“Soy mujer transgénero de un pueblo indígena, de la comunidad Villa Puni. Mi nombre es Joanna Lizzeth Gonza, es lo que identifica mi cédula de identidad”.
Esta identificación puede ser reconocida por las académicas como interseccionalidad. No se trata de opresiones sino, más bien, de reivindicaciones: nombrar su derecho a la identidad, su identidad de género, su ser aimara y su pertenencia a una comunidad fuera de la urbanidad.
No es una típica activista, de hecho, ni siquiera lo es. El activismo a veces se reduce al discurso y a la simple autoidentificación como indígena. Para Joanna no solo es decir, sino ser y hacer. Su ser indígena es su lengua aimara, que habla y escribe de forma fluida, su color de piel y su vestimenta que salta a la vista.
Bolivia es un país con mayoría indígena, paradójicamente racista hacia las poblaciones indígenas. Este legado colonial racista está presente en el cotidiano: ser mujer de pollera, indígena y del área rural sigue siendo una triada de discriminación. Muchas compañeras trans de raíces indígenas han optado por vestir como mujeres occidentales para borrarse lo indígena. En cambio, Joanna concibe la vestimenta como una cuestión de memoria.
“Mientras he vivido en esta comunidad, las mujeres eran de pollera. Entonces, he tenido la perspectiva de que si iba a transicionar y si lo iba a lograr, tenía que ser a la mujer que tiene pollera”, explica. Y lo logró. Las referentes de su expresión de género femenina siempre fueron las polleras; las de su bisabuela, de su abuela y de su madre. Cuando la escucho hablar de ellas, las veo con su mismo color de piel, con las mismas trenzas y polleras. Su pasado es su presente, las polleras para ella son memoria y lucha.
Identidad, territorio y comunidad
Tener tierra es importante para su ser aimara. “Soy comunaria y, a la vez, soy titular de los terrenos porque todos los terrenos están a mi nombre”. La Ley 807 de identidad de género, aprobada en el año 2016 en Bolivia ha posibilitado su acceso a la tierra. Su transición precedió a la ley: antes de su promulgación ya era una mujer trans de pollera y la usaba los 365 días del año.

“A lo que más me ayudó la la ley 807 es en la parte legal. Ya sea el cambio de nombre, género, la foto, todo aquello. Es un poquito complicado aclarar la ley 807 en la comunidad, ellos se basan más en el tema orgánico, lo que se aprueba en comunidad. Para ellos el hombrecito que nació es hombrecito y la niña que nació es mujercita”.
Las explicaciones siempre fueron necesarias. Antes tenía que explicar porqué la imagen, la foto y el nombre no coincidían con la cédula de identidad. La visión binaria sobre el género está muy presente en las comunidades indígenas. En ese momento, se expuso a la resistencia, negación y discriminación. Ahora, le toca dar explicaciones sobre la ley 807.
La importancia de tener tierra no tiene que ver con concepciones románticas y capitalistas sobre la propiedad privada. Son parcelas que sirven como medio de subsistencia y funcionan como un cordón umbilical para no separase de su comunidad. Por eso, Joanna va a su comunidad y vuelve a la ciudad intermedia de Viacha en la que hay más oportunidades laborales.
“La mayor parte vivo en el municipio de Viacha, pero cuando hay trabajos, reuniones o algunas actividades en la comunidad voy a participar allá», explica.
Creencias sobre la familia y el género
El municipio de Escoma, donde está la comunidad de Villa Puni, tiene algo más 7000 habitantes. Pertenece a la provincia Camacho del departamento de La Paz y se encuentra a 178 kilómetros de la sede de gobierno. Su principal actividad económica es la pesca, la ganadería y agricultura, pero la precariedad de sus producciones y la ausencia del Estado son causantes de que sus habitantes migren a las ciudades por razones económicas.
Desde su primera infancia, Joanna migró con su madre a la ciudad. No fue por un tema económico. “Cuando alguien no tenía papá o mamá era mal visto. Decían que cuando uno es huérfano trae mala suerte a la comunidad, puede traer granizadas, heladas. Lo mismo pasa con las madres solteras, como mi mamá. Éramos mal ejemplo, por esa presión nos fuimos a la ciudad”.
La mala suerte las acompañó y Joanna tuvo que volver a la comunidad al cumplir año y medio. Se crió con su abuela casi hasta los trece años. No era “mala suerte”: trabajar con una wawa es doblemente sacrificado. Para el sistema, la wawa de una trabajadora es un estorbo, una carga.
Durante su adolescencia, enfrentó dudas y problemas para los que no halló respuestas. Lo único claro eran los roles de género: “la mujer siempre tiene que estar en la cocina y el hombre puede estar donde quiere, menos en la cocina”. Joanna cumplía los roles que la comunidad demandaba, pero en la revolución interna de esa etapa ya se definían algunas respuestas. “Sentí un poquito de atracción hacia la ropa femenina, las faldas o polleras”.
Migrar del territorio y del cuerpo
En su juventud comenzó a explorar la vestimenta femenina, a escondidas y lejos de la mirada de su comunidad, transitando por los cerros, de la mano de los Achachilas.
“Así he adquirido esta vestimenta. A ocultas y poco a poco, no de la noche a la mañana. A escondidas, allá por los cerros, donde no hay personas. Ahí me vestía, paseaba un ratito por el cerro y luego volver a la vida común, con buzo, con pantalón”.
Joanna salió nuevamente de su comunidad a terminar su educación secundaria. Cargaba consigo todas las dudas sobre su identidad de género. No le encontraba un nombre, pero la sentía y la practicaba a escondidas, como sus ancestras. En complicidad con ella misma se ponía las polleras de su abuela.
“Salí del colegio en La Paz. En una ocasión me decidí a comprar más ropa y me vestía. En una de esas me hice pescar con mi mamá”. Este descubrimiento significó para su madre entender a su ahora hija y la liberación de Joanna.
«Desde ese entonces afrontamos la vida social con la ropa que yo siempre quise tener, con la ropa que que me atraía. En la ciudad no es fácil, salía a escondidas por las noches. Es difícil acostumbrarse a las críticas de la sociedad”.

Si bien las acciones clandestinas de su ser trans eran posibles en su comunidad, no pudo hacer una transición plena por dos razones: el binarismo de género expresado en los roles de género y sacramentado por el chacha warmi (dualidad hombre mujer) y la falta de información sobre las diversidades sexo-genéricas.
“Creo que dentro de la comunidad no hubiera sido posible transicionar. En las ciudades busqué más información sobre esos sentimientos o esa atracción. Había más personas que eran igual que yo».
Entender qué son las diversidades sexuales y genéricas no es una simple réplica de conceptos y definiciones. En este caso la información no significa poder, sino vida. Joanna explica que podría haber transicionado antes si accedía a la información antes. «Habría hecho el tratamiento a mis 18 años, cuando la ley dice que soy mayor de edad y puedo tomar mis propias decisiones. Quizá mi físico sería un poco más femenino, incluso la forma de hablar».
Conocedora de las actitudes patriarcales en su comunidad, ella ve difícil o casi imposible entrar con ese tipo de informaciones, es decir te cerraran la puerta en la cara, pero Joanna siempre ve opciones como las vastas de su pollera “Y entonces yo creo que habría que enganchar, como algunas organizaciones he visto que enganchan con un seminario, no sé, de tejidos, con un seminario tal vez de derechos sobre las mujeres. Y ahí se va complementando una partecita de lo que son agrupaciones colectivas TLGB, entonces yo creo que a las comunidades hay que entrar de esa manera”.
Pertenencia y aceptación
Aún en su niñez, Joanna asumió la titularidad de las tierras de su abuela. Esto también muestra que la migración y el abandono en las comunidades complica las sucesiones por la falta de integrantes en las familias.
Ya adulta y con la transición consolidada tanto en vestimenta como en documentos de identidad, está lista para retomar la titularidad de sus tierras. Es consciente de que la tierra es el espacio que le genera pertenencia a su cultura y a su pueblo.
“Cuando llegué con una vestimenta diferente y una nueva identificación, estaba susceptible al actualizar los documentos. No sabía si me iban a rechazar o no. La autoridad de la comunidad se cuestionó en ese momento y dijo: «No, hay que preguntar». No lo sentí como discriminación, sino como falta de información, porque la autoridad de la comunidad no sabía cómo actuar”.
La principal motivación de transitar el camino de vuelta a su tierra fue darle sentido y memoria a la frase «tierra eres y a la tierra volverás»,
“Mi abuelita falleció y me tocó llevar las riendas de la afiliación o los cargos que vinieran posteriormente. Entonces, sí o sí he tenido que aparecer como mujer trans, mostrar mi nueva identificación y decir que yo iba a seguir los pasos de mi abuela, todos los cargos o deberes de la comunidad a nombre de ella”.
Sin más pomposidad, las autoridades de su comunidad la aceptaron. “Les he presentado la documentación, el certificado de nacimiento, cédula de identidad y corroboraron que era el mismo número de cédula. Las autoridades revisaron y no me rechazaron, simplemente los registraron».
Fortalecer el ser transgénero
Joanna transita entre su comunidad y la ciudad varias veces, no como una rutina, sino como una práctica de fortalecimiento de su ser trans. Es como el agua del río que nunca es la misma.
“Yo también he cambiado la forma de vestimenta, la documentación. No me reconocen tanto, pero hay personas que sí me reconocen. Nunca he recibido una agresión física o psicológica, racista o discriminatoria. Siempre me han aceptado tal como soy. Quizás en su mente hayan pensado que está mal lo que hago, pero no lo han expresado frente a mí. Hay algunos que ya no me saludan, ya no me hablan”.
Entonces, ¿por qué volver a la comunidad indígena siendo trans?
No hace falta una explicación académica: “Aquí he tenido todos los recuerdos: buenos, malos, tristezas, donde he sido feliz. Todo eso, no lo puedo abandonar. Es donde mi abuelita ha estado. No lo voy a abandonar”.




