían mucho. c) Que los nietos están algo conflictuados con el legado del abuelo”.
Obviamente, esta enumeración paródica apunta a desestimar las supuestas pretensiones cinematográficas de Algo quema que, según Souza, cree estar hablando sobre temas profundos como la memoria histórica cuando su nebulosidad no es producto de la sofisticación teórica sino simplemente de la pereza.
Por otra parte, la contrapropuesta de Souza, respecto a lo que podría haber enseñado la película si el director no hubiese sido tan «perezoso», parece apuntar a que el crítico esperaba que Algo quema fuera un documental histórico sobre la figura de Ovando. Más precisamente un documental histórico de Ovando visto desde el Nacionalismo Revolucionario. Sin embargo, como es patente en el documental y en los comentarios de su director, este filme nunca fue pensado como un documental estrictamente histórico, lo que desestimaría las pedagógicas sugerencias de Souza.
En el contexto de su tradicional crítica a la ingenuidad del izquierdismo liberal, Slavoj Žižek ha afirmado varias veces que explicar las razones y los motivos que tenía Hitler para hacer lo que hizo no nos debería hacer más comprensivos con él, al contrario, nos debería hacer más conscientes de porqué estamos en su contra. Afortunadamente, pienso, Algo quema no contradice la fórmula de Žižek. Es decir, la película no nos quiere mostrar el lado humano del dictador y el militar represivo que fue Alfredo Ovando Candia, sino que nos quiere hacer reflexionar sobre ciertas cosas, aunque a primera vista sean difíciles de precisar. Es por eso que considero que como ejercicio fílmico, Algo quema sí tiene algunas cosas que enseñar respecto a la memoria histórica.
Por ejemplo, otro reseñista de la película, Claudio Sánchez, dice que “Alfredo Ovando Candia es uno de los personajes menos estudiados de la segunda mitad del siglo XX”, dando a entender que este filme sería el desenterramiento de una figura importante aunque poco conocida de la historia nacional. Al contrario, Souza afirma que, sobre Ovando y ese periodo histórico, “abundan datos, palabras, comprobaciones, imágenes, análisis, retratos, textos”.
Más allá de que sospecho que la aseveración de Souza se desprende de su propio interés académico en el periodo histórico, lo que nos muestra la discrepancia de estas dos opiniones es que efectivamente los campos de la memoria histórica y particularmente la historiografía son campos indeterminados que dependen de quién, desde dónde y qué cosas se elige mirar. Es decir, por ejemplo para la historia del ejército nacional o la historia de la guerrilla en Bolivia, la figura de Ovando puede ser más importante, que, por ejemplo, en términos de la historia de las dictaduras o de la Guerra Fría en el país.
Precisamente esta cualidad de “montaje” histórico que prima en la creación de la memoria histórica nacional es la que la vincula a la creación cinematográfica. En ese sentido, Algo quema permite reflexionar sobre el montaje histórico desde la experiencia individual y familiar.
Es decir, en la historia familiar ¿qué imágenes son las que seleccionamos? ¿Qué imágenes son las que decidimos dejar de lado? ¿Qué imágenes son las que decidimos ocultar? Al respecto, y siguiendo una metáfora de Souza, Algo quema sí es un filme sobre el álbum familiar, pero no es cualquier álbum familiar, es un álbum que acaba de descubrirse, es un álbum que andaba perdido durante mucho tiempo. Aunque hay que observar que la sensación de novedad de las imágenes en la memoria familiar no es lo suficientemente resaltada en el filme. Algo quema escenifica el ejercicio que la sociedad realiza constantemente respecto a las imágenes del pasado con las que se ha vuelto a encontrar después de haberlas olvidado en algún cajón: debe volver a darles un orden, debe priorizar unas y prestarle menos interés a otras.
Por otra parte, Sánchez señala que algo sorprendente de Algo quema es que es un filme hecho a varias manos. Ese hecho es importante de mencionar si se piensa que los autores de gran parte de las imágenes familiares incluidas en la película son precisamente el protagonista, Alfredo Ovando Candia, y su hijo Alfredo, el padre de Mauricio, quien fundó y todavía dirige NICOBIS, una de las productoras de video documental más importantes de Bolivia. Ambos hechos no son casuales, sino que, de algún modo, Algo quema es también un documental sobre la historia del registro audiovisual en Bolivia y la vinculación profunda de las tecnologías de registro con la construcción de la memoria histórica nacional.
Alfredo, el presidente, aparece así como un entusiasta de las tecnologías para el registro de la actividad pública y privada mientras Alfredo, su hijo, aparece como el continuador ya profesional (y además, hay que mencionarlo, antidictatorial) del entusiasmo del padre. Desde este punto de vista, se puede afirmar que el filme podría haber puesto mayor énfasis en la obra de Alfredo hijo. Eso se condice con el hecho de que, de algún modo, esta es también una película sobre la relación del director con su padre, ligados ambos al registro audiovisual de forma profesional. No obstante, la figura del padre queda un poco ensombrecida por la del abuelo.
Pero, justamente, el hecho de que esta sombra generada por la figura pública de Alfredo Ovando Candia se coma todo el filme es uno de los temas más interesantes de Algo quema. Para seguir con las aseveraciones algo taxativas de Souza, este “recordar algo simple, aprendido con suerte en la infancia: [que] no somos responsables de los crímenes de nuestros ancestros (y tampoco de sus virtudes)” se muestra muy poco simple en la cinta. Varias de las conversaciones entre el director y su prima, la poeta Jessica Freudenthal, así como la constante aparición de la imagen de los niños jugando con armas de juguete o disfrazados como el abuelo, muestran cómo la figura pública de alguien como Ovando Candia pesa tanto en la imaginación familiar y en la construcción de la identidad de los hijos y los nietos.
Por ejemplo, Sánchez observa acertadamente que la mayoría de las voces que escuchamos en primera persona en el filme son las de las mujeres. Sin embargo, esto que Sánchez considera una cierta “condición matriarcal” del filme, también muestra cómo algunas de las mujeres de la familia son las que más culto le rinden a la figura de Ovando Candia y las que más empeño han puesto en seguir extendiendo la sombra militar del abuelo en las nuevas generaciones.
El delgado límite que separa la vida pública de la privada, la particularidad de la experiencia familiar de un personaje público como Ovando Candia y el rol del registro audiovisual en esos juegos de contrastes son algunos de los temas sobre los que reflexiona Algo quema.
Es por eso que, personalmente, pienso que este es un filme que tiene varias cosas que decir sobre la memoria histórica. En la cinta no hay necesariamente rigor histórico, dado que ese no es su cometido. Comparto también la opinión de que le falta cierto rigor fílmico, especialmente si se piensa en ciertas secuencias algo redundantes de la cinta o la apariencia de desbalance general que le añade al filme la historia del tío muerto. Sin embargo, desde la disciplina historiográfica y en términos de su naturaleza de documento histórico-historiográfico celebro su “emotividad”, cualidad con que el autor caracteriza su obra en un par de entrevistas.
Es decir, su atención al detalle y al elemento sensible, rasgos muy poco frecuentes en los recuentos audiovisuales históricos e historiográficos más “rigurosos” en Bolivia.